Alfonso ZáratePresidente de Grupo Consultor Interdisciplinario, SC
El Universal
Ocurrió hace unos 10 años, acudí a una cena en el Hospicio Cabañas, en Guadalajara y en la misma mesa en la que me encontraba, se sentó una pareja. Sin más ánimo que el de iniciar una conversación, le pregunté a la señora: “¿Y usted, a qué se dedica?”, y me respondió: “Soy art dealer y mis principales clientes son los narcos”. Me sorprendió la franqueza, pero quise saber más: “¿Por qué los narcos”, me dio tres razones: “Pagan bien, en dólares y no regatean”.
Aquella señora no es un caso de excepción. La connivencia de ciudadanos normales con los delincuentes es más extendida de lo que se pueda suponer. Muchos negocios “respetables” en todo el país (inmobiliarios, de joyería o de automóviles de lujo, entre otros) lucran de sus arreglos con los narcotraficantes.
En momentos en que se despliegan acciones para frenar la violencia y la prepotencia de los maleantes en Ciudad Juárez, que se desplazan como dueños de la ciudad, y mientras los sectores más afectados o más conscientes exigen frenar la violencia, otros, en lo oscurito, claman por la conservación del statu quo: que no se detenga a los vehículos que circulan sin placas y con vidrios polarizados: “Es que aquí así es —argumentan—, muchos de nuestros vehículos son chocolates y si los detienen ¿cómo nos movemos?”. En las sesiones de trabajo con los funcionarios federales asignados para dar respuestas prontas, algunos de los supuestos representantes de la comunidad despliegan la defensa de quienes, en el mejor de los casos, circulan en coches robados o contrabandeados y en el peor, son capos o sicarios que se dirigen, quizás, a consumar un nuevo levantón o una ejecución.
Los representantes ciudadanos también se oponen a que se lleven a cabo revisiones en los antros o proponen que se les revise con laxitud: “Gracias a estos negocios ha crecido la economía de Juárez”, sostienen. Los giros negros como incentivos al turismo norteamericano de la peor especie.
Por décadas, Ciudad Juárez —como Tijuana y otros puntos de la frontera norte—, devino un pueblo sin ley, algunas de sus zonas son, sin eufemismos, el basurero de los gringos. Y en todos esos años, la gente común ha convivido con los criminales, los conoce, comercia con ellos, disfruta de su “generosidad” y los protege con su silencio o algo más. Pero hoy, cuando la criminalidad se desborda y la violencia derivada de su actividad llama a sus puertas, reclaman a los gobiernos, sobre todo al federal, por lo que ocurre a diario en sus calles, en sus plazas, en sus centros comerciales, sin asumir la parte de culpa que les corresponde.
Con su permisividad, la sociedad y las autoridades hemos propiciado la presencia abierta, a la luz del día, de quienes solían operar en los márgenes y en la oscuridad y que ahora exhiben, sin disimulo, sus armas de alto poder y sus caravanas de la muerte.
Las ratas habitan en las cloacas y se reproducen entre la basura y en la penumbra. La descomposición urbana y el miedo de los humanos les ayudan. Desde el medioevo los humanos las combaten. La peste bubónica propagada por las ratas (1348-1361) llevó a la muerte a millones de personas en Europa, sólo en Roma murieron unos 300 mil. Para evitar que se salgan de control es preciso poner en marcha campañas permanentes, nunca bajar la guardia.
Hoy, unas y otras especies de depredadores humanos, se disputan el control de territorios. Como las ratas y como las cucarachas, no van a desaparecer, pero tienen que ser contenidas: regresar a las cloacas. Y una de las maneras más eficaces reside en las políticas públicas y en la corresponsabilidad de la sociedad.
Cuando los niños y jóvenes de Ciudad Juárez acudan regularmente a las escuelas y disfruten de espacios deportivos; cuando empiece a ser evidente que la ley se aplica para todos, que se puede denunciar sin miedo, porque las autoridades no están coludidas o al servicio de la delincuencia; cuando se imponga la “no tolerancia” y los juarenses vayan dejando atrás la desesperanza y recuperen el sentido de futuro, las cosas empezarán a cambiar. Pero no será pronto ni sin costos.