Razones
Excélsior

El problema es que en Cuba se está viviendo un notable deterioro de la situación económica, social y, sobre todo, política, con una oposición civil más presente que nunca y ante la cual los gobiernos de América Latina, incluido el de México, han tenido una actitud lamentable. No nos engañemos: después de más de medio siglo en el poder, la de Cuba, independientemente del ropaje con el que se vista, es una dictadura cada día menos tolerante con cualquier tipo de disidencia. Es en verdad vergonzoso que en la reciente cumbre de Cancún se le haya aceptado como un régimen democrático, al tiempo que, por ejemplo, se excluía de la organización que se engendró en ese encuentro al nuevo gobierno de Honduras, producto de una elección, esa sí democrática, aunque tuviera el antecedente del golpe de Estado contra Manuel Zelaya.
México se encuentra frente a un dilema que no tendría que ser tan difícil de resolver ante la situación en Cuba. El régimen cubano ha dejado morir de hambre al preso político Orlando Zapata Tamayo al mismo tiempo que se realizaba esa cumbre en Cancún. Zapata no era un terrorista ni había apelado a la resistencia violenta: era un disidente que había sido apresado una y otra vez, y a quien ya en la cárcel se le fue ampliando la condena de forma tal que no pudiera salir jamás de ese encierro. Inició una huelga de hambre con el fin de exigir mejores condiciones para los presos políticos y se le dejó morir. Su lugar lo ocupó otro disidente que ha comenzado a lo largo de los años varias acciones de resistencia civil contra el régimen, el periodista Guillermo Fariñas. Tampoco es un hombre violento, simplemente no está de acuerdo con el gobierno y exige la libertad de 26 presos políticos, de conciencia, ninguno de ellos acusado, tampoco, de acciones violentas contra el régimen.
Esta misma semana, el movimiento de las Damas de Blanco, encabezadas por la madre de Orlando Zapata, una treintena de mujeres, que exigen también la liberación de los presos políticos, realizaron tres marchas. En la primera fueron relativamente ignoradas, en la segunda las rodearon grupos pro castristas y, en la tercera, fueron simplemente hostigadas, reprimidas, golpeadas y detenidas. Todo se hizo abierta y públicamente, como para que no quedaran dudas de la actitud que se adoptará contra cualquiera que se oponga al gobierno de los Castro. Inevitablemente, recordé a las primeras movilizaciones que se realizaron en Argentina con las madres de la Plaza de Mayo, que clamaban por la aparición con vida de sus hijos e hijas, desaparecidos por la dictadura de aquellos años. También fueron reprimidas, en ese caso hasta la muerte de sus fundadoras, pero luego eran hostigadas, agredidas, tildadas de locas. Y terminaron siendo una pieza clave en la destrucción de aquel régimen militar y un ejemplo de dignidad en un momento de profunda decadencia y miedo de la sociedad. Resulta paradójico, pero después del secuestro y el asesinato de un grupo de madres de la Plaza de Mayo, en diciembre de 77, ese movimiento fue, según dijimos, hostigado y reprimido, pero nunca vimos públicamente imágenes de agresión tan abierta como la que atestiguamos esta semana contra las Damas de Blanco.
Y el gobierno de México no dice nada. Se ha limitado a pedirle al cubano que atienda a sus presos. Se podrá argumentar que no podemos quedarnos aislados: que Lula, en una actitud que debería avergonzarlo, simplemente ignoró a los presos y fue displicente ante la muerte de Zapata (aunque ese día estaba de visita oficial en La Habana) y por la huelga de hambre de Fariñas, a la que ridiculizó. Que Chávez obviamente ni se ha referido al tema, ocupado como está en su represión y en la explicación de su patrocinio de las relaciones FARC-ETA. Que Evo Morales no sólo no se opuso sino que importó para su ejército el eslogan del cubano: “Patria o muerte, venceremos”. Pero nuestro silencio, el del gobierno, de los partidos, de las instituciones, termina siendo igual de estruendoso que esas declaraciones de apoyo al castrismo. ¿Esos son nuestros socios, nuestras convicciones?, ¿tanto hemos abandonado los principios?
No nos engañemos: después de más de medio siglo en el poder, la de la isla, independientemente del ropaje con el que se vista, es una dictadura cada día menos tolerante.