marzo 23, 2010

La profecía de Fidel

Ricardo Pascoe Pierce
Especialista en análisis político
ricardopascoe@hotmail.com
Excélsior

Hoy Cuba es gobernada por una casta burocrática declinante que ha perdido una franja significativa de su legitimidad social.

Poco antes de abandonar el poder, Fidel Castro emitió, en la Universidad de La Habana, una opinión grave sobre Cuba: si los errores de conducción de la Revolución no se corrigen, los cubanos van a lograr lo que el imperialismo nunca pudo: destruirla. Habló con crudeza sobre asuntos presentes ante los ojos del pueblo: corrupción en todos los niveles, robo hormiga en los centros de trabajo, productividad declinante, laxitud laboral, poca convicción revolucionaria y la enajenación masiva de jóvenes hacia el sistema político, entre muchos otros. Y fue con la plena convicción de que los errores iban a ser resueltos rápidamente por el poder en Cuba.

En vez de corregir los errores, el nuevo gobierno ha optado por reprimir a quienes disienten del rumbo actual de su país. O, dicho de otro modo, su respuesta a los errores tiene la intención de desaparecerlos con actos de fuerza. La represión contra el pueblo nunca es revolucionaria. De ahí que los problemas internos de la sociedad cubana no pueden ser solucionados por la policía política.

Hoy a Cuba la gobierna una casta burocrática declinante que ha perdido una franja significativa de su legitimidad social, en la medida en que el modelo económico y el político han fracasado. Gobierna, junto con Raúl y los viejos revolucionarios, una vasta red de juniors de la Revolución. Son hijos de los generales, viajan libremente por el mundo haciendo negocios en nombre de sus padres y de la Revolución y poseen depósitos bancarios importantes fuera de la isla, pues anticipan el colapso del modelo. Además, no cesa la represión a cuadros políticos altos y medios del Partido Comunista y a funcionarios del gobierno. El asunto no es sólo contra Lage, Miyar, Pérez Roque, Valenciaga y Soberón, entre otros purgados con métodos reminiscentes de Stalin. Hay una purga más extensa a los cuadros medios del partido, para acallar la creciente disidencia dentro del aparato estatal. Son voces que saben lo que está sucediendo: ven la corrupción del alto mando, expresan institucionalmente sus inquietudes y son despedidos de sus empleos, humillados ante sus subordinados y familiares, además de que terminan siendo expulsados del partido. Es decir, son convertidos en no personas.

Cuando un gobierno recurre a la represión, es porque los intereses son grandes e involucran a importantes actores de la política y la economía. Los gobernantes han perdido su noción de la realidad acerca del mundo en que habitan. La carta del embajador cubano en México, dirigida al Senado, es prueba fehaciente de ello: no entiende que este ya no es un mundo que cree fácilmente en su discurso, mismo que ni convence ni intimida.

Las lamentables, aunque oportunistas, expresiones de Lula, avalando la represión, sólo demoran las necesarias soluciones al enredo y muestran que la izquierda no sabe qué hacer frente a un gobierno de su corriente ideológica cuando reprime al pueblo. Lula debiera conocer mejor la situación, pero sus pretensiones “internacionales” lo llevan a un lamentable cortoplacismo que lo hace perder el lugar al que aspira en el mundo. Por otro lado, la dupla Fox-Castañeda se sumó ciegamente al proyecto de Bush sobre Cuba. De ahí la inutilidad de su intervencionismo sin rumbo ni futuro. La respuesta represiva de la casta gobernante cubana se debe a que no sabe qué hacer con sus miedos: a la justicia internacional, al fracaso de su proyecto político, a la ira de su pueblo.

La profecía de Fidel se está cumpliendo. El proyecto revolucionario ya no es tal y no hay una alternativa nítida al probable desastre. A México le conviene una transición pacífica, democrática y consensuada allá y a Cuba también. Pero, ¿cómo ayudar a inducir una democratización sin que ello implique una intervención indebida de EU? He ahí el dilema para la política exterior de México.

¿Hay otra alternativa?

Román Revueltas Retes
revueltas@mac.com
Interludio
Milenio

El dolor de las víctimas se trasforma, casi irremediablemente, en la rabia de los que necesitan encontrar urgentemente al culpable de su desgracia. Un ministro de Interior, abandonado a su suerte por sus cuidadores, recibe así —en Ciudad Juárez— zarandeos, insultos y reclamaciones. Tampoco el propio Presidente de la República es recibido, en ese lugar, con demasiadas amabilidades. Los ciudadanos de a pie, mientras tanto, miramos espantados el diario desfile de cadáveres: cuerpos decapitados que cuelgan semidesnudos de un puente o que yacen, carbonizados, a media calle. ¿Quiénes son esos muertos? ¿Son culpables de algo o, mejor dicho, son delincuentes de necesidad, pandilleros, soplones, sicarios…? Nos asusta, encima, la inseguridad que afrontamos personalmente y que no es una manifestación, otra más, de la guerra que ha emprendido el Estado mexicano contra las mafias del narcotráfico sino algo muy preocupante y tremendo porque resulta de la pavorosa descomposición social de todo un país.

Pero, es absurdo reclamarle al Presidente de la República por las muertes. Y más injusto, todavía, culparlo de haber emprendido una guerra que no se podía postergar porque, díganme ustedes ¿qué otra alternativa tenemos como nación, como Estado y como sociedad para afrontar la realidad de los sicarios, los asesinos, los torturadores y todos esos individuos violentos que ya estaban allí, antes de que llegara Calderón? No se habían alebrestado, es cierto. Pero nadie había tomado verdaderamente la decisión de combatirlos.

¿Acaso es una solución dejarlos en paz, a su aire y a sus anchas? ¿Eso puede ser siquiera una propuesta? Lo repito: los cárteles y Los Zetas y La Familia no aparecieron cuando Calderón comenzó a gobernar. Su existencia es el resultado de años enteros de podredumbre, de complicidades, de desatención y, sobre todo, de mal gobierno. En las guerras siempre hay víctimas, desafortunadamente. Pero no tenemos otra alternativa, como país, que seguir adelante.

México no pudo solo

Alberto Aziz Nassif
aziz@ciesas.edu.mx
Investigador del CIESAS
El Universal

Los viajes de Felipe Calderón y su gabinete a Ciudad Juárez en tres ocasiones en las últimas semanas, no han podido detener las balas y asesinatos. La política social y las apresuradas inversiones en salud y educación en esa lastimada frontera no detienen a la delincuencia organizada, como si se pudiera hacerlo.

Ahora que han sido asesinados una funcionaria del consulado, su esposo y otro mexicano, esposo de una estadounidense, el gobierno del vecino del norte reacciona de forma contundente y emiten mensajes cruzados, por una parte, descalifican la estrategia militar en la zona en voz de la secretaria de Seguridad Interna, Janet Napolitano; estrategia que por cierto fue acordada y aprobada por ellos y, al mismo tiempo, en voz del embajador Carlos Pascual, se apoyan los “esfuerzos” del gobierno de México y anuncia una cumbre de alto nivel entre los dos países. Las alarmas que se han vuelto a encender en Estados Unidos y la contaminación de la violencia en su frontera sur tampoco parecen detener las balas. La reacción indignada del gobierno mexicano frente a las descalificaciones de Estados Unidos, porque los socios del norte no acaban de asumir una corresponsabilidad en el problema, tampoco evita que las bandas y las pandillas sigan matando, secuestrando y extorsionando a miles de ciudadanos que todos los días padecen una violencia que no se detiene.

Las noticias sobre los bloqueos de narcos y las balaceras callejeras en la ciudad de Monterrey, que han cobrado la vida de dos estudiantes del Tec, se agregan al cuadro de descomposición que vive el país. Todos los días se da una socialización de casos que no llegan a los medios ni a los titulares de los diarios, pero que registran el acoso, los secuestros, los asaltos y las amenazas que se desparraman sin posibilidad de contenerse en las ciudades, en los pueblos y en las comunidades del país. Esta violencia tampoco se detiene, sino crece de forma incontenible. La contabilidad de muertes nos reporta que en este año, en donde han transcurrido 80 días, ya se acumulan 2,157 muertos y sólo el viernes 19 de marzo se sumaron otros 33 asesinatos (EL UNIVERSAL, 20/III/2010). Las balas aumentan y la muerte se reproduce, se ha perdido el valor de la vida, como en el corrido de José Alfredo, ya “no vale nada”.

Múltiples especialistas en seguridad han analizado la estrategia del combate al narco y al crimen organizado que lleva adelante el gobierno y señalan su ineficacia y su fracaso. Incluso hasta las críticas de Janet Napolitano han recibido la misma respuesta: la descalificación. Sin duda, los recientes asesinatos de Lesley A. Enríquez, Arthur Haycock Redelf y Jorge Alberto Salcido, llevan el problema a otro nivel y abren una tensión adicional en la política externa de México. Los operativos que llevan a cabo el FBI y la DEA en la frontera, muestran lo que puede ser el inicio de otro tipo de intervención del gobierno de Estados Unidos en el país. Sin saber las razones de estos asesinatos, queda establecido que el sistema de seguridad del gobierno de Obama hará todo lo posible por encontrar a los responsables y ponerlos a disposición de un juez. Porque, al final de cuentas, hay diferencias específicas cuando se trata de balas que matan a ciudadanos estadounidenses y cuando se mata a ciudadanos mexicanos. En un sistema la seguridad funciona; en el otro, es un desastre.

Mientras el gobierno defiende, como una inercia, su estrategia fallida, las balas siguen sin parar, con ejército o sin ejército, con policía federal o sin ella, con programas sociales o sin ellos. Sin embargo, la vista del grupo de alto nivel que habrá entre México y Estados Unidos anuncia un cambio en la estrategia de colaboración y de intervención de los vecinos del norte en nuestro país. Ya el general brigadier Benito Medina, declaró que: “No podemos decir que el Ejército no puede, no, es que no solamente es el Ejército, todo México no puede solo, necesitamos la colaboración de la comunidad internacional” (EL UNIVERSAL, 22/III/2010). Después de 18 mil muertos y muchos territorios tomados, se reconoce que México no puede solo.

¿Será posible establecer una línea divisoria que rompa con la protección, la corrupción y la colusión de las autoridades con estos grupos o seguiremos en las mismas? ¿Habrá una estrategia completa de combate al narcotráfico y al lavado de dinero? ¿Hará Estados Unidos la parte que le toca en el tráfico de armas? ¿Cómo será la nueva fase de colaboración entre México y Estados Unidos? ¿Se iniciará una estrategia de inteligencia binacional? Ya veremos qué pasa…