Profesor investigador del CIDE
jean.meyer@cide.edu
El Universal

¿Por qué? Más que el contenido del mensaje, que apenas si se lee, es el medio, la manera. Roma elabora en secreto los grandes textos que se quedan, muchas veces en una abstracta generalidad, lejos de la realidad concreta, y la arrogancia frecuente en la forma explica la violencia de los medios y la amplificación insistente de todo lo negativo. Especialmente cuando los periodistas y los periódicos, que hacían bien su trabajo, han sido injustamente acusados de calumnia y mentira por la Iglesia; eso les pasó al Boston Globe y al New York Times, y también a nuestro Canal 40.
Cuando el cardenal Tarsicio Bertone, número dos en el Vaticano, denuncia la “campaña de un anticristianismo radical y demencial”, cuando un obispo alemán dice que eso le recuerda la ofensiva nazi contra la Iglesia (acusaron a los sacerdotes de homosexualidad y tráfico de divisas), cuando el predicador franciscano del Papa, amparándose detrás de la carta de un amigo judío anónimo, compara la “campaña” a “la violencia colectiva contra los judíos”, lo único que hacen es justificar la desconfianza y el enojo de los medios.
Por lo mismo el gran público no sabe realmente lo que escribió el Papa, porque no se ha difundido el meollo de la carta pastoral, que si bien llega tarde, no se queda corta. Hay que leer literalmente el texto, cada frase, preguntarse lo que dice exactamente y si dice lo mismo que otras frases del mismo autor. Voy a deletrear algunas y dejaré a la lectora, al lector la tarea de concluir con la sola ayuda de la evidencia inscrita en dichas frases.
Habla “como Pastor de la Iglesia universal” y empieza denunciando la “traición”, “esos actos pecaminosos y criminales”, “la gravedad de estos delitos y la respuesta inadecuada que han recibido por parte de las autoridades eclesiásticas”. Advierte “que nadie se imagine que esta dolorosa situación se resuelva pronto”. “En particular, hubo una tendencia, motivada por buenas intenciones, pero equivocada, de evitar los enfoques penales de las situaciones canónicamente irregulares”. “Es necesaria una acción urgente para contrarrestar estos factores, que han tenido consecuencias tan trágicas para la vida de las víctimas y sus familias y han oscurecido tanto la luz del Evangelio, como no lo habían hecho siglos de persecución”.
A los sacerdotes culpables de “estos crímenes atroces”, les dice: “debéis responder de ello ante Dios y ante los tribunales”… “la justicia de Dios nos llama a dar cuenta de nuestras acciones sin ocultar nada. Admitid abiertamente vuestra culpa, someteos a las exigencias de la justicia”.
Luego les toca a “los que no han afrontado de forma justa y responsable las denuncias de abusos” y dice a los obispos: “No se puede negar que algunos de vosotros y de vuestros predecesores han fracasado, a veces lamentablemente, a la hora de aplicar las normas del derecho canónico sobre los delitos de abusos de niños. Se han cometido graves errores en la respuesta a las acusaciones(…) graves errores de juicio y hubo fallas de dirección… Además de aplicar plenamente las normas del derecho canónico… seguid cooperando con las autoridades civiles”.
Concluye que “sólo una acción decisiva llevada a cabo con total honestidad y transparencia restablecerá el respeto y el afecto del pueblo por la Iglesia”, pero advierte que “hace falta una nueva visión que inspire a la generación actual y las futuras generaciones”.
Tolerancia cero, transparencia, colaboración con los poderes civiles, especialmente con los tribunales: son novedades tardías pero decisivas, siempre y cuando estas directivas sean acatadas.
En el evangelio según San Mateo (18,6-8) Jesús dice: “Pero al que escandalizare a uno de estos chiquitos que creen en mí, más le convendría que le amarrasen al cuello una piedra de molino, como esa que el burro hace dar vueltas, y lo arrojasen a lo profundo del mar”. Ídem en Lucas 17, 1-2. Al buen entendedor, pocas palabras.