Profesor investigador del CIDE
jean.meyer@cide.edu
El Universal

Trajo 2010 un cambio radical cuando el gobierno ruso decidió conmemorar oficialmente con su homólogo polaco la tragedia, en Katyn. Ensombrecida por el accidente aéreo que costó la vida al presidente polaco y a un centenar más, también polacos, la ceremonia ilustra la nueva voluntad rusa de enfrentar su pasado soviético. Tanto el presidente Dmitri Medvedev como su primer ministro han multiplicado los gestos de buena voluntad, el último siendo la publicación, por primera vez, de los documentos en la página del Archivo Estatal de Rusia (www.archives.ru; www.rusarchives.ru). El presidente ruso declaró poco después que la publicación de documentos continuará: “Es nuestro deber abrir el archivo de Katyn, existen materiales que todavía no se han entregado a nuestros amigos polacos”. Quiere “que todos vean lo que se hizo, quién tomó la decisión, quién dio orden de aniquilar a los oficiales polacos. Todo está escrito ahí”.
Esa novedad puede ser un buen augurio, puesto que va contra la tendencia a lo largo de los últimos diez años de rehabilitar a Stalin, tendencia ilustrada por el libro de texto oficial, encargado por Putin, y también por la cancelación en Rusia del libro del historiador Orlando Figes, Los que susurran, que recoge el testimonio conmovedor de los últimos sobrevivientes de la represión estalinista.
Otro agüero: en las elecciones locales de marzo de 2010, el partido de Putin, Rusia Unida, si bien venció, salió bastante debilitado por primera vez en los ocho parlamentos regionales. “No son resultados locales, sino una tendencia general, una señal que el cambio es posible”, afirmó la organización observadora Golos. Además el presidente Medvedev tomó en serio las numerosas quejas y denuncias de fraude a favor de Rusia Unida, al grado de regañar públicamente a las autoridades. Los analistas se preguntan si los resultados no son el resultado de la voluntad del presidente de realizar una “transición democrática” que empezaría por elecciones limpias. Esto nos lleva a dos preguntas, posiblemente ligadas entre sí. ¿Qué tan unido es el tandem Putin/Mevedev? Y ¿asistimos a un verdadero despertar de la sociedad civil en Rusia?
Putin no renunció a ser presidente en 2012, por tercera vez, al estilo Porfirio Díaz o Álvaro Obregón: “Nos turnamos la silla, compadre”; se le presta a Medvedev una voluntad modernizadora que pasa por la democratización y que ha manifestado, al menos en palabras, en su manifiesto “¡Rusia, adelante!”. Ha criticado el gobierno en sus discursos, sin enfrentarse nunca con Putin. La conmemoración de la matanza de Katyn, la afirmación de la culpabilidad de Stalin debieron de costarle a Putin, quien en 2007, siendo presidente, conminaba a los maestros a presentar a sus alumnos un retrato más positivo de Stalin, “arquitecto del glorioso pasado soviético”. Por eso me gustaría ver el acercamiento entre Moscú y Varsovia no sólo como gesto diplomático, sino como un acto de política interna.
El diario Nezavissimaya Gazeta afirma que más de 30 millones de personas habrían salido a la calle a lo largo de 2009. Rusia tiene 140 millones de habitantes. En los primeros meses de 2010 la protesta ciudadana no ha disminuido y se siente, con o sin razón, estimulada por el presidente Medvedev; la gente parece no tener miedo cuando pide a gritos la renuncia de presidentes municipales, gobernadores, hasta de Putin. Manifiestan contra la corrupción, el autoritarismo, la policía, el costo de la vida, “por la defensa de los derechos constitucionales de los ciudadanos, contra el arbitrario del poder y para la organización de un referéndum”. El periodista concluye que no es aún perestroika, pero ya es glasnost. El cambio se nota en la televisión.