Federico Reyes HerolesReforma
A decir de De Gaulle, la vejez es un naufragio. Todos presienten el final entre las sombras y obscuridades que la muerte anuncia. Saben que ella es inevitable y se aferran al inútil esfuerzo de seguir dando las últimas bocanadas en busca de instantes de vida que ya nada cambiarán, instantes para una última palabra que ratifique un pensamiento o que redefina la vida que ya está en el pasado. Los naufragios pueden ser muy largos y el espectáculo lastimero y patético. Pero la vejez no es sólo el estado de los huesos y de las tripas, pues hay seres que arrastran 100 años y sólo pueden mirar la vida con juventud, con nuevas ilusiones, con energía. Pero por el mundo también deambulan muchos ancianos que vienen del gimnasio.
Yo no sé cuál sea el estado físico de Castro ni es materia que me interese. Sí me parece, en cambio, que su vejez política es patética e intolerable. Si se exhibe y lo exhiben es que lo consideran en condiciones de seguir siendo referente, guía moral de la isla. Sus palabras no deben recibir entonces la consideración o disculpa por su edad. No es un viejito que se salió de tono, es un político ejerciendo su oficio. De pronto y a partir de nada el dictador más longevo del orbe, arropándose gratuitamente con Aristóteles, se lanza en una farragosa diatriba en contra de México y su gobierno. A partir de su lectura del más reciente libro de López Obrador, concluye que AMLO es la persona con "más autoridad para hablar de la tragedia de ese país" (México). Muy su opinión porque si le hubiera preguntado a los mexicanos la historia sería otra. Sin embargo de allí concluye que AMLO ganó la mayoría de los votos pero que el "imperio no le permitió asumir el mando".
Aquí sí el asunto se pone complicado. Por lo visto Castro, que no tiene mucha experiencia en organizar elecciones democráticas, desconoce cómo son las fuerzas políticas en nuestro país, cómo son las campañas, desconoce que el día de la elección se movilizan voluntariamente alrededor de un millón de mexicanos que han sido capacitados para tal fin, que son los propios representantes de los partidos políticos los que atestiguan la jornada electoral. Seguramente no es de su conocimiento, no debe tener mucho interés en el tema, que México sí cuenta con un organismo de Estado, el IFE, encargado de organizar y supervisar los procesos electorales, órgano en el cual todas las decisiones de importancia son tomadas por un cuerpo colegiado que sesiona públicamente. Eso quiere decir que la prensa, en la que hay todo tipo de posiciones y que no sólo es local sino internacional, da seguimiento a todos y cada uno de los pasos. Me imagino que debe costarle trabajo imaginar el ejercicio porque en la isla que él comanda hace más de medio siglo que no se ve algo similar.
Pero lo que también resulta descabellado, cuando no absurdo, los patos tirándole a las escopetas, es que el dictador Castro crea factible que a México, un país con más de 100 millones de habitantes, el "imperio" le pueda arrancar una elección sin que se provoque una revolución de las que él tanto conoce. Quizá en Cuba su gobierno pueda tomar medidas contrarias a toda la población y que permanecen ocultas, dado que allá no hay algo que acá está muy de moda, la libertad de expresión. Me pregunto cómo habrá sido el asunto que no nos dimos cuenta. Seguramente Bush le habló a Fox y le dijo a ése no lo queremos, así que a ver qué haces pero me lo sacas del escenario. Claro, señor Presidente, debe haber respondido Fox, no hay problema, yo desde Los Pinos controlo todo. Usted duerma tranquilo. Y sí pues, hubo protestas en las calles pero, como en La Habana, Castro piensa que aquí gobierna un solo hombre. Lo que no entiendo es que de ser así, por qué les cuesta tanto trabajo lidiar con el Congreso, los tribunales, los partidos, los medios, la opinión pública, los intereses económicos, la oposición y, por si fuera poco, con los dictadores de América Latina.
Sólo desde la protegida atalaya del señor Castro se puede pensar que las cosas ocurren así: el imperio dice no y a obedecer 107 millones. Suena a cuento, a uno de esos reinos con monarcas absolutos que por fortuna están en extinción. No me refiero a una monarquía constitucional, España o Inglaterra, en donde los monarcas y presidentes y primeros ministros se la pasan muy ocupados con los asuntos de gobierno. Pienso en Corea del Norte y la memoria no permite olvidar a Idi Amín. Qué lejos está Castro ya no digamos de México sino del mundo. Qué trabajo le costaría entender que en México las elecciones son cada vez más competidas, que los usos democráticos como los derechos humanos son cada día más parte de la cultura del país, que hoy se debate el aborto, las bodas entre el mismo género, la adopción de parejas gay. ¿Y en Cuba?
Qué triste naufragio, qué patético espectáculo, qué viejo está Castro, viejo pero de la cabeza. Señor dictador, mejor ocúpese de alimentar a su país, de sacar presos políticos y deje a los mexicanos en paz.