septiembre 24, 2010

Sentir la tierra

Juan Villoro
Reforma

De niño confundía los terremotos con el caminar de mi padre. Sus pasos cimbraban la casa. Casi siempre he sentido temblores mientras duermo, confundiéndolos con el sueño. En mi infancia, esto era algo benévolo, la prueba de que alguien fuerte -mi padre- andaba por ahí.

Tenía un año cuando el Ángel de la Independencia se vino abajo, como una premonición de que la ciudad dejaría de ver las estrellas y las sustituiría por las luces de las calles. En 1979, el temblor que derribó la Universidad Iberoamericana me sorprendió a unas manzanas de ahí. Compartía casa con Francisco Hinojosa, en la colonia Churubusco. Cada uno se colocó en la puerta de su cuarto, pensando que el otro seguía dormido. Los temblores seguían siendo para nosotros una intensificación del sueño.

El 19 de septiembre de 1985, vivía en Tlalpan, lejos de la zona sísmica. Aun así, la sacudida fue tan fuerte que la campana que hacía las veces de timbre comenzó a tocar sola. Se fue la luz y salí al patio. Ahí me encontré con José Enrique Fernández, que compartía la casa conmigo. Desayunamos cualquier cosa y él se dispuso a ir a su trabajo, en Arcos de Belén. Sugerí que fuéramos al coche a oír el radio. Escuchamos la narración de Jacobo Zabludovsky. Al llegar a su oficina en Avenida Chapultepec el cronista no pudo contener las lágrimas. También el edificio donde trabajaba mi amigo se había venido abajo.

A partir de ese momento cambió la relación con la tierra y con la Ciudad de México. Escuché que los montañistas de la UNAM solicitaban voluntarios y me dirigí ahí, con una pala de jardinero. Salimos del estadio de C. U. rumbo a la colonia Roma. Mientras los montañistas escalaban con sogas, los voluntarios recogíamos escombros en la calle de El Oro. Por una boleta de luz supe que las piedras que movía habían pertenecido a un cuarto piso.

La respuesta de la gente rebasó las iniciativas oficiales. Bastaba tener un brazalete amarillo para ser como brigadista. Mi amigo Alejandro Bejarano, compañero de la preparatoria, se inventó como hombre topo. Escribía su nombre en diversas partes del cuerpo por si lo encontraban en trozos.

¿Qué llevó a asumir esos riesgos? Dos certezas: la ciudad era repentinamente nuestra; nos habíamos vuelto necesarios.

En 2009, la crisis de la influenza trajo la sensación contraria: la mejor manera de colaborar era quedarse en casa. Podíamos ser contagiosos.

El terremoto nos habilitó como expertos en desechos. Aunque pudiéramos causar estropicios al mover escombros, creíamos ayudar. Mover una piedra era una resistencia elemental.

Durante semanas, los teléfonos funcionaron gratis. Hablar se convirtió en una forma de la solidaridad. En los avaros tiempos de la Gripe A ninguna empresa fue capaz de un gesto semejante.

Nos cubrimos de polvo en forma insólita. En las cejas, bajo las uñas, llevábamos el remanente de lo que había sido un balcón, un pilar, la recámara donde alguien dormía.

La recompensa era que los taxistas nos llevaban a todas partes sin cobrar y unas mujeres armadas de ollas de gitanería llegaban a prepararnos sopa de pepitas en la calle de El Oro.

La ciudad se articuló y nuestras costumbres cambiaron para siempre. A partir de ese momento, si el agua se mecía en un vaso, eso significaría peligro.

Nuestros sismógrafos parecían un ready made de Marcel Duchamp: un tenedor y una cuchara colgados de hilos (al chocar, producían una casera alarma).

Lugares esenciales desaparecieron para siempre. Lo mismo ocurrió con amigos y conocidos a los que les habíamos perdido la pista. El sismo aplazó sus daños; cada cierto tiempo, nos enterábamos de que un condiscípulo había muerto mientras hacía guardia en el Hospital General y otro en el multifamiliar Juárez.

Hubo quienes cambiaron radicalmente. La tierra obligó a revisar los motivos para vivir. ¿Valía la pena seguir en ese empleo, habitar esa colonia, con esa persona? La sacudida tuvo réplicas vocacionales, psicológicas, sentimentales.

Resultaba difícil formular con palabras lo que habíamos sentido. En 1985 concluí un libro de crónicas imaginarias, Tiempo transcurrido, que va del movimiento estudiantil al terremoto. Sin embargo, la ciudad rota no se cuenta, se menciona. En el prólogo comento: "Desconfío de los que en momentos de peligro tienen más opiniones que miedo".

Un cuarto de siglo después, el 27 de febrero de 2010, sobreviví en Chile a un terremoto más grave. El de la Ciudad de México fue de 8.1, el de Chile de 8.8. En la madrugada chilena entendí que el cataclismo removía heridas de 1985. Lo que no pude formular un cuarto de siglo antes comenzó a buscar palabras. El resultado fue el libro 8.8: el miedo en el espejo, que acaba de publicar editorial Almadía.

Un terremoto llega como una fuerza caprichosa a quebrar platos antiguos, como una abuela que de pronto se vuelve loca. A fin de cuentas, un país no es otra cosa que una legendaria fuerza emotiva, una abuela trascendental que de pronto nos recuerda quién manda, y rompe los platos.

El 19 de septiembre de 1985 supimos que la abuela estaba nerviosa. También, que estábamos en casa.

Acusado de narco, pero con fuero

Jorge Fernández Menéndez (@jorgeimagen)
Razones
Excélsior

Godoy Toscano ya es diputado a pesar de tener una orden de aprehensión y será uno de los 500 legisladores que votarán las leyes que nos rigen.
Jorge Fernández Menéndez

Acusado formalmente de relaciones con el narcotráfico, en particular de ser uno de los principales operadores políticos del cártel de La Familia Michoacana, relacionado con Servando Gómez, el líder de esa organización criminal apodado La Tuta, así como medio hermano del gobernador de su estado, Michoacán, Julio César Godoy Toscano acaba de rendir protesta como diputado y desde ayer está protegido por el fuero. No puede ser detenido.

Godoy Toscano ya es diputado, a pesar de tener una orden de aprehensión en su contra por delitos relacionados con el narcotráfico y será uno de los 500 legisladores que votarán las leyes que nos rigen a todos los mexicanos. Si algo le faltaba al Legislativo y particularmente a la Cámara de Diputados, para hacer crecer su desprestigio, era esto.

La toma de protesta terminó con una situación que rayaba en el absurdo en San Lázaro. Los miembros del PRI y los del PRD en San Lázaro esperaban a Godoy Toscano, para que, después de un año de estar prófugo, rindiera su protesta como diputado federal y obtuviera así el fuero que lo protege de la justicia. Y, en torno al Palacio Legislativo estaba la Policía Federal, que esperaba también al medio hermano del gobernador, mas para detenerlo por sus presuntos lazos con el narcotráfico.

Toda esta historia parece una comedia salida de una película de los hermanos Marx, pero es parte de una historia mucho mayor: la del llamado michoacanazo, con todas sus secuelas. El 26 de mayo de 2009, en Michoacán, se llevó a cabo la mayor operación realizada en México para desmantelar una red de narcopolíticos enquistados en 11 municipios de esa entidad y en prácticamente todas las instancias de seguridad del estado, incluidos funcionarios de la oficina del gobernador, presidentes y empleados municipales y hasta un juez. Se presentó al michoacanazo como la mayor operación contra la narcopolítica en la historia del país. Y todo indicaba que lo era.

Pero a finales de enero de este año quedaron en libertad 12 de los 30 detenidos. Era previsible que algo así sucediera porque los detenidos fueron trasladados, del penal de alta seguridad en Nayarit, a un centro de readaptación en Morelia, donde comenzaron a gozar de todas las comodidades, y el gobierno federal no impugnó ese traslado. Más tarde, cuando fueron liberados los 12 detenidos la PGR tampoco impugnó esas decisiones de un tribunal unitario de Acapulco.

Entre los ex funcionarios michoacanos liberados se encontraban Citlalli Fernández González, que fue asesora del gobernador Leonel Godoy Rangel y directora de Seguridad Pública estatal; un ex juez, Jaime Liera Álvarez; Ignacio Mendoza Jiménez, que fue subprocurador de Justicia, y el director de Obras Públicas del ayuntamiento de Arteaga. También liberaron a los ex presidentes municipales: Antonio González Rodríguez, de Uruapan, quien fue acusado de relaciones con operadores y sicarios del cártel de La Familia, entre ellos Damile Coria Mendoza, acusado a su vez de lavar dinero del narcotráfico. Adán Tafoya, alcalde de Tumbiscatío, acusado de aceptar dinero enviado por Jesús El Chango Méndez, uno de los jefes de La Familia Michoacana. Uriel Farías, de Tepalcatepec, hermano de Juan José Farías, considerado uno de los principales operadores del narcotráfico en Tierra Caliente, y José Luis Ávila Franco, de Ciudad Hidalgo, acusado de recibir dos millones de pesos para financiar su campaña política.

En los días siguientes continuaron las liberaciones, con la salida de los alcaldes de Zitácuaro y Apatzingán, respectivamente, entre otros funcionarios. Y luego obtuvieron su libertad el de Arteaga y el director de Seguridad Pública de ese municipio. De los más de 30 detenidos en mayo de 2009, hoy quedan menos de diez en prisión y casi todos podrían salir libres en los próximos días o semanas. Entre ellos están el ex procurador de Justicia, Miguel Hurtado, y el ex director de Seguridad Pública, Mario Bautista.

Pero todo esto tuvo un trasfondo político: las alianzas PAN-PRD. Casualmente, la liberación repentina de los detenidos coincidió con la decisión de formar esas alianzas y con la no apelación del gobierno federal que hubiera implicado, cuando menos, prolongar un año todo este proceso, con los acusados en la cárcel.

Junto con el de Citlalli Fernández, el caso más notable fue el del medio hermano del gobernador Leonel Godoy, el ahora diputado Julio César. Y ayer quedó protegido por el fuero legislativo, porque un juez otorgó a Godoy Toscano una suspensión definitiva para que se le respeten sus derechos políticos, así que podía asumir su cargo de diputado federal, aunque se mantiene la acusación en su contra pero, con ello, tendrá fuero hasta el término de la Legislatura.

El descrédito del Congreso persistirá durante más tiempo.

“Edmundo Bicentenario”

Ana María Salazar (@amsalazar)
amsalazar@post.harvard.edu
Analista política
El Universal

Esta semana nació mi hijo Edmundo González Salazar. No me van a creer, pero no hay mejor lugar para hacer consideraciones filosóficas y éticas que en la sala de recuperación de un hospital. Al igual que con el nacimiento de mi hija Ana Michelle, fue allí donde me puse a considerar el México que enfrentaría mi pequeño. Fue un ejercicio ciertamente más interesante en esta ocasión, considerando que estamos celebrando, mejor dicho, conmemorando el Bicentenario del país.

Ciertamente, México en este momento es un lugar muy hostil, no sólo para mi Edmundo Bicentenario, sino para cualquiera. Y a pesar de los múltiples esfuerzos, a través de las décadas, de mejorar la calidad de vida de los mexicanos, si bien parecería que estamos enfrentando un estancamiento en el mejor de los casos, posiblemente la situación de los mexicanos en general estaría empeorando.

¿Cómo le explico a Edmundo que en este año bicentenario, 2010 —el año en que nació—, México ya presumía del honor de tener la ciudad más ciudad insegura del mundo —Ciudad Juárez—, además de ser los reyes en secuestro? Todas las estadísticas señalan que va en aumento la extorsión, robo de bancos y robo de autos a nivel nacional.

¿Cómo pudo suceder todo esto en México, un país que en un momento dado fue considerado entre las 11 economías más importantes del mundo?

Ante la realidad que se está viviendo en el país, incluyendo el aumento en adicciones, si quiero ser una madre responsable, tendré que empezar a explicarle a Mundito, a partir de los cinco años, el peligro de las drogas, del alcohol y del cigarro. A diferencia de mi generación, él nunca podrá ir al parque solo o caminar a la tienda de la esquina. ¿Cómo hacerle entender por qué tantos padres de sus compañeritos aspiran a salir del país, ya sea por razones económicas o de violencia? Desde muy temprana edad, una de las amenazas más contundentes a la salud de mi hijo será la obesidad. ¿Cómo le explico a Edmundo que vive en el país en donde existe todavía hambre, pero que también México es el segundo país en el mundo con obesidad?

Es difícil en este momento vislumbrar una salida a esta ola de violencia a corto plazo, e inclusive a largo plazo. Al contrario, ahora más y más, estas organizaciones del crimen organizado usan la sociedad civil como parte de su estrategia de guerra. Por lo tanto, lo que puede esperar mi hijo en sus primeros años de vida es que empeore la situación de violencia de su país.

A pesar de los sentimientos de pesimismo que sentía al salir de la sala de recuperación, recordé en ese momento que mi Edmundo Bicentenario es bisnieto de mi abuelo don Edmundo, nacido en Banámichi, pueblo en la sierra de Sonora, en 1900. Si mi tata Edmundo pudo sobrevivir los 10 años sangrientos y crueles de la Revolución Mexicana, este hecho me da esperanza.

Y al ver los ojitos azules de mi hijo por primera vez, mi pesimismo se convirtió en una fuerte determinación de ser parte del cambio que requiere el país. ¿Cómo? No sé en este momento, pero quiero pensar que cada madre o padre que ven por primera vez los ojos de sus hijos, sienten la necesidad de buscar la forma de transformar el país para que sea un mejor lugar para nuestros hijos.

Yo pienso celebrar el 15 de septiembre del año 2020 con mi Mundo con mucho más bombos y platillos que el Bicentenario del 2010. En el 2020 vamos a conmemorar el bicentenario y centenario de la terminación de hostilidades de dos guerras que resultaron en la muerte y miseria de miles de mexicanos. Espero también que cuando celebre el cumpleaños 10 de mi hijo, estemos también reconociendo que en México se empezó una nueva etapa de mejoras económicas, seguridad e igualdad. Quiero pensar que la crisis económica y de violencia de la década del 2010 se tradujo en que tuvimos la capacidad como sociedad de crear los consensos nacionales para aspirar a un México diferente y mejor que el México del año 2010. ¿Podemos cambiar el país en 10 años?

Eso fue lo que vi en los ojitos mi Edmundo Bicentenario.

Chávez puede perder aún ganando

Andrés Oppenheimer
El Informe Oppenheimer
Reforma

Si a la Oposición le va bien el domingo, su presencia en la Asamblea Nacional podría marcar un parteaguas

No es necesario esperar hasta el día siguiente de las elecciones legislativas de Venezuela del domingo para hacer un análisis, indicó hace unos días la columnista argentina Carolina Barros. Ya conocemos cual será el resultado: otro triunfo más para el Presidente Hugo Chávez, escribió.

¿Están en lo cierto ella y otros observadores extranjeros que predicen un triunfo inevitable de Chávez, gracias a un proceso electoral fraudulento? ¿O la Oposición podría sorprendernos con una victoria, como ocurrió en el referendo constitucional de 2007, en el que Chávez estaba buscando poderes aún mayores?

La columna de Barros en The Buenos Aires Herald afirma, correctamente, que las autoridades electorales de Venezuela, controladas por Chávez, han creado distritos electorales de tal manera que a la Oposición le será prácticamente imposible ganar una mayoría parlamentaria en la Asamblea Nacional, de 165 escaños, aún si gana más de la mitad de los voto.

En efecto, gracias a nuevas leyes electorales impulsadas por el Gobierno, los estados chavistas gozan de una representación parlamentaria mucho mayor que los estados antichavistas.

Como señaló el encuestador venezolano Luis Vicente León en la Conferencia de las Américas organizada por The Miami Herald y el Banco Mundial la semana pasada, elegir a un solo congresista requerirá sólo 20 mil votos en el escasamente poblado estado de Amazonas, controlado por Chávez, mientras que requerirá casi 400 mil votos en el estado densamente poblado de Zulia, donde hay una mayoría opositora.

De esta manera, la Oposición podría ganar el voto popular, pero Chávez seguirá teniendo mayoría en la Asamblea Nacional.

Por añadidura, Chávez controla gran parte del tiempo televisivo venezolano, gracias a la censura -incluyendo la clausura en 2007 de la cadena televisiva independiente RCTV-, la intimidación de las empresas mediáticas con acciones judiciales contra sus propietarios, y al dinero desembolsado por el Estado en publicidad oficial.

Finalmente, Chávez tiene otra ventaja importante: es probable que algunos potenciales votantes de la Oposición no asistan a las urnas porque están convencidos de que la elección será fraudulenta. O tal vez se queden en casa porque creen que incluso si la oposición resultara victoriosa, Chávez no acataría el mandato de las urnas, y ordenaría al actual Congreso que se autodisuelva y cree un nuevo órgano legislativo que apoye incondicionalmente al Gobierno.

Pero pese a que los dados están cargados a favor de Chávez, los encuestadores prevén un final ajustado para el domingo.

La empresa encuestadora venezolana Hinterlaces dice que 34 por ciento de los probables votantes planean votar por candidatos de Oposición, mientras que 32 por ciento planea hacerlo a favor de candidatos chavistas, y el resto está indeciso o votará por candidatos independientes. Aún así, la Oposición ganaría sólo 69 bancas en el Congreso, mientras que el Gobierno obtendría 96 bancas, afirma.

Otra encuesta realizada por la empresa venezolana Datanálisis revela que 27 por ciento de los probables votantes planea votar por candidatos chavistas, 25 por ciento por candidatos de la Oposición, y el resto está indeciso o votará por candidatos independientes. Ambas encuestas tienen un margen de error de 3 por ciento, haciendo el resultado aún más imprevisible.

"Lo que se juega el domingo no es la mayoría en el Congreso, porque la mayoría la va a tener Chávez en cualquier escenario", me dijo León, de Datanálisis, esta semana.

"Lo que se juega es si la Oposición puede romper la mayoría del 66 por ciento de Chávez en el Congreso, que le permite a Chávez gobernar por decreto y nombrar unilateralmente poderes públicos como el Fiscal General o el Tribunal de Justicia".

Mi opinión: Estoy de acuerdo. Tal como afirman acertadamente Barros y otros observadores del caso venezolano, las reglas están escritas como para que Chávez conserve una mayoría parlamentaria.

Pero si la Oposición logra pasar de no tener prácticamente ninguna representación parlamentaria -fruto de su desastrosa decisión de boicotear las elecciones legislativas de 2005- a obtener una minoría de 58 bancas en la Asamblea Nacional, podrá bloquear algunos nombramientos presidenciales en puestos claves. Y si la Oposición consigue una minoría parlamentaria de 67 bancas, hasta podría bloquear la capacidad de Chávez de gobernar por decreto, y estaría en capacidad de iniciar investigaciones parlamentarias sobre la masiva corrupción gubernamental.

En suma, si es que podemos calificar de "victoria" al resultado de un proceso electoral fraudulento, Chávez va a ganar. Pero si a la Oposición le va bien en las elecciones del domingo, su nueva presencia en la Asamblea Nacional -combinada con la economía de peor desempeño de Latinoamérica, un índice inflacionario de 30 por ciento y la creciente escasez de alimentos- podría marcar un parteaguas en la historia reciente de Venezuela.

El escorpión Santos ataca de nuevo

Fran Ruiz
fran@cronica.com.mx
La aldea global
La Crónica de Hoy

¿Se acuerdan de la fábula del escorpión y la rana, ésa en la que el primero engaña al segundo, haciéndole creer que era bueno y que la ayudaría a cruzar el río, pero a mitad de trayecto le clavó el aguijón y se disculpó alegando que ésa era su naturaleza? Pues bien, esta historia parece, en parte, salida del cuento; y digo en parte porque en realidad no hay ranas de por medio, ya que los protagonistas son escorpiones. Me explico.

Juan Manuel Santos era un escorpión que golpeaba con dureza a las FARC en su época de ministro de Defensa colombiano, pero que cuando se convirtió en presidente de la república vendió una imagen muy domesticada de sí mismo, incluso conciliadora con quienes habían sido sus acérrimos enemigos. ¿Se había convertido en rana, en escorpión sin veneno? No, había truco.

Veamos ahora la contraparte. La antes guerrilla colombiana, mejor conocida ahora como cártel terrorista de las FARC, siempre ha sido un escorpión, pero, tras sucesivos golpes durante los años de azote de Álvaro Uribe, tras la muerte del fundador de la banda, Tirofijo, y tras la llegada al poder de Santos, acompañado de sus reiterados llamados al diálogo, la acosada guerrilla trató de venderse como “organización beligerante” dispuesta al diálogo. ¿Qué ocurre, se habían convertido los terroristas en ranas bondadosas, después de décadas de ataques al Estado y a la población? Desde luego que no; también había truco.

Lo que ha pasado estas primeras semanas de Santos en el poder es que ambas partes trataron de engañarse mostrándose como escorpiones inofensivos, incluso dialogantes. En definitiva, aparentaron lo que no eran.

Sin ir más lejos, las FARC respondieron hace dos días a los llamados al diálogo de Santos con un comunicado en el que mostraban su disposición a sentarse en una mesa de negociaciones cuanto antes. Hasta aquí, todo bien, pero la guerrilla cometió el error que Santos quería oír: la condición para el diálogo era que no iban a deponer las armas. El mensaje de la banda mostraba por un lado su extrema debilidad y su necesidad imperiosa de negociar; pero, por otro lado, se negaba a hacer un gesto humanitario, liberando a sus rehenes o declarando un alto el fuego. Los de las FARC habían picado en el anzuelo y el escorpión Santos ya no tenía necesidad de seguir aparentando lo que no era. El resultado ya lo conocemos: bombardeo al santuario de las FARC en la selva y la muerte de su jefe más sanguinario.

La eliminación de Mono Jojoy deja así a los guerrilleros sin su jefe de operaciones militares, el que mejor conocía el combate desde la selva, el que más daño podía hacer con sus emboscadas a las tropas militares y policiales que los persiguen sin tregua, el más sanguinario de todos.

Por otro lado, su muerte significa el encumbramiento de Santos como “bestia negra” de la guerrilla de las FARC (de lo que queda de ella). Para quienes criticaban que sólo Uribe era capaz de derrotar a la narcoguerrilla y temían que el antiguo escorpión Santos se había transformado en Bambi, el aguijonazo de ayer directo al corazón de las FARC es la prueba de lo contrario… y su gobierno no ha hecho más que empezar.

Viendo este panorama, es muy probable que Santos pase a la historia como el presidente colombiano que enterró a las FARC.

Populismo tributario priista

Francisco Martín Moreno
Escritor
fmartinmoreno@yahoo.com
Excélsior

Si el PRI realmente quisiera dar un paso al frente para fortalecer las finanzas públicas y proteger a quienes menos tienen, se debería generalizar, en términos absolutos, el IVA.

Para Alberto López de Nava.

Cuando el PRI propone bajar un punto del IVA de 16 a 15%, en realidad, no está sino cayendo, una vez más, en una actitud populista que demuestra su incapacidad permanente y anacrónica de aprender y de enfrentar la realidad de nuestro país. Es falso, a todas luces, que la razón para proponer la reducción del IVA descanse en los subejercicios presupuestarios del gobierno de Felipe Calderón. Si bien es cierto que estos se han dado, todavía no concluye el ejercicio fiscal, por lo que la posición política del PRI sólo puede responder a un propositivo electorero, vulgar y antipatriótico.

Si el PRI, el que se dice un instituto político moderno que ha dejado atrás la charlatanería y la verborrea, realmente quisiera dar un paso al frente para fortalecer las finanzas públicas y proteger a quienes menos tienen, se debería generalizar, en términos absolutos, el IVA, de tal manera que ya no hubiera contribuyentes exentos en medicinas y alimentos. De esta suerte no sólo se evitaría ya que el fisco tuviera que devolver a las grandes empresas enormes cantidades mensuales que sangran las arcas nacionales, sino que se cancelaría uno de los más populares deportes mexicanos, como sin duda lo es, la evasión tributaria. La recaudación federal aumentaría sustancialmente con la generalización del IVA, sin lastimar a millones de mexicanos que compran sus comestibles en los mercados sobre ruedas y reciben sus medicinas en el Instituto Mexicano del Seguro Social.

Si el PRI contemplara el futuro con audacia se debería aumentar el IVA hasta 23%, incluyendo obviamente medicinas y alimentos, para que, con dicho incremento tributario se pudieran derogar los impuestos a las nóminas, uno de los grandes obstáculos para la contratación de trabajadores formales que implican cargas para los empresarios que pueden llegar hasta 50% del sueldo del empleado. Si se eliminaran los impuestos a las nóminas se asestaría un golpe directo a la informalidad, puesto que sería muchísimo más barato crear una plaza de trabajo legal. Se permitiría extender el seguro de invalidez y de vida a 41 millones de trabajadores en comparación con los 14 millones que hoy lo disfrutan; millones de trabajadores, ya incorporados a la formalidad, podrían disfrutar los beneficios del Infonavit; se protegería a todos los trabajadores asalariados con un seguro de desempleo; se lograría la legalización de cientos de miles de empresas pequeñas que ya podrían acceder al crédito y a la banca; se incorporarían 26 millones de trabajadores al sector formal con las consecuentes ventajas en el ahorro nacional a través de las Afores. En síntesis, al anular el costo de contratación legal de los trabajadores se disparará el empleo, se incrementará el ahorro con sus enormes beneficios a través de las cuentas de Afore. Que el incremento del IVA a 23% creará una burbuja inflacionaria, es absolutamente cierto, sólo que ésta durará un año y las ventajas que se desprenderán de esta medida durarían para toda la vida protegiendo valientemente a quien no tiene.

A quién quiere engañar otra vez este priismo tramposo que parece no haber aprendido nada, nada, de nada.

Por si lo anterior fuera insuficiente el PRI también tendría que saber y entender que el famoso Seguro Popular no sólo implica una duplicación en el otorgamiento de servicios de salud pública que implica más burocratización, sino que además beneficia a muchos trabajadores informales dedicados a la piratería y al contrabando que enajenan sus productos en plena vía pública. Dichos comerciantes tan ilegales como indeseables, se encuentran dados de alta, como desempleados, en el Seguro Popular, para tener la protección de la Secretaría de Salud. Ahora resulta que un sujeto que se dedica al contrabando, que lastima al fisco y a las empresas mexicanas, que ayuda a la creación de empleos en otros países, que no paga impuestos por las operaciones mercantiles que lleva a cabo, un delincuente vulnerable en diversos aspectos de su quehacer económico, es premiado por el gobierno federal con el seguro de gastos médicos para él y para su familia entre otros beneficios. Es rentable vivir en la economía informal por todos los privilegios que esto reporta.

El IVA generalizado es la gran solución, no sólo de cara al incremento sensible de la recaudación por haber evitado lagunas, sino porque al hacerse el fisco de más recursos, obviamente podrá enfrentar con más éxito sus objetivos de desarrollo social. Un fisco fuerte tiene evidentemente mucha más capacidad para rescatar de la miseria a los millones de mexicanos que penosamente subsisten en la marginación, que un fisco que únicamente recauda 9% del PIB. Un fisco fuerte cuenta con más presupuesto público para construir más obras de infraestructura, dotar con más y mejores servicios a la comunidad, más y mejores sistemas de impartición de justicia, más solidez institucional, más y mejor educación, más democracia, más desarrollo político, más certeza y oportunidades de negocios para los inversionistas nacionales y extranjeros, más posibilidades de abrazar más proyectos sociales, culturales y económicos y a la inversa.

¿El fin de las ideologías?

Héctor Aguilar Camín
acamin@milenio.com
Día con día
Milenio

Confundir el fin con los medios, el principio con los instrumentos, es un error común de gobiernos y ciudadanos. Me referí aquí a la conversión del IVA en una cuestión de principios, cuando no es sino un instrumento.

Los procesos electorales inducen también a la confusión de fines y medios. De pronto, en la vida democrática de cada día, ganar el poder deja de ser un medio para volverse un fin. Partidos y candidatos pasan de querer ganar elecciones para algo a ganarlas por ganarlas.

México lleva al menos una década metido en esa confusión, frecuente de la vida democrática. Como hemos recordado Jorge Castañeda y yo en Un futuro para México, llevamos al menos dos elecciones presidenciales sin preguntarnos para qué sería usado el poder que esas elecciones otorgaron.

Las elecciones del año 2000 fueron un plebiscito sobre si sacar o no al PRI de Los Pinos. Nunca hubo la pregunta de qué país o qué tipo de gobierno se quería construir después del PRI.

Las elecciones de 2006 fueron un plebiscito sobre si López Obrador o Calderón debían llegar a Los Pinos. Nunca hubo la pregunta seria de qué proyecto de país o de gobierno debía ganar.

Las elecciones son en gran medida sobre candidatos (y spots) más que sobre proyectos. Pero una democracia instrumental en la que lo único que verdaderamente cuenta es cómo ganar el poder, parece una perversión de la democracia.

La batalla de las alianzas que libran hoy el PRD, el PAN y el PRI tiene en su fondo una confusión radical de medios y fines. Lo que importa en ambos bandos es ganar. Ya se verá después para qué.

La confusión diluye aún más, si eso fuera posible, la diferencia de proyecto y programa entre las fuerzas contendientes.

Para todo efecto práctico el PAN resulta indistinguible del PRD, pues para aliarse ambos tienen que borrar o posponer sus diferencias. Hecho esto, acaban distinguiéndose en nada del PRI.

La facilidad con que se dan estas alianzas alienta mi sospecha de que la puja electoral de estos años ha aplanado las diferencias ideológicas de los partidos, que se distinguen hoy por sus personas más que por sus proyectos de nación y de gobierno.

Podría no ser del todo una mala noticia: partidos intercambiables en el poder cuya única medida de legitimidad y credibilidad sea la eficacia. Políticos sin ideología ni convicciones mayores, llevados por el vaivén de la realidad y las exigencias ciudadanas.