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Excélsior
El derrocamiento de la tiranía encabezada por Fulgencio Batista por parte de Fidel Castro, por supuesto que tampoco significó la llegada de la democracia a la más grande de las Antillas.

En la China de nuestros días es evidente la existencia de una tiranía que no ha sido suavizada, ni mucho menos, a partir de los acontecimientos sufridos en la Plaza de Tiananmen, en donde fueron masacradas miles de personas que pedían libertad. Algo similar había acontecido lamentablemente en México en 1968 y, a pesar de lo anterior, la "dictadura perfecta" tampoco entendió el significado del doloroso grito de Tlatelolco. Sin embargo, China logró rescatar a 300 millones de chinos de la miseria en tan sólo 15 años mediante la aplicación de principios capitalistas y de apertura económica que permitieron que, el ahora gigante chino, se apropiara de manera arrolladora de una buena parte de los mercados mundiales. China entendió finalmente el peligro del amurallamiento y se abrió al mundo para generar cientos de miles de millones de dólares en reservas y poder así construir 25 aeropuertos simultáneamente, además de presas, vías férreas, puertos, carreteras, universidades, tecnológicos, academias, hospitales a lo largo y ancho de aquel país. Es evidente que en China no existe el derecho de amparo cuando se trata de una decisión tomada por el gobierno. La nueva carretera o la obra de que se trate se construirá, se ahoguen o no, millones de personas al edificar la cortina de una presa o quedarán sepultados bajo los trascabos al trazarse una carretera. Las garantías individuales simple y sencillamente no existen, tal y como ha quedado demostrado, una vez más, ahora a través del otorgamiento del Premio Nobel a Xiaobo, un pensador inconforme que ha sido recluido en la cárcel por pensar diferente a lo establecido por la dictadura china.
Existen entonces dictaduras que aprovechan la inexistencia de las garantías individuales y el atropellamiento de los más elementales derechos humanos para mejorar sensiblemente los niveles de vida de la población, así como otras tiranías, como la coreana y la cubana, que acaban con cualquier esperanza de bienestar de sus respectivas naciones. No se trata de justificar ninguna dictadura, ni de derecha ni de izquierda, la idea simplemente consiste en buscar al menos algo de bueno que pudieran tener estas brutales imposiciones. La tiranía china encabezada por déspotas ilustrados como Deng Xiao Ping o la de Singapur presidida por Lee Kuan Yew o la chilena de Pinochet son ejemplos de lo que pueden lograr algunos despreciables tiranos a pesar de ser unos bárbaros asesinos.
En el caso de México ya padecimos dictaduras personales, así como dictaduras de partido y, en ambos casos, el fracaso más escandaloso coronó todos los empeños. En el caso de Porfirio Díaz, un país dominado y controlado por 850 familias condujo a una pavorosa revolución al concluir 34 años de autoritarismo. De Victoriano Huerta ni hablemos, pero si hablemos de la dictadura perfecta que, aun cuando sexenal, en lugar de haber rescatado a millones de personas de la miseria solamente aumentaron el número de miserables para superar hasta 60% de la población que vive en condiciones indignas. La dictadura china y la de Singapur al menos lucharon con éxito por mejorar el nivel de vida de la población, en el caso mexicano la "dictadura perfecta" no aprovechó la cancelación indigerible de garantías individuales, como en el caso de la porfirista para generar abundante riqueza y repartirla talentosamente entre la población desesperada.
La única opción para México es la democracia a pesar de todos sus defectos y debilidades, en tanto continúa la parálisis legislativa con todas sus consecuencias.