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Profesor de Humanidades del ITESM-CCM
El Universal

Visto desde el otro lado, la producción de jóvenes capaces de convertirse en líderes sociales en diversas áreas (investigadores, innovadores, emprendedores, líderes en medios y política), el resultado es igualmente deplorable. Entre 5 y 6 mil jóvenes, cada año, alcanzan el nivel que la OCDE califica como “excelencia” el 0.3% de cada generación, que se compara muy desafortunadamente con el 1.5% que coloca Brasil en ese nivel, o las cifras espectaculares de países como Finlandia, Japón, o Corea, que rondan el 20%.
Indudablemente, deben existir varios factores que provocan este resultado. Sabemos, gracias a la prueba ENLACE, que la secundaria es peor que la primaria. Pero no sabemos si los niveles siguientes continúan con el derrumbe, o logran mejorar un poco las capacidades de los jóvenes. Por lo que puede desprenderse de los programas de estudio de media superior, el derrumbe continúa en ese nivel.
Es muy posible que el crecimiento explosivo de la matrícula en secundaria, ocurrido en los últimos 15 años, tenga mucho que ver con su bajo nivel, pero no lo sabemos con certeza. En primaria, ese salto en cobertura ocurrió en los 70, pero tampoco podemos saber si la baja calidad proviene de ese crecimiento, o de la reforma educativa promovida por Echeverría al inicio de los 70.
Lo que sí sabemos es que hoy todavía estamos dedicando un tiempo excesivo al estudio de Ciencias Sociales en la educación básica, es decir, primaria y secundaria. Los niños en México dedican la cuarta parte de su tiempo a aprender Ciencias Sociales, más del doble de lo que dedican en cualquier país de la OCDE, o en Chile, por poner un ejemplo.
Pero no sólo dedicamos un tiempo absurdo a estas materias, además los programas de estudio tienen un carácter doctrinario: la escuela en México no es para que los niños aprendan actitudes y habilidades para tener éxito en su vida adulta, sino para que desde niños aprendan a respetar a esa construcción cultural que es la Revolución. Y como el tiempo y las capacidades son finitas, este adoctrinamiento les impide aprender a pensar. El sistema educativo mexicano está hecho para producir súbditos del régimen de la Revolución, no ciudadanos libres.
Todavía hoy, los libros de texto gratuito reproducen esa versión de la historia nacional construida para darle legitimidad a los ganadores de la guerra civil. Siguen siendo, en buena medida, la traducción de los murales y almanaques que sirvieron en los años treinta y cuarenta para convencer a los mexicanos de la Revolución, como la lucha colectiva en contra de la dictadura y a favor de la justicia social, en contra del empresariado y a favor de obreros y campesinos, en contra del imperialismo y a favor del nacionalismo revolucionario. Todavía hoy.
Por eso es absurdo quejarse de que nos faltan empresarios en México, si educamos a los niños para que los aborrezcan; por eso no tiene sentido pedirle a los adultos que respeten la ley, cuando aprenden desde niños que los triunfadores son los que la violan; y, todavía peor, por eso no podemos pedirle a los mexicanos que piensen, cuando aprenden desde niños a no hacerlo, a que es mejor aprender de memoria, repetir, subordinarse a su revolucionario profesor. Dos de cada tres quedarán incapacitados a los 15 años de edad.
Y es que los cuentos que aprenden desde niños determinan lo que son capaces de entender de adultos. Su percepción del mundo entero queda limitada por ese aprendizaje, de forma que no debe maravillarnos el éxito de ciertos políticos, de ciertos medios de comunicación, o de ciertos autores. Cuentan los mismos cuentos que los mexicanos aprendieron desde niños.
Desafortunadamente, ese aprendizaje impide a los mexicanos convertirse en ciudadanos libres, y por lo tanto no permite que México sea democrático, competitivo y justo. Y ya de adultos, incapaces de entender la contradicción en que viven, inventan culpables y conspiraciones para no perder la razón. Se entiende, sin embargo es inaceptable.