Reforma

No escribía para sus colegas sino para cualquiera con interés en las ideas. El fin de la ideología fue considerado por el Times Literary Supplement como uno de los libros de reflexión más influyentes de las últimas décadas. La ideología cuya muerte anticipaba en el título era esa especie de religión secular que enciende la pasión política: un cuerpo de ideas que lo explican todo, que exigen adhesión absoluta y que pretenden cambiarlo todo. La ideología de la que habla Bell ofrece una brújula para orientarse en el mundo: un atajo para saber en dónde se encuentra uno y a dónde nos dirigimos. Nociones herméticas que se separan de los intereses materiales de la gente. El adelanto de Bell era que esas ideologías totalizadoras irían perdiendo fuerza frente al cálculo de lo conveniente. La política dejará de regirse por grandes banderas para seguir los acomodos del pragmatismo. El tono de Bell era ciertamente antirromántico, pero no cínico. Enfriaba los ardores de la política ideologizada para saludar el valor de ideas concretas y negociables, para darle la bienvenida a propuestas atractivas que no necesitaban cobijarse en una visión del universo.
En México podríamos celebrar igualmente el ablandamiento de los linderos ideológicos, la porosidad de las ideas, la inmersión en lo concreto. Los extremos se han ido diluyendo y parece haber una competencia por el centro político. Todo esto parece natural por las condiciones de competencia y hasta benéfico. Pero lo que hemos visto en las últimas jornadas va más allá de un enfriamiento. No hemos presenciado el eclipse de las ideologías sino la demolición de cualquier referente. No extraño en las campañas locales un fogoso litigio entre comunistas y cristeros, lamento su sinsentido, la ausencia absoluta de claves para descifrar su significado. He leído varias veces los reportajes que dan cuenta de las marometas, brincos y traspasos de la clase política de Baja California Sur. Francamente no entiendo nada. Sé que un exdirigente del PRD de aquellos tiempos de la dignísima resistencia contra el "fraude" ha respaldado al abanderado del PRI y es, al mismo tiempo, candidato del partido del clientelismo magisterial. Por fortuna no esconde sus luces: "Lo importante -dice- son las personas, no los partidos". En Guerrero un priista le ha ganado al PRI para recibir el aplauso entusiasta... del PAN. Ese partido que hablaba de la necesidad de cultivar con paciencia cuadros y simpatizantes se entrega a la idea de que no hay elección tras la siguiente y que lo único que vale es que pierda el PRI. Los herederos de Gómez Morin no tienen empacho de festejar a los priistas que, con métodos priistas, son capaces de ganarle al PRI.
Insisto: no se trata de exigir certificados de pureza. Toda política abierta implica el derecho a la infidelidad. Pero lo que está pasando en México alcanza niveles francamente grotescos. No es extraño que tengamos uno de los niveles más altos de insatisfacción con la democracia en el continente. A la política democrática no solamente le exigimos eficiencia, también le demandamos brújula: un arreglo que nos permita identificar en los partidos una tradición y ciertas persuasiones. Lo que vemos es el circo desvergonzado del personalismo. La alianza opositora debe postular a Enrique Peña Nieto como candidato a la Presidencia de la República. Podría evitar la desgracia de que ganara el PRI.
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