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Interludio
Milenio

Pero, a ver: ¿cómo es que una sociedad entera se somete a un sátrapa del pelaje de Gadafi y cómo es que en Cuba se tragan el cuento de que una dinastía de dictadores puede encarnar el sueño de la revolución socialista? Y, trayendo las cosas a un ámbito más doméstico ¿cómo es que un líder sindical, el tal Napoleón, no solamente le birla a sus agremiados millones de pesos sino que se arroga insolentemente el derecho de seguir representando a los mineros de México? ¿No es su figura, acaso, lo más parecido que tenemos a un tirano norafricano?
En este país, los gobernantes, más allá de las trapacerías que puedan perpetrar algunos y de los privilegios otorgados a la clase política, no son ni lejanamente los personajes más dictatoriales del ecosistema. Tan dudosa distinción la ostentan los dirigentes de unas organizaciones laborales que desconocen, por principio, cualquier atisbo de transparencia, democracia y rendición de cuentas. Son ellos quienes imponen su voluntad a la mayoría y quienes dictan las reglas del juego: manejan a su antojo las cuotas sindicales, se reeligen sin mayores problemas y se trasmiten el poder de padre a hijo. No ha habido, sin embargo, una revolución en estos pagos. Ni parece que vaya a haberla.
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