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Reforma

La semana pasada nuevamente hubo un incidente con el presidente municipal de Ciudad Juárez, Héctor Murguía Lardizábal, cuando la Policía Federal detuvo la caravana en la que se transportaba. Los detalles son confusos, pero el alcalde se enojó fuertemente por la forma en la que fue interceptado, mientras que la Policía Federal alegó que sólo hacía su trabajo. El presidente municipal argumentó que a estas alturas debían tener bien identificado a su convoy (ya le mataron a un escolta en incidente similar hace poco) y los regañó: "ustedes no mandan en la ciudad" (Reforma, mayo 5, p. 12). Para hacer más complicada la ecuación, el secretario de Seguridad Pública de ese municipio, Julián Leyzaola, cuyo jefe es el alcalde de Juárez, ha afirmado que al menos una cuarta parte de los policías municipales tiene vínculos o está coludida con los criminales (La Razón, mayo 9, p. 6). A saber entonces quién manda.
Al día siguiente la Policía Federal en su defensa alegó que la caravana del presidente municipal iba con exceso de velocidad. La verdad casi todos quienes traen guardias lo hacen. Para eso es el poder: para no respetar las reglas, mucho menos las de tránsito. Sería la policía de tránsito, en todo caso, según el presidente municipal de Juárez, la encargada de hacer respetar los reglamentos correspondientes, esto en una ciudad donde un gran número de autos no traen ni placas, son chuecos. A saber cómo se puede mandar así.
La espiral de la violencia no sólo mata, erosiona aún más el tejido social, incluyendo ya no vernos los unos a los otros como resultado de los muros altos y los parabrisas oscurecidos. Unos se protegen legítimamente, otros se escudan para delinquir. Si bien el refugio de Bin Laden era inusualmente robusto una vez que se conocen los detalles de su construcción, no es excepcional que en Pakistán o en México alguien se esconda detrás de grandes muros y los vecinos piensen que es un empresario acaudalado. En los tranquilos suburbios de Estados Unidos no hay bardas, aunque así lo deseara alguien celoso de su intimidad. El principio de esa vida comunitaria es que nadie puede esconderse del resto de la gente.
La desigualdad contribuye a generar violencia. Una de las razones de ello es la ruptura de los espacios comunes. Quienes pueden lo compran todo y se aíslan tras rejas o vidrios polarizados. En su burbuja no les importa si el Estado provee bienes públicos, incluido seguridad.
Hay una discusión académica en Estados Unidos sobre el impacto de las cercas que separan a la comunidades, las llamadas gated communities. Para muchos urbanistas simplemente trasladan el crimen hacia los ciudadanos con menos recursos. Un forma más de desigualdad. Algo similar pasó tras la primera gran oleada de secuestros en la Ciudad de México en los años noventa, los ricos se protegieron y el secuestro se propagó en la población y paradójicamente perdió importancia mediática.
También en la Ciudad de México, una década antes, hubo una oleada de secuestros supuestamente en manos de policías judiciales o sus asociados, llamados madrinas. Para secuestrar utilizaban autos con vidrios polarizados. La reacción del gobierno fue prohibir los vidrios polarizados y este tipo de crimen disminuyó drásticamente. Con la misma lógica el gobierno de la ciudad obliga hoy a los taxistas a encender una luz durante la noche.
Con la apertura del sector automotriz se empezaron a importar autos con diversos grados de polarización, mismos que tenían que ser autorizados por el gobierno para cumplir con cierta norma de visibilidad. Hoy ya no es tema si no se ve nada al interior del vehículo. Nunca ha sido un debate el tamaño de los muros.
Es comprensible que el ciudadano busque protección en su auto y en su casa, pero el resultado es más segregación y más obstáculos para la acción de la autoridad. En México hay pocos estudios sobre el impacto de calles cerradas, autos con vidrios polarizados y otras formas de aislamiento y exclusión. Recomponer el tejido social incluye el que todos nos demos la cara cuando circulamos y que nuestras casas no sean fortalezas inexpugnables donde cualquiera se puede esconder.
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