junio 27, 2011

Reflexiones sobre el diálogo

Denise Maerker (@Denise_Maerker)
Atando Cabos
El Universal

El evento del jueves pasado no fue uno más en nuestra historia. Se equivocan quienes se desembarazan aprisa del esfuerzo de tener que pensar descalificándolo todo. Desde las antípodas ideológicas lo han festejado Enrique Krauze, que lo calificó como “uno de los actos más dramáticos y significativos” que ha presenciado y que nos recuerda que el sistema en el que nacimos “estaba construido en torno a la verdad oficial y al monólogo presidencial”, y Miguel Ángel Granados Chapa, que asegura que “algo cambió en la relación de gobernantes y gobernados” ese día porque “por primera vez en la historia estuvieron frente a frente, cara a cara, las víctimas y el poder”.

—¿De qué se sorprenden? —dicen algunos—, así debería ser siempre. Así nunca ha sido, valdría la pena recordarles.

Que sólo fueron palabras. La palabra nunca ha sido poca cosa porque sirve para construir la visión que tenemos del mundo y, por tanto, determina las acciones que emprendemos. Si cambiamos la definición de un problema cambiamos las acciones que suscita.

Que no se ganó nada. El evento es un triunfo en sí mismo y si logra sacar de la oscuridad a las víctimas e imponer una política de la memoria y la reparación del daño se habrá dado un paso de gigante.

Que el Presidente no se arrepintió públicamente. Tenía muchas razones para pedir perdón, no para asumir como propios los 40 mil muertos, pero sí por la criminalización de todas las víctimas, sí por los excesos y errores de las fuerzas federales, sí por los intentos de encubrir esos errores mintiéndonos y sí por la sordera y el rechazo de todo su gobierno frente a ese dolor que sienten o imaginan subversivo.

Que no aceptó cambiar de estrategia. Imposible e impensable que lo hubiera hecho. Él cree en lo que hace y nos lo dijo con vehemencia. No vio ni ve otro camino. Pero oyó lo que le dijo Javier Sicilia, una y otra vez, y el efecto de esas palabras es por lo pronto una incógnita. Una de las condiciones de entrar a un diálogo genuino es apostar a que las razones de uno son tan fuertes y fundadas que terminarán por modificar la posición del otro. Terminarán sí, mas no borrarán de tajo y de inicio lo que el otro piensa como si sus posiciones no estuvieran, como las nuestras, arraigadas en una experiencia y en una visión del mundo.

Que no se detendrán los muertos. Pedir lo imposible es lo propio del radical que busca el choque y no el cambio. El diálogo del jueves desafía a quienes se sienten cómodos en el enfrentamiento sin tregua de “los buenos” contra “los malos”. Disentir desde lo más profundo pero descubrir que al otro lo mueven intenciones loables es mucho más desafiante que imaginarlo intrínsecamente perverso. Dialogar no es traicionar ni transar y para mostrar un disenso de fondo no hace falta ni odiar ni recurrir a vociferaciones e insultos.

Que ganó Calderón. Sí porque nunca lo habíamos visto defender de forma tan personal y con tanta convicción las decisiones que ha tomado y que han marcado a su gobierno y al país. Heroicas o equivocadas, son decisiones en las que cree y de las que se hace totalmente responsable. Vimos también algo de él que ya se sabía: su decisión de rodearse de colaboradores de poca estatura, incapaces de elevarse sobre su posición burocrática y conectar emocional e intelectualmente con sus interlocutores. Estaban ahí para ayudarlo y fue él el que acabó ayudándolos a ellos.

Que el poder ya no es lo que era. Lo sabíamos, pero el Presidente con signos visibles de impotencia nos lo recordó: que se hacen cosas sin que se entere, que no basta con que él crea que alguien hizo algo para que lo encierren, que los gobernadores son virreyes que hacen o no hacen según su real gana.

No sólo ganó Calderón, ganó Sicilia, que ha transformado su dolor en un motor fuerte y generoso al servicio de muchos. Ganaron las víctimas que ahora serán escuchadas por el Congreso y el Poder Judicial. Ganó la democracia y, por todo eso, ganamos todos.

No hay comentarios.: