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La aldea global
La Crónica de Hoy

Esa revuelta popular, que se extiende por otros países europeos no ha cruzado el Atlántico. ¿Quiere decir esto que no hay indignados en México? Seguro que sí, millones, pero, o no se ha dado el momento o hay miedo a que se apropie de ese espíritu un partido o el hartazgo paraliza a la sociedad. A la espera de que este momento llegue, expongo cosas que me indignan.
Me indigna, por ejemplo, que el pueblo de Estados Unidos sea tan insensible que no le importe el tráfico de armas hacia México, con las que han sido secuestradas, asaltadas y asesinadas decenas de miles de mexicanos; me indigna que los estadunidenses no obliguen a sus gobernantes a que frenen ese comercio de la muerte, y todo por una estúpida enmienda escrita hace siglos por unos fundadores que se morían de miedo cuando veían indios y decidieron que tener armas en casa era un derecho sagrado.
Me indigna, en consecuencia, que el gobierno de México no sea capaz de denunciar a su vecino del norte —ante tribunales internacionales si es necesario— por no luchar contra este tráfico de armas. Se agradecería, al menos, de nuestros gobernantes la misma dureza con la que Washington impone a México su estrategia para combatir el tráfico de la droga. En este contexto, me parece aberrante que el gobierno de México no reaccione con mayor dureza ante escándalos como el de “Rápido y furioso” y no exija la cabeza de los funcionarios que lo autorizaron y que por su culpa más mexicanos se sumaron a esa larga lista de muertos.
Me indigna la ceguera del presidente Calderón, que se niega a legalizar las drogas y apuesta por la vía exclusiva de la represión y la guerra, de igual manera que me indigna la hipocresía de los que abandonan el cargo, como Fox o Zedillo, y luego, desde la tranquilidad del que ve el toro desde la barrera, se muestran convencidos de que la solución pasa por la legalización.
Considero tan trágica la decisión suicida de Calderón de declarar la guerra al crimen organizado, sin prever el nivel de penetración del narco en el Ejército y la policía, como falsa y oportunista las críticas de los priistas, que olvidan que cuando su partido gobernaba la corrupción estaba de tal manera extendida que el crimen se coló tranquilamente en el país.
Este cáncer de la corrupción es particularmente indignante en lo que concierne a la Justicia. Vivir en México y no tener dinero o buenos contactos significa que las probabilidades de que un crimen quede en la absoluta impunidad supere el 90 por ciento. ¿No es para salir a la calle y gritar de indignación? Es lo que llevan haciendo desde hace tres años los padres de los nueve jóvenes que murieron en la discoteca News Divine: le gritan al gobierno de Marcelo Ebrard que persiga de una vez por todas a los culpables, que están en la calle porque pertenecen a ese círculo privilegiado de los que están por encima de la ley, como exalcaldes, expresidentes, exlegisladores, exgobernadores, empresarios, hijos de exprimeras damas… o dueños de guarderías, como ABC, donde la muerte de 49 niños y las lesiones de por vida de otros 70 no son suficientes para que sus dueños sean juzgados y reciban un castigo.
Esa misma pasividad de los poderes a la hora de impartir justicia es la que vemos cada día en la Ciudad de México, donde el derecho a manifestarse se ha convertido en un abuso de tal magnitud que la capital está virtualmente secuestrada. Cualquiera puede cortar la calle y protestar por algo sin que las autoridades hagan nada para evitarlo y ante la mirada impasible de la policía. El derecho legítimo del trabajador a reclamar sus derechos ha dado paso a la conversión de los sindicatos en organizaciones especializadas en el chantaje al gobierno con plantones y marchas para obtener dinero y privilegios. El daño que han hecho, por ejemplo, los profesores a generaciones enteras de estudiantes oaxaqueños es incalculable e irreparable.
Y qué decir de los bancos ¿no es para indignarse con las comisiones que cobran los bancos extranjeros, cuando en sus países de origen exigen mucho menos a sus clientes; o pagar por circular por autopistas como la del Sol, que jamás ha dejado de estar en obras; o las tarifas abusivas de telefonía fija, celular, internet o televisión de paga que cobran los monopolios; o tener que soportar la programación del duopolio Televisa-Azteca?
¿No es indignante que existan localismos como mordida, transar, aviadores, paracaidistas, dipuporros, videoescándalos, maicear, año de Hidalgo…?
Ante todo esto tenemos dos opciones: la salida fácil, que es la resignación, o la más difícil, que es la rebelión, no para derribar lo avanzado, sino para derribar los obstáculos que impiden que se siga avanzando. Este es el espíritu de los “indignados”. Ahora solo hace falta que nos acabemos contagiando de una vez por todas.
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