julio 15, 2011

¿China o EU? Hagan apuestas

Fran Ruiz
fran@cronica.com.mx
La aldea global
La Crónica de Hoy

Mientras Barack Obama se dirige angustiado por enésima vez a los congresistas, para suplicarles que aumente el techo de la deuda, o de lo contrario Estados Unidos entrará en suspensión de pagos tan pronto como el mes que viene, decenas de trenes-bala circulan ya a diario entre Pekín y Shanghai por la línea de alta velocidad más larga del mundo (1,318 kilómetros), inaugurada el 1 de julio, coincidiendo con muchas otras inauguraciones, entre ellas el puente más largo del mundo (42.5 kilómetros), todas con motivo del 90 aniversario del Partido Comunista Chino (PCCh).

¿Significa esto que EU, potencia hegemónica desde hace casi siete décadas, siente ya en la nuca el aliento de China, que pide permiso para convertirse en el siguiente imperio planetario? Parecería que sí. Otros datos podrían confirmarlo, como la recesión de la que no acaba de salir EU (donde, por cierto, no circula ningún tren-bala) frente al crecimiento de dos dígitos desde hace décadas de la economía china, que ha permitido que se haya convertido ya en la segunda economía del planeta, que exporte más que nadie gracias a su conversión en “fábrica del mundo”, que sus reservas de divisas sean las más grandes, que en Shanghai se levanten tantos rascacielos como en el resto del planeta … y así podríamos seguir hasta marearnos.

Yo, sin embargo, no apostaría por China tan rápidamente; y no lo digo por quitar méritos a la pujanza indudable de los chinos, sino a las cartas que aún conserva Estados Unidos en esta partida de poker por el dominio de mundo y a la singular idiosincrasia del jugador adversario.

La clave de esta peculiaridad china empieza desde el mismo nombre del país, que sonaría algo así como “Zongguó” y que podría traducirse como “la Tierra o el Reino o el Imperio del Centro”. ¿Qué quiere esto decir? Que los chinos viven desde hace milenios convencidos de que son el ombligo del mundo.

Este “sinocentrismo” los ha mantenido aislados al menos hasta la segunda mitad del siglo XX, rechazando cualquier injerencia cultural, comercial, religiosa o política que procediese del extranjero. La Ciudad Prohibida de Pekín simboliza a la perfección esta civilización ensimismada en sí misma. Sólo el fundador del actual imperio comunista, Mao Tse Tung, tomó prestado un extranjerismo para modificar la realidad china. No escogió ese vocablo occidental llamado democracia, sino el inventado por un tal Marx, cuya doctrina endureció para culminar el sueño que persiguieron sus antepasados emperadores: domar, de una vez por todas, a ese gigantesco dragón, en donde vive (en la actualidad) un quinto de la humanidad.

Aunque no dudó en invadir Tibet y reclamar Taiwán, Mao no sintió, como ninguno de sus antepasados, la necesidad de abrir China al mundo o exportar su cultura. Su adversario americano piensa justo lo contrario. Los fundadores de EU fueron expulsados de Europa y acabaron en “la tierra prometida”, desde donde creyeron que tenían el mandato divino para expandir la “buena nueva” a todo el mundo, pero no desde la base de la colectividad, sino del individualismo y de su libre creatividad.

Esta es, desde mi punto de vista, la clave para entender la hegemonía cultural de EU y su ilimitada creatividad, frente a la incomprensión para el resto del mundo de la compleja cultura milenaria china. Salgan un día a la calle y comprueben que el número de impactos directamente relacionados con EU —alguien tomando una Coca-cola, vistiendo unos Levi´s, tarareando una canción en inglés o viendo una película de Hollywood— es infinitamente mayor a los impactos que nos puedan llegar desde China. Esta es una realidad que no parece que vaya a cambiar en las próximas décadas.

Aunque el “gran salto” chino se produjo realmente bajo Den Xiaoping, cuando comprendió que la apertura al capitalismo salvaje no era mala si ayudaba a apuntalar al régimen de partido único y a dar de comer a toda la población china (recuerden aquello de “no importa que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones”), no creo que esta fórmula pueda servir de modelo para el resto de las naciones, y no lo será porque la humanidad que vive en democracia no podría aceptar un modelo que reprime al disidente, que castiga al individualismo porque nos convierte en librepensadores o que impide la elección secreta de sus gobernantes.

Es una apuesta casi ganada anunciar que a mediados de este siglo China será la primera economía del planeta, pero ni a sus dirigentes del PCCh les interesa exportar su modelo de vida ni al resto del mundo le interesa saber del gigante asiático poco más allá de unas películas de dagas voladoras y de pedir algo más que rollitos de primavera y pato laqueado en los restaurantes chinos.

La partida no acabado y las apuestas siguen abiertas, pero, mientras uno de los dos gatos de los que habla Den Xiaoping sea tan agresivo y EU pueda sacar cartas para conquistar la nueva economía virtual –con empresas de alcance universal, como Google, Facebook, Twitter, Groupon, Skype, Apple…— no creo que China pueda aspirar a nada más que a ser un gigante económico.

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