julio 13, 2011

Científicos bocones

Martín Bonfil Olivera (@martinbonfil65)
mbonfil@unam.mx
La ciencia por gusto
lacienciaporgusto.blogspot.com
Milenio

El personaje principal de la magnífica novela Solar (editorial Anagrama, 2011), de Ian McEwan, el físico y premio Nobel Michael Beard, comete el error de mencionar en una conferencia que es posible que haya diferencias en los cerebros de hombres y mujeres, y que esto podría explicar por qué hay tan pocas mujeres en la física.

El clamor que se desata amenaza con destruir su prestigio. Se convierte en blanco del desprecio general y es tildado de misógino, sexista, determinista genético y hasta nazi.

El episodio está evidentemente inspirado en el caso de Larry Summers, el economista y ex rector de la Universidad de Harvard que, en 2005, declaró que ciertas diferencias intrínsecas en las capacidades de hombres y mujeres para la ciencia podrían explicar por qué hay tan pocas mujeres en puestos científicos importantes. El escándalo resonó a nivel mundial, y lo obligó —junto con el rechazo previo a su forma de manejar la universidad— a renunciar al puesto a los pocos meses.

Y es que a veces, aunque las afirmaciones públicas de los científicos pudieran tener fundamento, o al menos ser discutibles, muchas veces harían mejor en mantenerlas en privado.

Hoy el caso se repite. Richard Dawkins, el reconocido etólogo, teórico de la evolución y espléndido divulgador científico, cometió el error de abrir su bocota y opinar en un foro de internet donde la bloguera racionalista Rebecca Watson se había quejado de haber sido acosada por un hombre en un elevador, ¡justo luego de dar una conferencia donde denunciaba el acoso de hombres hacia mujeres!

Dawkins tuvo el mal gusto de opinar públicamente que ser acosada “sólo con palabras” era poca cosa comparada con los maltratos que muchas mujeres sufren en países islámicos radicales. La respuesta de feministas y de la comunidad en general (quizá avivada por las posiciones drásticamente ateas de Dawkins) fue virulenta, y amenaza con hacer trizas su imagen pública.

El triste resultado es que la sociedad, otra vez, corre el riesgo de perder una voz que, cuando habla con sensatez, ha enriquecido la discusión pública al promover la cultura científica. ¿Por qué será que algunos científicos famosos no saben cuándo cerrar la boca?

No hay comentarios.: