julio 07, 2011

La bomba de tiempo de los mexicanos

Román Revueltas Retes
revueltas@mac.com
Interludio
Milenio

El movimiento de los “indignados” del España podría también tener lugar en un país, como el nuestro, donde millones de ciudadanos se sienten completamente fuera de los circuitos económicos, excluidos, por así decirlo, de un “sistema” que no brinda bienestar verdadero ni justicia social ni igualdad.

La igualdad, ciertamente, es una quimera: nunca habrá en el mundo un modelo que asegure la plena paridad de los individuos porque, más allá de los mecanismos de compensación que se puedan crear en las estructuras sociales, predominarán siempre las historias particulares de las personas —las condiciones desventajosas al nacer, por ejemplo, o los impedimentos orgánicos, o los propios rasgos de la personalidad— y, de cualquier manera, tampoco existirá jamás un sistema donde todos puedan ser ricos, por más que la promesa capitalista, justamente, pretenda asegurar por principio la paradisiaca recompensa del dinero.

Los humanos, además, llevamos siempre un germen de insatisfacción en las venas aunque este impulso, en lo que toca a los bienes materiales, haya sido negado en la teoría colectivista. Deseamos siempre más: más dinero, más poder, más objetos, más reconocimiento y, paradójicamente, más satisfacciones. La paradoja está, precisamente, en que muchos de estos amuletos de adoración no brindan, al final del camino, un bienestar verdadero, es decir, no garantizan la paz del espíritu ni afianzan los valores esenciales del ser.

La diferencia con los de allá y los de aquí es que aquellos tienen asegurados los mínimos; los pobres de México, por contra, no tienen, como se dice en el habla común, “dónde caerse muertos”. No hemos llegado todavía al punto donde la insatisfacción de los ciudadanos ocurra en un entorno de necesidades básicas cubiertas. Al contrario. Lo repito: nuestro descontento es más “auténtico” —más fundamentado— y, por ello, más feroz. A nuestra izquierda le gusta hablar de una “bomba de tiempo”. No le falta razón…

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