julio 25, 2011

Mientras no seamos justos no los podemos matar

Román Revueltas Retes
revueltas@mac.com
Interludio
Milenio

Cada vez que consigno (como si uno pudiera pasar de largo) las atrocidades que perpetran los canallas en este país, recibo mensajes de lectores que exigen airadamente la instauración de la pena de muerte.

Y sí, en efecto, hay gente que no merece vivir o, en todo caso, que debería de ser totalmente neutralizada. La prisión perpetua bastaría para sacar de la circulación a los malnacidos —digo, siempre y cuando las condiciones de detención no facilitaran, como ahora ocurre, la flagrante comisión de delitos desde las entrañas mismas de la cárcel— pero inclusive si se pudiera aislar eficazmente a los criminales mucha gente opina que no hay tampoco por qué mantener a esos tipos de por vida con nuestros impuestos.

No se comienza a construir la casa desde el tejado, sin embargo. Y si la primerísima asignatura pendiente que tenemos es el establecimiento de un sistema de justicia mínimamente efectivo, la posibilidad de que la pena capital pueda ser aplicada a personas inocentes es lo suficientemente perturbadora como para que, antes de siquiera pensar en la silla eléctrica, nos dediquemos primero a limpiar la podredumbre de nuestro aparato judicial.

Se supone que la pena de muerte es el castigo más tremendo. Hace apenas doscientos años, en los tiempos de la justicia bárbara y cruel, a los acusados de un delito grave no sólo se les mataba sino que se les martirizaba en la plaza pública. No podemos volver a esas prácticas en las sociedades civilizadas. Pero, aunque esta parezca una afirmación escandalosa, la simple eliminación de los individuos antisociales —por causa de salud pública y, sobre todo, para protección de la gente de bien— sería una razón de peso para considerar la aplicación de la pena máxima. No estaríamos hablando entonces de un castigo sino de la necesaria depuración de la sociedad. Curiosamente, es un argumento que casi no aparece en las discusiones y los debates: hablamos de moral; habría que hablar, creo, de salud, de la salubridad que requiere un organismo, nuestro cuerpo social, para sobrevivir. Pero, de nuevo, lo primero es lo primero: recomponer, desde sus cimientos, a la justicia mexicana. Luego, si quieren, hablamos del otro tema.

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