Reforma

El Presidente siguió el mismo libreto que ha usado tantas veces en ocasiones terribles: 1. Condena del crimen. 2. Calificación de la salvajada. 3. Rechazo a la impunidad. 4. Reiteración de que no habrá impunidad. 5. Llamado al compromiso de todas las fuerzas políticas. 6. Convocatoria a la unidad nacional.
No niego sentido a estos seis puntos. Me parecen elementos necesarios en el discurso de un jefe de Estado ante circunstancias espantosas. Incluyen un recordatorio de las vidas segadas por la violencia, un compromiso de justicia y un llamado a la unión. Lo que no aparece aquí, lo que no aparece por ningún lado, es la reflexión honesta sobre el rumbo de su estrategia y el asomo de una perspectiva autocrítica. Tal vez la conmoción se ha vuelto a tal punto rutinaria que no es capaz ya de sacudir nuestras certezas. Podría pensarse que el duelo no es el momento para hacer público un examen de conciencia. Pero hay algo que la urgencia revela: si el hombre es capaz de conmoverse, el político no se altera. La obcecación es inconmovible. Cualquier evento es una razón para perseverar. Pase lo que pase, debemos mantener el paso. Ése es el mensaje presidencial hoy, como ha sido el mensaje desde que definió apresuradamente su estrategia contra el crimen organizado. Insistir, perseverar, no flaquear.
La incomodidad que me produce el hermetismo de su discurso es la certeza de que Felipe Calderón no tiene elementos para reconocer su fracaso. No me interesa declarar aquí que eso ha sucedido, que el Presidente fracasó. Para un veredicto tan contundente no confío en mi juicio. Lo que me interesa decir es que, en caso de que eso fuera una realidad palmaria, el presidente de México sería intelectual y políticamente incapaz de reconocerlo. Si el fracaso le estallara en las manos, si se le presentara contundentemente ante los ojos, si todos los conocedores coincidieran en que su política ha encallado, si el fracaso le gritara en la oreja, Felipe Calderón sería incapaz de advertirlo. Se lo impiden su estructura mental, la rigidez de su voluntad, la envoltura de su pequeño equipo de fieles y ese poder que se le escurre día con día. Para Felipe Calderón el fracaso es sencillamente impensable. No dejará de abrirse a la crítica, no dejará de escuchar a los discrepantes, pero no tolerará que la duda perfore su convicción de que vamos bien, de que su ruta es la única y que cualquier alteración de rumbo sería una renuncia imperdonable. Qué útiles deben resultarle al Presidente tonterías como la de Vicente Fox, quien sugiere pactar una tregua con los criminales y una amnistía -¿con vochito?- a los sicarios. Posiciones tan absurdas como ésa deben servirle al Presidente para contrastar su firmeza con la tentación de abdicar. ¿Lo ven? La alternativa es pactar con asesinos. En realidad, ninguna persona seria considera que la ocurrencia foxiana merezca análisis. Lo que debe ponderarse son alternativas inteligentes y eficaces para enfrentar al crimen y reducir la violencia en el país.
El Presidente camina con empeño. No ha permitido que nada distraiga su paso. Nuestro drama no es su tenacidad sino la ausencia de referentes de avance y la indisposición para aceptar que el fracaso es posible.
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