agosto 18, 2011

Horror: la CIA en México

Román Revueltas Retes
revueltas@mac.com
Interludio
Milenio

No hay mayor pérdida de soberanía que no poder andar tranquilamente por las calles de tu ciudad. Y eso de vivir amurallados —en casas coronadas de alambre de púas y con los ventanales atascados de barrotes— tampoco es una esplendorosa demostración de libertad.

Nadie dijo nada cuando Rudolph Giuliani, ex alcalde de Nueva York, vino a prestar sus servicios al gobierno perredista de la Ciudad de México. El hombre no es precisamente un humanista, sino un tipo de mano dura que no se tienta el corazón si hay que mandar a un joven —o, seamos más melodramáticos, a un inmigrante ilegal mexicano— a que cumpla una sentencia, digamos, de seis años de prisión firme luego de haber robado, por segunda vez (estamos hablando, pues, de un reincidente), un six-pack de cerveza en una tienda de “conveniencia”. Es más, circula por ahí la especie de que los vagabundos, los limosneros y todos los indigentes de la Gran Manzana simplemente se fueron a otras ciudades menos hostiles y menos represivas. Pues ése, y no otro, fue el asesor de nuestros “progresistas”.

Ahora nos indignamos al enterarnos, gracias a una noticia que apareció hace unas semanas en The New York Times, de que agentes de la CIA operan en el territorio de Estados Unidos (Mexicanos). Estarían, ellos también, metidos en el combate contra las mafias criminales (me parece a mí, más bien, chamba del FBI, pero dejémoslo así).

¿Tan enorme agravio es que especialistas de otro país metan las narices para colaborar en una tarea que, después de todo, es absolutamente necesaria y, en segundo lugar, de naturaleza beneficiosa? Digo, no vienen a apoderarse de nuestras riquezas y tampoco, creo yo, a llevarse a nuestras mujeres. Y, a diferencia de Rudy —encima, un conservador de cepa pura— no nos cobran nada, ¿o sí?

¿Entonces?

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