Pedro Ferriz (
@PedroFerriz)
El búho no ha muerto
Excélsior
La corrupción prevaleciente en un país es impuesta por un gobierno, pero alimentada por el resto de los actores de una sociedad que sobrevive o se ve beneficiada a la sombra de su funcionamiento.

La corrupción, aparte de ser un vicio, es una cultura. Práctica que responde a una forma de ser. Un estado de realidad que sólo consigna la naturaleza de un sistema político, económico y social. La corrupción prevaleciente en un país, es impuesta por un gobierno, pero alimentada por el resto de los actores de una sociedad que sobrevive o se ve beneficiada a la sombra de su funcionamiento. Camino caro, pero fácil. Encarece el funcionamiento de leyes y reglamentos. Impartición de la justicia y procesos económicos. Convivencia y desarrollo. Todo es injusto pero posible, si es bajo el cobijo de la corrupción. Así como en la cárcel, un reo puede tener acceso a un televisor, teléfono o un buen trago de whiskey si lo paga, también un ciudadano libre puede obtener un contrato, obviar un trámite o ignorar la Constitución, haciendo de ambos, “mexicanos de excepción”. El que sucumbe a ella, sabe que ya rompió una escala de valor y al sacrificarla garantiza su bienestar personal y material. El principio ético se pudre en las alcantarillas de su mente. Aquel que permite un acto de corrupción, abre la puerta a que ésta sea parte de su desempeño normal. Es como el que mata, su primer crimen puede resultar complicado, los siguientes se irán haciendo cada vez más fáciles hasta llegar a matar por naturaleza... tal vez hasta por necesidad. Pregúntenle a Óscar Osvaldo García alias El Compayito, el problema que le representó su primer acto delincuencial, a diferencia de los 600 muertos que lleva en su “exitosa” carrera. Igual pasa para un ciudadano o servidor público. Su primer contacto con la corrupción, incluso puede resultar inadvertido. Por lo general se da sin saberlo en los primeros años. Lo ve o vive en su casa y en la infancia, para luego, ya en la vida adulta, sentirlo como algo “natural”. No se trata de robar, sino de aprovechar las condiciones que la vida me puso. Es el hecho de capitalizar “oportunidades”. Si al nacer no fui favorecido por la opulencia, diferentes circunstancias me fueron inclinando hacia ella, hasta ser parte de mí. Si vivo bajo un sistema opresor, la iré librando al entender qué es lo que el sistema quiere a cambio de mi tranquilidad. Los objetivos se trastocan. No deseo llegar a ser gobernador para llevar progreso y desarrollo a mi gente. Deseo serlo para “sentarme en la pinche silla del poder” y en consecuencia ser rico. No ambiciono ser un gran empresario que genere muchos empleos de calidad. Quiero ser rico, a costa de la miseria de aquellos que me sirven. Entre más aproveche esa coyuntura, más reconocido seré. Escrúpulos aparte. “¡Dejemos eso en un cajón!”
La corrupción es como una araña. Teje su telaraña. Si te toca, te involucra. Te hace cómplice. De ahí, difícil no atender a lo que jala. ¡Estás atrapado! Hace víctima al débil, que debe rendirle tributo. El ineficiente, también es corrupto. El flojo, del que se espera un desempeño. El cínico que piensa que siempre debe ir antes que nadie. El abusivo que considera que para todo hay un beneficio. El egoísta que no piensa en los demás.
Pregunta: Si estuvieras en condición de decidir la compra de 100 aviones, ¿Aprovecharías para sacar de ahí un beneficio personal? Y si estuviera un policía a punto de llevarte al corralón por una falta inadvertida, ¿Le darías una lana para que te dejara ir?
Si en cualquiera de las dos preguntas, tu respuesta es sí, cuidado. ¡Ya te atrapó la telaraña!
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Dejemos de justificar que la solución depende de otros.
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