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Director de Posgrado de la Universidad Iberoamericana
Excélsior

Leoluca Orlando, el célebre ex alcalde de Palermo, visitó EL UNIVERSAL y nos recordó que la ética sigue a la conveniencia. Tal vez sea contraintuitivo pero es verdad: en una sociedad en la que es más conveniente ser corrupto que ser honesto prolifera la corrupción, no por la pérdida sino por la distorsión de su escala axiológica. Las grandes organizaciones delincuenciales desarrollan una “criminalidad identitaria” sustentada en valores tradicionales de sus comunidades —en la mafia siciliana eran la familia, el honor, la lealtad— y forjan códigos que mezclan moralidad e inmoralidad para encauzar el comportamiento de sus colaboradores y simpatizantes hacia sus fechorías. Y la única manera de combatirlas eficazmente es creando las condiciones para que esos arreglos no le convengan a la ciudadanía, para que quede claro que quienes se junten con mafiosos acabarán mal.
Coincido plenamente con el análisis de Orlando. La tesis de mi libro Mexicanidad y esquizofrenia es justamente que nuestra corrupción es epidémica porque demasiados mexicanos se benefician de ella, y porque así ha sido durante demasiado tiempo. La ilegalidad da beneficios en todas partes, pero mientras en el primer mundo se concentran en ciertas minorías, aquí llegan a la mayoría. Aunque están muy desigualmente distribuidos —¿hay algo que no lo esté en México?— salpican de una u otra forma casi a todos: desde la mordida que evita una multa o la evasión de impuestos que permite pagar deudas hasta el peculado o el narcotráfico que llevan a amasar fortunas. Nuestro abismo entre norma y realidad hace muy difícil actuar con legalidad y muy fácil corromperse, y eso hace racional que cada mexicano tienda a violar o evadir la ley. Lo que no hemos entendido que la suma de racionalidades individuales da como resultado una irracionalidad colectiva. El modus operandi del corrupto es muy rentable, y esa rentabilidad refuerza el inmediatismo de la utilidad del individuo e ignora el subdesarrollo de la colectividad.
No obstante, los narcos están cometiendo un error que podría ser venturoso para México. La guerra entre los cárteles siembra terror y empieza a evidenciar que el daño social que provocan es muy superior a cualquier beneficio. Los capos de la vieja guardia eran tan sanguinarios como astutos, mataban pero también hacían donativos y obras a fin de ganarse a la gente; los nuevos son menos sagaces y están arrastrando a los demás a una escalada demencial de secuestros, extorsiones y atentados. Siguen generando empleo y riqueza para los suyos, pero han subido la dosis de miedo y bajado la de cooptación al resto de la población. Es una coyuntura propicia para el cambio. Si construimos un consenso ciudadano de indignación activa contra la violencia del crimen organizado y la corrupción que la rodea, podremos concientizarnos de que el perjuicio social de las corruptelas grandes o pequeñas que cada mexicano practica cotidianamente se vuelve contra él y es mayor que su ganancia. Ése podría ser el inicio, en éste nuestro México desgarrado, de la vinculación entre ética y conveniencia.
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