septiembre 08, 2011

De narcos, ética y conveniencia

Agustín Basave (@abasave)
abasave@prodigy.net.mx
Director de Posgrado de la Universidad Iberoamericana
Excélsior

El incendio del Casino Royale hizo que la realidad tomara a los mexicanos de las solapas, nos zarandeara y nos obligara a ver su rostro siniestro. La cloaca destapada por la atrocidad perpetrada en Monterrey disipó cualquier duda que pudiera quedar de que todas las estructuras del Estado están corrompidas, de que la urdimbre de complicidades permea a todos los partidos, a los tres Poderes de la Unión y los tres órdenes de gobierno. Vimos chorrear una tras otra las inmundicias de políticos que trafican influencias, burócratas que otorgan permisos indebidos, jueces que tutelan intereses malsanos, policías que protegen a criminales. Y nadando en esas aguas negras hay miles de personas más; empresarios que lavan dinero, empleados que les siguen el juego, ninis sicarios, taxistas halcones, familias dedicadas a vender drogas, a secuestrar y a extorsionar, gente que se hace de la vista gorda. Así, en la medida que esa corrupción generalizada persista el presupuesto que se destina combatir al crimen organizado servirá para fortalecerlo. Desgraciadamente, a juzgar por el mensaje del V Informe de Gobierno, no habrá cambio de estrategia en lo que resta del sexenio. Pero México no puede esperar, y la sociedad tiene que empezar a hacer su parte. El momento para mermar la base social de la delincuencia es ahora.

Leoluca Orlando, el célebre ex alcalde de Palermo, visitó EL UNIVERSAL y nos recordó que la ética sigue a la conveniencia. Tal vez sea contraintuitivo pero es verdad: en una sociedad en la que es más conveniente ser corrupto que ser honesto prolifera la corrupción, no por la pérdida sino por la distorsión de su escala axiológica. Las grandes organizaciones delincuenciales desarrollan una “criminalidad identitaria” sustentada en valores tradicionales de sus comunidades —en la mafia siciliana eran la familia, el honor, la lealtad— y forjan códigos que mezclan moralidad e inmoralidad para encauzar el comportamiento de sus colaboradores y simpatizantes hacia sus fechorías. Y la única manera de combatirlas eficazmente es creando las condiciones para que esos arreglos no le convengan a la ciudadanía, para que quede claro que quienes se junten con mafiosos acabarán mal.

Coincido plenamente con el análisis de Orlando. La tesis de mi libro Mexicanidad y esquizofrenia es justamente que nuestra corrupción es epidémica porque demasiados mexicanos se benefician de ella, y porque así ha sido durante demasiado tiempo. La ilegalidad da beneficios en todas partes, pero mientras en el primer mundo se concentran en ciertas minorías, aquí llegan a la mayoría. Aunque están muy desigualmente distribuidos —¿hay algo que no lo esté en México?— salpican de una u otra forma casi a todos: desde la mordida que evita una multa o la evasión de impuestos que permite pagar deudas hasta el peculado o el narcotráfico que llevan a amasar fortunas. Nuestro abismo entre norma y realidad hace muy difícil actuar con legalidad y muy fácil corromperse, y eso hace racional que cada mexicano tienda a violar o evadir la ley. Lo que no hemos entendido que la suma de racionalidades individuales da como resultado una irracionalidad colectiva. El modus operandi del corrupto es muy rentable, y esa rentabilidad refuerza el inmediatismo de la utilidad del individuo e ignora el subdesarrollo de la colectividad.

No obstante, los narcos están cometiendo un error que podría ser venturoso para México. La guerra entre los cárteles siembra terror y empieza a evidenciar que el daño social que provocan es muy superior a cualquier beneficio. Los capos de la vieja guardia eran tan sanguinarios como astutos, mataban pero también hacían donativos y obras a fin de ganarse a la gente; los nuevos son menos sagaces y están arrastrando a los demás a una escalada demencial de secuestros, extorsiones y atentados. Siguen generando empleo y riqueza para los suyos, pero han subido la dosis de miedo y bajado la de cooptación al resto de la población. Es una coyuntura propicia para el cambio. Si construimos un consenso ciudadano de indignación activa contra la violencia del crimen organizado y la corrupción que la rodea, podremos concientizarnos de que el perjuicio social de las corruptelas grandes o pequeñas que cada mexicano practica cotidianamente se vuelve contra él y es mayor que su ganancia. Ése podría ser el inicio, en éste nuestro México desgarrado, de la vinculación entre ética y conveniencia.

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