septiembre 26, 2011

Elogio del lodo

Jesús Silva-Herzog Márquez (@jshm00)
Reforma

Quienes están acostumbrados al aplauso, quienes creen que la sociedad debe mostrarles agradecimiento, quienes imaginan la política como un desfile triunfal creen que la desconfianza que se expresa públicamente es ya un insulto, una ingratitud, una patanería. Tan bonitas que suenan las porras y tú haciendo preguntas. ¡Cuánta insolencia! A la crítica la llaman lodo. A la exhibición de sus lacras la llaman "campaña negra", como si se tratara de una siniestra conjura fascista. Han llegado a hablar de una guerra sucia, como si la desaparición de personas, la tortura, el asesinato de la oposición orquestada por una siniestra dictadura fuera comparable al dedo que señala el abuso o la alarma que anticipa un peligro. Campaña de lodo, guerra sucia, campaña de odio. Los nombres son intercambiables pero conllevan los mismos elementos: muchos se ponen de acuerdo para golpear a un indefenso y ponen en riesgo la convivencia. Una acción tumultuaria y, sobre todo, ilegítima. Cuando una crítica encuentra eco en la prensa o en la opinión pública es vista de inmediato como una campaña de linchamiento. Detrás de cualquier crítica estará, por lo tanto, algún interés oscuro, un personaje encubierto que mueve sus hilos para desprestigiar a quien sólo merece ovaciones. Quienes no me rinden homenaje sirven a esa abyecta campaña de odio.

Quienes quieren resguardarse de la crítica denunciando la política "sucia" pretenden convencernos que la suya es una política aromática. Política perfumada con ideas, esterilizada de rencores y animadversiones; política resplandeciente y sustanciosa. Nuestro candidato leerá a continuación su discurso sin perder el tiempo respondiendo a las acusaciones. Los publicistas de esta higiénica política ignoran que el lodo es más sustancial que las pompas de su jabón. Un candidato podrá firmar los textos que sus colaboradores le preparan. Podrá recitar un hermoso proyecto de nación y enlistar el catálogo de sus prioridades sin brincarse de la 15 a la 18. Los promotores de esa política desinfectada creerán que sus anuncios en la televisión son aportes a la política deliberativa y que las denuncias son la inmundicia de los envidiosos. Les gusta soplar preciosos globos de detergente. A diferencia de ellos, yo creo que más importante que su ideario y sus frases es su confiabilidad, su trayectoria, sus relaciones, sus reflejos. Por ello el lodo ayuda. El lodo presenta un desafío al que sólo se puede responder de frente. Hay lodo que se resbala pero también hay lodo que descubre lo que se quiere esconder.

Cada vez que se señalan los abusos del PRI, cada vez que se destaca su mal manejo de los recursos públicos, cuando se advierte que encubre pillos, brincan ofendidos para gritar que se está jugando sucio, que se quiere lastimar su reputación. Cierran filas y gritan: ¡Guerra de lodo! El paleolítico dirigente del PRI llegó a la dirigencia de ese partido escudado en una innegable popularidad local. Quiso imponer su estilo pendenciero pero sus bravatas terminaron pronto, con la cola entre las patas. El peleonero terminó exhibido como símbolo de un partido dispendioso que cierra filas para cuidar a sus bandidos. A su hermano no solamente tuvo a bien heredarle la gubernatura sino también una inmensa deuda. La probidad de su colaborador más cercano y más fiel ha sido cuestionada con pruebas, al parecer, bastante sólidas. ¿Qué hace el tosco dirigente priista al escuchar reclamos y denuncias sobre estos casos? Lo natural: denunciar que es víctima de una guerra sucia y advertir que no dirá nada al respecto. Denunciar una campaña de lodo tiene sus ventajas: el político cuestionado tacha de ilegítima la denuncia y sigue su camino. Para los incuestionables, la crítica es un acto bélico; el limpísimo pacifista no caerá en provocaciones.

El exgobernador del Estado de México deberá reconocer que, con la solemnidad que caracteriza cada gesto suyo, le mintió al congreso de su estado. El Economist lo exhibió hace unos días: el gobernador declaró formalmente en su último informe de gobierno que los homicidios habían descendido a la mitad durante su sexenio. Falso. Peña Nieto no fue un gobernador milagroso. Fue, más bien, un gobernador mentiroso. Los homicidios en su estado no solamente no descendieron sino que aumentaron, según las cuentas de la revista inglesa. ¿Considera el pretendiente priista que el artículo forma parte de esa guerra de lodo? ¿Le merece respuesta la imputación?

Si el PRI cree que nos subyugará la vacuidad de su perfumado, habrá que responder con crítica y lanzarle lodo a sus globos de aire.

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