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Profesor del ITESM-CCM
El Universal
No hay grandes novedades (más bien, ninguna novedad) en el discurso de AMLO

No hay grandes novedades (más bien, ninguna novedad) en el discurso de AMLO. Sin embargo, como ahora ocurre con frecuencia, hubo discusión paralela en Twitter, y es de ella de la que quiero hablar con usted hoy.
La discusión inició cuando el colega Pepe Merino afirmó “El discurso de AMLO es vago, errado por momentos, monótono... Pero indispensable y plenamente justificado, ésa es la tragedia”. En opinión de este columnista, ese discurso no es ni indispensable ni plenamente justificado, y así lo dije. La respuesta fue “basta ver desempeño económico, sistema fiscal, ejercicio de gasto, distribución de riqueza, mercado laboral, calidad educativa”. El intercambio, acompañado de otros participantes, continuó por el resto de la emisión. Puesto que twitter no permite argumentos largos, y me parece que aquí hay necesidad de ello, pues hoy extiendo mi planteamiento.
En la elección de 2006, López Obrador mantuvo una ventaja considerable varios meses, pero fue incapaz de ganar la Presidencia. Su actitud demasiado beligerante, aprovechada por sus adversarios, le hizo perder simpatías y obtener poco más de un tercio de los votos. Apenas unos cuantos miles que el ganador, que también obtuvo poco más de un tercio. Son relevantes los porcentajes, porque ilustran la debilidad relativa de todas las opciones que tuvimos en esa elección.
Desde entonces, e incluso desde su gestión como jefe de gobierno del DF, para muchos López Obrador enarbolaba un discurso “indispensable y justificado”. Frente a la evidente pobreza de los mexicanos, frente a la flagrante injusticia, los planteamientos justicieros, dirigidos “primero a los pobres”, del líder político, parecieron siempre indispensables y justificados. Estos calificativos sólo tienen sentido si se considera que los otros líderes políticos no tienen el mismo énfasis en la pobreza y la injusticia. Es decir, la retórica justiciera de López Obrador sólo puede imaginarse indispensable y justificada si no hay, además de él, nadie que proponga atender a los pobres o acabar con las injusticias. Pero todos proponen eso. Esto significa que para algunos opinadores (muchos, en 2006), la versión lopezobradorista en estos temas sería mucho más creíble que cualquier otra.
Si es así, entonces la credibilidad de López Obrador en estos temas tendría que ser resultado de sus acciones pasadas y sus ofertas a futuro, y en ambas debería haber una diferencia significativa frente a los otros políticos. En sus acciones pasadas, como jefe de gobierno, la más destacada en este sentido, que es la que de hecho le otorga un aura justiciera, es el dinero para los viejitos. El otorgamiento de una cantidad de dinero mensual a todo capitalino mayor de 70 años hizo creíble que López Obrador efectivamente se preocupaba por los pobres. Le salió muy barato, porque en los mismos días en que decidía eso, el gobierno federal ampliaba de manera muy considerable un programa dirigido a reducir la transmisión de la pobreza, creado en el gobierno de Zedillo pero convertido en un éxito en el gobierno de Fox y sostenido hasta hoy: Progresa-Oportunidades. Ni en el monto de recursos, ni en la población beneficiada, ni en sus efectos a futuro, hay comparación alguna entre ambos programas. Oportunidades es mucho más importante, y es el programa que se ha reproducido en varios países, destacadamente Brasil. Así, el programa clientelar de López Obrador lo convirtió en adalid de los pobres, mientras que el programa verdaderamente efectivo contra la pobreza no produjo rendimientos políticos a los gobiernos que lo implementaron.
Si, en lugar de las acciones pasadas se confrontan las ofertas a futuro, desde 2006 discutimos en este espacio las serias fallas de las propuestas de López Obrador, que consistían en la recuperación y prolongación del clientelismo y/o corporativismo como instrumento para el bienestar social.
Es muy interesante cómo un discurso y una historia profundamente conservadores se convierten en algo “indispensable y justificado” a los ojos de los opinadores. Lo que esto indica es que nuestra opinión pública sigue interpretando al mundo a través de la vieja perspectiva del nacionalismo revolucionario: es indispensable promover programas clientelares para enfrentar a la pobreza, es justificado el dispendio público cuando se dirige a ciertos grupos, es indispensable y justificado proponer la reducción de la libertad a cambio de una ilusoria justicia social que, permítame recordar, nunca existió en el México de la Revolución.
Me dirán que los problemas de México obligan a este tipo de propuestas, y por eso son indispensables y justificadas, y por eso la lista no exhaustiva: desempeño económico, sistema fiscal, ejercicio de gasto, distribución de riqueza, mercado laboral, calidad educativa. Pero, ¿cuál de estos problemas requiere regresar al viejo sistema? ¿qué no fue precisamente en ese régimen que estos problemas se crearon? A lo mejor ya no se acuerdan que la economía mexicana dejó de crecer en 1965, y que tres gobiernos (Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo) endeudaron al país para evitar reconocerlo; o tal vez tampoco es claro que el sistema fiscal viene, intacto, desde entonces; o tal vez creen que efectivamente el gasto público puede modificarse desde una Presidencia que no lo controla; o piensan que la distribución de riqueza es independiente de los grupos que sostuvieron al viejo régimen, recibieron prebendas a cambio, y hoy son poderes fácticos. Y peor aún si lo laboral o lo educativo son el problema: La Ley Federal del Trabajo es de 1970 y la dirigencia del SNTE de 1990. Y el SNTE era igual o peor en la dirigencia anterior, promovida por Echeverría igual que la reforma educativa que inició la debacle.
En suma, sigo sin entender por qué pueden varios colegas creer en lo indispensable y justiciero de un liderazgo político como el de López Obrador. Los temas que a él le preocupan son los mismos que les preocupan a los demás líderes políticos, pero se le otorga más credibilidad a él por haber implantado programas clientelares, y ofrecer propuestas claramente anacrónicas. La única explicación de esto es que, en el fondo, la opinión publicada no puede salir del adoctrinamiento revolucionario.
Finalmente, me dicen que López Obrador representa a un sector de la población que efectivamente cree eso. No tengo duda al respecto, y me parece muy bien que así sea. Lo que rechazo no es su presencia en la política ni sus legítimas ambiciones, sino la creencia de que él encarna algo diferente de los demás políticos. No es así.
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