Reforma

Entran a un pequeño recibidor donde hay dos hombres. Uno atiende el negocio y el otro observa aburrido, tiene una cámara entre las piernas. La mujer, adolorida, ha reposado su cabeza empapada en el hombro del hombre que la carga. El pide una habitación, comprendemos que es un hotel de carretera, ¿de paso?, para ellos de emergencia. El de la cámara mira el rostro del hombre que auxilia a la mujer. Toma su cámara, saca una placa y sale corriendo. En la próxima escena vemos al fotógrafo prendido de un teléfono, jefe, qué cree, me encontré a Don X con un chamacota en un hotel de paso. Tengo la fotografía de ambos. Mándala al periódico de inmediato, es una gran nota. Felicidades. Ahora les hablo para que la publiquen en primera plana.
A la mañana siguiente, frotándose las manos, el directivo del periódico desdobla el ejemplar, la sonrisa muta en perplejidad. Allí está la foto del que ahora sabemos es un prominente empresario con la guapa mujer entre los brazos registrándose en el hotel de paso. Hay un problema, ella es la hija del directivo, una mujer casada, de total probidad al igual que él. Sobra decir que la nota les destruye la vida a ambos a partir de una imagen equívoca. Se llama En carne propia, ya la he citado, según Google el director es Juan J. Ortega y los intérpretes son Joaquín Cordero, Tere Velázquez, Freddy Fernández y Miguel Manzano. La añada es de 1959.
Muchas cosas han cambiado de entonces para acá, pero la esencia de la discusión sigue siendo la misma. Las mujeres y los hombres públicos se convierten en referentes. La hirviente e incontenible curiosidad no separa, quiere saber todo. La exposición de lo privado puede convertirse en negocio. Algo de perversión merodea en ambos lados: en el medio que lo difunde y en la sociedad que lo demanda. No es un asunto de sociedades pobres. En Inglaterra los llamados tabloides son auténticos pasquines con chismes sobre la vida privada de políticos, personas del espectáculo y, por qué no, sobre la monarquía. La demanda por este tipo de materiales es brutal al grado de que, con frecuencia, son mucho mejor negocio que una publicación seria. El acoso convierte a la vida privada de los personajes en un infierno, ahí está la tortuosa vida de Lady Di, quien murió indirectamente como víctima de ese acoso.
¿Hasta dónde es posible frenar esa curiosidad morbosa por la vida privada de los personajes? ¿Hasta dónde se trata de una franca violación de la privacidad? ¿Hasta dónde conocer el comportamiento entre las sábanas de una figura pública añade algo a su capacidad profesional, a su desempeño profesional? ¿Hasta dónde se inventan historias para fomentar los negocios, historias que pueden ser verídicas o falsas, como En carne propia? Pero de 1959 para acá también ha habido muchos cambios, sobre todo tecnológicos. Hoy en cuestión de días, horas, minutos, apoyados en las llamadas redes sociales, se pueden organizar revueltas justicieras o acribillar biografías en 140 caracteres. La velocidad ha desplazado todo: matices, precisiones, etcétera. La primicia por la nota ha caído en el vértigo de las redes. El instrumento se puede convertir en amo que deja de serlo para, quizá sin darse cuenta, ser esclavo.
Pero en el camino hay víctimas, personas con biografías, con emociones que terminan en el paredón del morbo. Reputaciones destrozadas, familias quebradas, inocentes que nunca entenderán cómo el morbo convertido en negocio puede penetrar la esfera básica de la intimidad. Incluso los potenciales delincuentes como Strauss Kahn, deben tener derecho a la privacidad. Ese es el gran valor que está en juego y todos debemos respetarlo. Violentar la privacidad es una exigencia social enfermiza, una deformación del deber de informar que debe estar bajo un permanente escrutinio.
Mucho me temo que en los últimos años en todos los frentes hemos perdido autoridad moral en los terrenos de la defensa de la privacidad. Los dueños de las llamadas "revistas del corazón" y quienes magnifican las notas, los patrocinadores de los reality shows, todos. No comprendemos que podría ser nuestra hija.
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