septiembre 23, 2011

Régimen y coalición

Macario Schettino (@macariomx)
schettino@eluniversal.com.mx
Profesor del ITESM-CCM
El Universal

En el siglo XX México vivió en un régimen político autoritario, centralista, corporativo. Ese régimen consistía en un conjunto de reglas y valores que se vinieron abajo cuando el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados en 1997. Las reglas informales bajo las cuales el sistema corporativo funcionaba dejaron de existir, pero las reglas formales, un tramado legal incoherente pero esencialmente autoritario, nunca fueron transformadas. Los valores del nacionalismo revolucionario, puestos en duda pocos años antes, dejaron de ser el rumbo, sin ser sustituidos claramente por otros.

Desde entonces, dos posturas se enfrentan: quienes buscan recuperar esos valores del nacionalismo revolucionario, y quienes prefieren impulsar un rumbo liberal. En ambas posiciones hay varios grupos con énfasis diversos pero que comparten la idea general. Ninguna de estas dos posturas ha logrado supremacía política suficiente como para proceder a la restauración del viejo régimen o a la instauración del nuevo. No ha sido posible, en buena medida, porque esas dos posturas se reflejan en tres partidos políticos.

Me parece que Jesús Silva Herzog se equivoca cuando considera que el corporativismo tiene una segunda vida en este periodo sin régimen. En el viejo sistema las corporaciones se subordinaban al gran tomador de decisiones, el Presidente de la República. Hoy las corporaciones han capturado al Estado. El derrumbe del régimen ha significado una verdadera poliarquía: los gobernadores son ahora autónomos, lo mismo que el Congreso, y lo mismo que las viejas corporaciones, hoy más conocidas como poderes fácticos. Sin un centro de poder, cada grupo actúa buscando su propio beneficio. Sin un marco valorativo común, el resultado es el deterioro institucional que vemos por todas partes.

La solución a esta dinámica está en la conformación de ese centro de poder, que en los hechos consiste en una coalición que debe incluir al Presidente, a una mayoría legislativa, y a un conjunto de gobernadores. Puede, o no, incluir corporaciones. Esta coalición es el manido “pacto nacional” al que insistentemente se llama. Es, en los hechos, el punto de partida de un nuevo régimen político.

Por eso es que la propuesta que acaba de presentar el senador Manlio Fabio Beltrones es de tanta importancia. Se trata de mínimos cambios constitucionales que permitirían la conformación de una coalición estable de gobierno. Un pequeño ajuste institucional que abre la puerta a la mayor construcción política.

La alternativa a ello la había ya propuesto el otro aspirante presidencial del PRI: una mayoría a fuerza, artificial. Lo propuso pensando en su propio triunfo, que sumado a esa mayoría ficticia y al número de gobernadores de su partido le permitiría proceder a restaurar el viejo régimen. Tarea imposible, dice Luis Rubio, pero que aun así tiene defensores. No olvidemos que las corporaciones siguen siendo de ellos, porque ellos las crearon.

Así pues, el periodo de interregno que vivimos desde 1997 podría llegar a su fin en la elección de 2012. Los restauradores apuestan a esa mayoría ficticia (que hoy alcanzarían con 43% del voto, pero con su propuesta bastaría con 35%), los renovadores apuestan a la construcción de una coalición estable. Sin duda, a mí me parece que el camino correcto es el segundo, porque se trata de un mecanismo institucional más democrático, y porque estoy convencido de que México debe tomar el rumbo liberal que durante el siglo XX abandonamos.

Para lograrlo es necesario que frente a 2012 se pueda constituir esa coalición liberal de la que hemos hablado en diversas ocasiones en este mismo espacio. Una coalición que va a contrapelo del último siglo y que, por lo mismo, puede parecer inconcebible. Se trata de sumar fuerzas de diferentes partidos, pero sobre todo desde fuera de ellos, para mover a México fuera de ese camino que tomamos en el siglo XX y que fue tan costoso.

Un cambio de esa magnitud, que implica renunciar al adoctrinamiento sufrido en la escuela primaria, que exige rechazar lo que tanto tiempo defendimos, que es, en cierta medida, moverse a lo desconocido, requerirá mucho valor, mucha audacia, mucho esfuerzo. Pero creo que hay las condiciones y el liderazgo para que esta coalición tenga éxito, y para dejar atrás, ya definitivamente, el viejo régimen y el viejo México.

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