Razones
Excélsior

Todo esto viene a cuento porque lo que está haciendo la directiva de Repsol-YPF para evitar a toda costa que la alianza entre Pemex y la constructora Sacyr obtenga el control de la empresa energética resulta vergonzoso para un país que pregona y se beneficia de un libre mercado. La alianza de Pemex y Sacyr les permite tener el control de Repsol, pero su junta directiva, encabezada por Antonio Brufau, ha lanzado toda una ofensiva para impedirlo. ¿Cuál es la razón? Pues dicen que Pemex no es una empresa española (aunque en términos estrictos Repsol tampoco lo es, por sus intereses en muchas partes del mundo), algo que no deja de ser paradójico para una compañía que entre sus mayores éxitos está el haberse quedado con la propiedad, por ejemplo, de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), que era la empresa pública energética de Argentina y gracias a la cual ahora tiene presencia en buena parte de América Latina, con inversiones y coinversiones exitosas. Mucho más paradójico es que se hable de una suerte de complot o de una jugada oscura de parte de los dos nuevos aliados, cuando en realidad lo que hizo Pemex fue comprar acciones de Repsol que estaban en el mercado y cuando esa empresa no tiene restricción alguna respecto a la nacionalidad de los compradores… mientras no tengan posibilidad de ejercer el control accionario parecen decir los directivos de Repsol. Porque lo cierto es que Pemex es accionista de Repsol desde hace más de 20 años. Y nunca esa participación había sido motivo de una disputa ni nunca antes tampoco se pensó, como ahora se dice, que podría utilizar en su beneficio la tecnología de Repsol o que esa participación generara un conflicto de intereses.
No deja de ser extraño también que el control de la empresa la tenga un hombre, Antonio Brufau, de fuertes relaciones con México, mediante el mucho más vinculado aún con nuestro país, Felipe González, ex presidente del gobierno español, o que sean los medios más ligados a éste los que mayor resistencia ponen a esa participación de Pemex en Repsol. O que el principal actor financiero en contra de esa participación sea el banco La Caixa. O que la filtración de documentos internos de Pemex a la prensa española se haya dado gracias a algún consejero de la paraestatal, ligado a esos grupos empresariales. Sin duda se trata de casualidades y ninguno de esos actores tiene alianzas, a su vez, en nuestro país, ni intereses con la política y la economía mexicana y la ibérica.
Se usa el miedo como argumento a un costo que puede ser muy alto para la iniciativa privada española en México: son innumerables los hoteles, las constructoras, los bancos y los grupos financieros, los grupos de comunicación, desde escrita hasta telefónica, incluso energética, la industria textil, los alimentos y el comercio, que tienen intereses muy fuertes en nuestro país e incluso son hegemónicos en sectores muy importantes de la economía nacional. Y no está mal: son empresas que han hecho inversiones legítimas y que en muchas ocasiones han demandado, creo que con razón, la apertura de los mercados. Y vaya que lo han aprovechado. La utilidad global de muchas empresas españolas no existiría sin su participación en el mercado mexicano en particular y latinoamericano en general (incluida Repsol).
No sé cómo podrá la actual dirección de esa empresa impedir el control de Pemex y Sacyr en Repsol. Legal y empresarialmente no pueden lograrlo, por eso están apostando a la política. Lo cierto es que, si eso ocurre, que nadie se extrañe si después, con medidas inspiradas en la reciprocidad y que no beneficiarían a nadie más que a intereses que fortalecerían monopolios públicos o privados, se imponen en México. Se vive y se trabaja con una visión de mercado o se apuesta, con todos sus disfraces, al proteccionismo.
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