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Profesor del ITESM-CCM
El Universal

Este argumento del Presidente, absurdo si recordamos que es un abogado, cobra sentido cuando consideramos que su principal ocupación ha sido ser político. Es una frase con mucho sentido común, pero con mucho riesgo institucional. En un Estado de derecho, la única verdad es la jurídica.
Pero no debemos detenernos demasiado en esta crítica, aunque sea válida. Lo que en el fondo es importante es que el depositario del Poder Ejecutivo considera que ciertos elementos del Poder Judicial no están cumpliendo adecuadamente con su trabajo. La primera vez que lo dijo, el Consejo de la Judicatura salió a defender a su juez, caso excepcional. La última vez que lo dijo, alrededor de su quinto informe, el Consejo ya respondió de forma acre. No aceptan que se critique a los jueces, porque eso mina la estabilidad del país. Si habláramos de futbol, el Presidente ya habría sido castigado con seis partidos.
Pero no es de un juego de lo que hablamos, sino, efectivamente, de la estabilidad del país, y no puede el Poder Judicial colocarse por encima de los demás y asumirse garante de nada. Si los jueces en México fuesen todos personas de altísima calidad moral, no estaríamos en donde estamos. Si fueran todos santos, no tendríamos sueltos a los demonios.
Por décadas, como todo lo demás en este país, fueron subordinados del poder presidencial, y hoy lo son, en muchos casos, de los múltiples poderes que tenemos después del fin del viejo régimen. En cada estado del país el Tribunal Superior es un coto familiar, que en algunos casos se acerca a un siglo de control, por sólo poner un ejemplo. La respuesta del Consejo de la Judicatura es la que podría uno esperar de un “poder fáctico” como les llaman a esas viejas corporaciones que ahora se encuentran independizadas del Presidente.
Mientras que en ese viejo régimen los jueces, como todos los demás, seguían instrucciones, hoy las pueden dar. Más aún, las pueden colocar en el mercado. A veces ellos, a veces sus secretarios de actas, o tal vez los coyotes de siempre. Pero veo difícil que nos pueda convencer la Judicatura de que la justicia en México no tiene precio. Sería verdaderamente sorprendente que en un tramado institucional profundamente corrupto, todos los jueces fuesen impolutos. Creo que sería imposible.
Regreso a un tema recurrente: estamos arrastrando viejas reglas y eso nos impide funcionar. Lo único que se logró reformar del Poder Judicial, poco antes de que el régimen se hundiera, fue precisamente la creación del Consejo y la nueva forma de la Suprema Corte. Pero el primero parece haberse convertido en defensor del coto privado de los jueces, más que en un instrumento renovador y la segunda es hoy plataforma mediática del garantismo jurídico. Mientras la Corte gana las pantallas el Consejo se refugia en la opacidad. Al final, no hemos ganado mucho.
Es indudable que buena parte de las dificultades que tiene el Ejecutivo con el Judicial son culpa del primero, así como es indefendible el argumento presidencial con que iniciamos. La Procuraduría es una vieja institución insalvable, y el MP es inútil como existe ahora. Pero las fallas de uno no implican necesariamente virtudes del otro. No sé si alguien pueda determinar qué es peor, si el que procura o el que imparte algo que no parece justicia. Y ambos tienen siempre la excusa de las leyes mal hechas, insuficientes, ilegibles, inaplicables.
Pero la división de poderes no era para ver cuál resultaba más incapaz y más opaco, sino para evitar que uno solo abusara de todos los demás, como ocurría en el viejo régimen. Hoy tenemos malas leyes, malos jueces y mala procuración de justicia porque no se hicieron para ser utilizadas. Hoy que las necesitamos, no sirven las instituciones.
Por eso, el proceso para hacer de México un país en el que valga la pena vivir no es nada sencillo ni será rápido. Se trata de construir ese conjunto de instituciones que hoy no tenemos. Y para ello no nos sirve ni el enojo presidencial, ni la opacidad judicial, ni el estrellato de los ministros o la grilla de los legisladores. No es por ahí.
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