Reforma

Recuerdo estas sensaciones porque creo que el 11 de septiembre fue una representación del apocalipsis y no hemos podido sacudirnos esa escena, esa impresión de la conciencia. En una declaración que indignó con razón a medio mundo, el compositor alemán Stockhausen consideró que los ataques habían sido la máxima obra de arte de todos los tiempos. Por supuesto: puede pensarse que es una aberración darle al crimen rango artístico pero a lo que alude el músico es a la insuperable intensidad emocional de ese momento, a esa comprimida comunicación sin palabras. Nada ha comunicado tanto, nada ha trasmitido tanto, nada ha penetrado tan hondo como esa escena. El ataque estaba cuajado de símbolos. La imaginación puede transformar cualquier cosa en arma; la capital económica del imperio atacada en sus emblemas más arrogantes; la televisión como trasmisora en vivo del terror; el suicidio como aviso de lo innegociable. Fueron dos torres las que se vinieron abajo pero con ellas se desplomaban muchas certezas y cualquier tranquilidad.
El 11 de septiembre fue una conmoción extraordinaria que terminó abruptamente una ebriedad de ilusiones. Era inevitable pensar que la historia quedaría imantada por la tragedia de esa mañana. El pánico que provocó el ataque sólo encontró consuelo en la determinación bélica. La guerra, después de todo, es la forma más nítida de ordenar políticamente el mundo. Ellos contra nosotros, dijo Bush II. No solamente los distraídos pensaron que el futuro sería un largo 12 de septiembre. Muchos creyeron que el terrorismo islámico sería el desafío central del nuevo siglo. Osama Bin Laden fue retratado como un Hitler, quizá más temible. El islamofascismo era el enemigo. La lucha contra el fundamentalismo islámico, las guerras de Afganistán y de Irak fueron pintadas como las nuevas batallas de la sociedad abierta.
A 10 años de los ataques, podemos decir que ya no es 12 de septiembre. Sí: ésa es la fecha que aparece arriba en el periódico de hoy. Pero ya no vivimos bajo la estela del terrorismo islámico. Ahí no está, como muchos han pensado en esta década, el eje de la historia contemporánea. Lo han dicho bien en estos días figuras tan distintas como Timothy Garton Ash y Francis Fukuyama. Desde luego, aquel día ha marcado la vida de millones, pero no puede decirse que el planeta viva la secuela de esa mañana triste. A pesar del extraordinario estremecimiento de hace 10 años, la historia del planeta no sigue el dramático libreto de la confrontación de las civilizaciones. El apocalipsis se ha vuelto a aplazar.
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