Profesor investigador del CIDE
jean.meyer@cide.edu
El Universal

“¿Cuál debería ser la posición de un amigo de Israel ante el pedido del presidente (palestino) Mahmud Abbas de que la ONU reconozca a Palestina como un Estado de pleno derecho?”, pregunta Mario Vargas Llosa. Estaba él en Israel, en junio del año pasado, cuando la grave crisis de la flotilla de Gaza. Yo también. Y en aquel entonces, como hoy, como hace 40 años, sigue la pregunta: ¿Cuál debería ser la posición de un amigo de Israel frente a su resistencia a que se le haga una mínima justicia al pueblo palestino? El Estado israelí existe en absoluta legalidad internacional porque así lo decidió Naciones Unidas en 1947, pero la misma decisión preveía la creación simultánea de dos Estados, sobre el territorio de la antigua Palestina bajo mandato inglés, provincia del imperio otomano hasta 1918. ¿Entonces?
Dos naciones sobre una sola tierra… ¿No habrá más solución que la expulsión, el despojo o el exterminio de una de las dos para que la otra se quede con todo? Israel gozó del apoyo incondicional de muchos países y de gran parte de la opinión internacional, pero poco a poco ese gran capital se ha erosionado hasta quedar reducido hoy a un peligroso mínimo. ¿Por qué?
Su error fue conservar, contra todas las resoluciones de las Naciones Unidas, los territorios conquistados en 1968 en la parte que le tocaba al previsto Estado palestino que no había nacido, debido a la catastrófica guerra de 1947-1948, cuando los Estados árabes creyeron acabar en un dos por tres con el infante Israel.
En los últimos años, en los últimos meses, el aislamiento israelí ha llegado a un grado extremo. Acaba de perder su tradicional y poderoso aliado turco, el único país musulmán que apoyó a Israel desde el primer día, hasta con una alianza militar. La caída de Hosni Mubarak en Egipto tensó las relaciones con este gran vecino, como lo demuestra el reciente asalto a la embajada de Israel en El Cairo; lo mismo puede pasar con Jordania, situación que le quitaría su último amigo en la zona, cuando el presidente iraní Ahmadineyad se muestra más agresivo que nunca, niega una vez más, desde la tribuna de las Naciones Unidas, la realidad del genocidio nazi y presenta los atentados del 11 de septiembre como un misterioso complot.
Quien fuera primer ministro israelí, Ehud Olmert, escribía la semana pasada: “Paz ahora, o nunca… Es la última oportunidad para una solución de los dos Estados. Israel debe actuar con valentía… No habrá mejor oportunidad. Espero que los señores Netanyahu y Abbas estén a la altura del reto”.
Pues sí. ¿Quién sabe quién vendrá después de Abbas, como dirigente de los palestinos? ¿Una paloma? ¡A poco! En cuanto a Benjamin Netanyahu… Yoel Marcus, en el diario israelí Haaretz del 24 de septiembre, escribe: “B. Netanyahu nunca pierde una oportunidad de evitar la paz… Estamos lejos de la época cuando nuestro brillante secretario de Relaciones, Abba Eban, podía decir: los palestinos nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad”.
Bibi (es el apodo del dirigente israelí) tiene por padre al famoso Ben-Zion Netanyahu, un hombre que tiene más de 100 años. Ben-Zion, desde su juventud, fue un militante del ala dura del sionismo, un partidario del Gran Israel y en 1947 rechazó la partición en dos Estados decidida por la ONU. Si bien dejó la política por la historia (es profesor emérito de las universidades de Cornell y de Jerusalén), ha ejercido siempre una enorme influencia sobre su hijo. Hay que saber que el hermano mayor de Bibi, Yonatán, murió en combate, dirigiendo la victoriosa operación de rescate de los rehenes israelíes en Entebbe, Etiopía, en 1976. Criticó duramente a Bibi, cuando, primer ministro por primera vez (1996-1999) aceptó ceder la ciudad de Hebrón a los palestinos, en aplicación de los acuerdos de Oslo. Por eso, Bibi salió del gobierno de Ariel Sharon cuando aquél evacuó la Franja de Gaza; por eso no ha dejado (como sus predecesores, pero aún más que ellos) de multiplicar las colonias en territorio palestino.
A sus 100 años pasados, Ben-Zion es un terrible radical. En una entrevista reciente dijo que la operación Plomo Endurecido, sobre Gaza, debió golpear más duro: “El árabe es el enemigo por esencia. Su personalidad no le permite ni compromiso ni arreglo. Ninguna paz es posible con él si no es por la fuerza, lo único que entiende...” De tal palo, tal astilla.
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