Nudo Gordiano
Excélsior

Cuerpos desmembrados, familias enteras aniquiladas, ayer mismo amanecimos con la historia de una más que fue acribillada en el interior de su hogar; cuatro personas que murieron, incluido un menor de apenas dos años de edad. Pero no fue la primera, hace tres semanas, otra familia de un policía, que supuestamente había participado en la detención e identificación de algunos zetas, también fue asesinada en una ola que en aquel entonces, días cercanos al 15 de septiembre, arrojó cerca de 15 homicidios en menos de 24 horas... Y pensar que hasta hace unos años Monterrey estaba considerada una de las ciudades más seguras de toda Latinoamérica.
Y no sólo Monterrey, también sus zonas aledañas, San Nicolás de los Garza, donde se registran repetidamente actos violentos, asesinados, persecuciones. Sus carreteras, caminos inciertos donde hay secuestros y, sí, también asesinatos.
Nuevo Léon es uno de esos estados que, junto con Tamaulipas, Michoacán, Nayarit, Sinaloa, Guerrero, Chihuahua y otros más, se ha convertido en tierra de nadie, en tierra de guerra, donde los habitantes han tenido que aprender a vivir con miedo, a respirar ese aire que poco les garantiza que al llegar la noche o el día podrán disfrutarlo con una tranquilidad que hoy es parte de un recuerdo y sólo una exigencia.
Una exigencia que encuentra oídos sordos, que no hace eco suficiente en unas autoridades a quienes les basta una conferencia de prensa y el sostén de su palabra como única herramienta para justificar su trabajo, para prometer que las cosas mejorarán.
Y ahí los hemos visto, al mismo presidente municipal de Monterrey, Fernando Larrazabal, primero haciéndose a un lado y, después, defendiéndose y defendiendo también a su hermano en los asuntos que se generaron a raíz del Casino Royale, ni porque en eso iba su credibilidad ante circunstancias tan adversas.
Pero cómo juzgarlo, si quien despacha en la casa de gobierno, a pesar de las circunstancias y por sobre todas las cosas, se da su tiempo para irse a pasear con la familia y dedicarle unos días, no al estudio de nuevas estrategias de combate al crimen, tampoco para el replanteamiento de las acciones realizadas y que poco han logrado... sino, ¡para irse a Disneylandia!
¿Irresponsabilidad? ¿Insensibilidad? ¿Burla? ¿Cómo definir esta postura de Rodrigo Medina? Porque a final de cuentas hay una postura tácita en ese hecho. Y es que si bien entendemos que, además de gobernador, no deja de ser jefe de una familia, sería, indudablemente, un acto de humanidad, de sentido común y, sobre todo, de sensibilidad para con sus gobernados, no dejarse ver en un parque de diversiones durante varios días y menos en un viernes laboral, porque a él se le captó el 23 de septiembre.
Ahí el gobernador, ahí la cabeza de un estado que pide a gritos que su realidad sea distinta... ojalá que, al menos, le dé un abrazo de consuelo Mickey Mouse.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario