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Por supuesto, el de López Obrador no es, ni de lejos, el único caso de un político de discurso, digamos, polémico que se ve obligado a moderarse en un contexto electoral. Me vienen a la mente algunos ejemplos. El primero, claro, es Lula. El ex presidente brasileño ya había perdido tres elecciones cuando optó por endulzar su imagen y discurso. Lula comenzó a vestir de traje y a acercarse a la misma iniciativa privada que había denunciado de manera feroz en sus tiempos de líder sindicalista. Lo mismo hizo en Perú Ollanta Humala, el ex militar conocido por su cercanía con Hugo Chávez y su retórica populista. En las elecciones de este año, Humala siguió el ejemplo de Lula y se dedicó a moderarse. Al final, el “nuevo” Humala —apoyado por Mario Vargas Llosa— logró convencer a suficientes electores independientes como para hacerse de la presidencia del Perú, en detrimento de Keiko Fujimori, la joven hija de otro político muy conocido y muy reprobado, el ex presidente Alberto Fujimori. Algo similar ocurrió con José Mujica en Uruguay y, años antes, con Alan García en Perú.
Eso es lo que intenta hoy Andrés Manuel López Obrador en México. Debe haberse dado cuenta de que las elecciones presidenciales no se ganan sólo con la base de votantes que le son fieles a un candidato, ni siquiera en un país como México, que sigue sin contar con una segunda vuelta. También debe haber intuido que, en la política moderna, la retórica antiempresarial tiene un límite (ahora acepta que le han recomendado dejar de hablar de “la mafia en el poder”). Parece que ahora también reconoce los riesgos electorales del populismo desbocado. De ahí que López Obrador haya finalmente decidido viajar a Madrid y Washington a explicar su proyecto.
Me pregunto qué habría pensado el López Obrador de otros tiempos, el más beligerante, de ambos discursos. En fin... En cualquier caso, la intención está clara. Andrés Manuel López Obrador ha comenzado su camino hacia el centro político. La apuesta le resultó a Lula porque detrás de su moderación había algo genuino: la humildad de quien reflexiona después de la derrota. Habrá que ver si la transformación lopezobradorista es igualmente auténtica. Y, claro, si los votantes optan por creerle.
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