octubre 06, 2011

Steve Jobs

Adela Micha (@Adela_Micha)
Desde Cabina
@Adela_Micha
Excélsior

Recuerdo un video que se hizo famoso en YouTube. El del discurso que dio Steve Jobs a una generación de graduados. En él habló de su niñez y su educación. Empezaba diciendo: “En realidad es la primera vez que hablo ante universitarios. A lo largo de mi vida , nunca había estado tan cerca de un grupo de graduados y qué curioso porque el inicio de mi trayectoria en la tecnología está muy vinculado a la Universidad. Resulta que soy huérfano de padre y de madre. Y que antes de morir, mi madre me dio en adopción a una pareja bajo la condición de que al crecer me garantizaran la educación universitaria. Y así fue, mis padres adoptivos con muchos esfuerzos empezaron a pagarme mis primeros cursos universitarios. Era de tal dimensión el esfuerzo que yo veía que muchos productos elementales dejaban de comprar para poder cumplir con lo prometido muchos años antes a mis verdaderos padres. Así que hablé con ellos y dejé esos estudios. Por ese tiempo, aprendí con emoción un universo, el de los distintos tipos de letras para el diseño gráfico. Ese conocimiento fue clave para diseñar la primera página web que ahora se usa en todo el mundo y que me llevó a dirigir durante años la empresa Apple. Sin embargo hubo una serie de políticas y mi socio se hizo de la compañía que yo fundé y me expulsó. En ese entonces Steve Jobs conoció otra galaxia, la de los dibujos animados por computadora y la tercera dimensión y creó Pixar. La más grande empresa para dibujos animados y efectos especiales jamás creada. Pixar se hizo famosa mundialmente y además pude regresar a dirigir Apple”.

Hasta aquí, palabras más, palabras menos, el mensaje en video que habla del credo y la magia de Steve Jobs. El hombre que siempre fue joven. Quien se hizo mundialmente reconocido por su forma tan sencilla de ser y de vestir: siempre, un suéter negro y un pantalón de mezclilla.

Y yo le guardo una muy especial admiración por lo que hizo, pero sobre todo porque lo hizo.

Revolucionó el mundo, el espacio y el tiempo. Un día fue llamado el más grande filántropo del siglo porque, siendo multimillonario, dedicó toda su fortuna a hacer más cómoda la vida de tres mil millones de seres humanos que usan sus novedades informáticas.

Jobs era el filósofo de nuestro tiempo y nos asombramos de su elocuencia y su claridad de pensamiento al escuchar sus discursos. Creó un imperio informático que hoy dicta el paso a la humanidad. El de las herramientas que usan millones de personas cada día. Sus conocimientos aplicados al diseño, la computación, la telefonía, la electrónica, cambiaron para siempre hábitos como leer, escuchar, ver, grabar y archivar textos, música, videos, imágenes.

Le imprimió la más grande velocidad a la difusión del conocimiento humano, ahora al alcance de todo el mundo.

Con Jobs, niños, adultos y mayores aprendimos un lenguaje con el que ahora nos entendemos.

Un hombre que se adelantó a su tiempo porque, sabiendo que iba a morir, trabajó para crear una plataforma de innovaciones que siguiera creciendo, aun si no viviera.

El iPhone, el iPod, la iPad. Además creó miles de aplicaciones, revolucionó nuestro ritmo de aprender, de conversar, de admirarnos. Nunca tan constantemente hemos ido de asombro en asombro como en esta época. Y en gran parte se lo debemos a él.

Multimillonario, empresario, pero siempre dando a conocer como una celebridad, su más reciente obra, como estrella de un espectáculo.

Su muerte será igual, habrá luto mundial.

Ayer Apple presentó el iPhone 4S. Epitafio del futuro.

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