marzo 24, 2011

El club de los frustrados

Juan Manuel Asai
jasaicamacho@yahoo.com
Códice
La Crónica de Hoy

Mal de muchos.- Es cierto, muchos mexicanos, no sólo Calderón, nos sentimos frustrados porque la lucha del gobierno federal contra las bandas del crimen organizado no está dando los resultados esperados, y porque es más sangrienta y prolongada de lo que pensaban los más pesimistas. Hay razones de sobra para la frustración. El clima de violencia no cesa, se agudiza. Instituciones torales, como el Ejército y la Marina, experimentan un severo desgaste. El consumo de drogas, en lugar de decrecer, aumenta. La imagen del país se deteriora. Cada vez más gente nos ubica como destino peligroso para invertir o pasear.

Entre las razones de la frustración colectiva destaca una, de la que se habla poco: la falta de comprensión y apoyo internacional. El tráfico de drogas es una actividad criminal de carácter global. La verdad es que los países implicados hacen muy poco, casi nada, para resolverlo. Han dejado, sin la menor preocupación, que la bomba estalle en las manos de México, ocasionando más de 35 mil muertes desde diciembre del 2006. Una cifra alucinante.

El caso de la cocaína es ilustrativo. Colombia, Perú y Bolivia, que son los países productores del continente, no se esmeran, ni de lejos, en contener la producción de cocaína. Dicen que por usos y costumbres sus campesinos cultivan la planta. Como no tienen alternativas qué ofrecer a sus hombres del campo, mejor ni le mueven. El resultado es que la producción del alcaloide no se detiene. Todos los años, toneladas y toneladas de droga emprenden desde el cono sur su largo camino hacia Norteamérica, pasando por México.

La droga pasa obligadamente por América Central. Ahí sus traficantes hacen una cómoda escala. Los cárteles operan sin resistencia de los gobiernos del área que los dejan hacer, los dejan pasar; aunque, claro, no pocos les cobran uso de suelo. Parecen aliados de las bandas, prácticamente no confrontan a los delincuentes, les llenan el tanque de gasolina a sus vehículos terrestres, aéreos o marinos y se hacen de la vista gorda. Creen que no su problema

La porra.- Lo peor, sin embargo, ocurre en Estados Unidos. El Tío Sam nos ha venido tomando el pelo, y eso frustra. Nos da atole con el dedo. Sus autoridades, comenzando por el señor Obama, ni la burla perdonan. La frasecita de Barack, de que Calderón está frustrado, merece un recordatorio familiar, merece que la porra lo salude. En lugar de ayudar parece que se alegran con nuestros tropiezos. En los últimos días, para no ir más atrás, nos hemos enterado de que aviones no tripulados de los EU, naves equipadas con la más moderna tecnología, hacen vuelos en cielos mexicanos dizque para dar con los mafiosos. Qué curioso, ¿por qué no lo hacen en cielos americanos para detectar allá los cargamentos?, ¿por qué no se vigilan a sí mismos? La droga cruza la frontera y se adentra en su territorio en tiempo récord. Si tienen sus aviones, ¿por qué no les sacan provecho? La respuesta a estas preguntas es simple: porque no están interesados en detener el flujo de droga ni en bajar los niveles de consumo. Lo que quieren es tener una frontera segura, aunque ésta llegue hasta Panamá.

También nos enteramos del operativo “Rápido y Furioso”, por medio del cual entraron al país cientos, acaso, miles de armas de alto poder con la complacencia y complicidad de funcionarios gringos. De hecho, también se enteró de este operativo turbio el mismísimo Obama que, según penosa confesión de parte, tampoco sabía de su existencia. Nadie le avisó. Y luego no quieren que haya frustración.

Lo que es parejo.- El error estratégico más grave cometido por el gobierno mexicano en esta lucha fue no haber exigido, desde el principio, desde que el primer pelotón del Ejército mexicano se apareció en las calles de Apatzingán, Michoacán, que el gobierno de Estados Unidos y de los demás países implicados también se sumaran a la lucha y que cada uno hiciera su parte ¿Es demasiado tarde? El daño está hecho, pero no podemos conformarnos con atestiguar los sufrimientos de nuestra gente. Hay que llevar el tema a los organismos internacionales como la OEA pero también la ONU. Así por lo menos podremos repartir la frustración de manera más equitativa.

La izquierda: miedo a la sustancia

Jorge G. Castañeda (@JorgeGCastaneda)
jorgegcastaneda@gmail.com
Reforma

Todo pareciera indicar que la izquierda mexicana ha optado nuevamente por un seppuku colectivo, ahora que está de moda lo japonés. Por un lado, el PRD celebró su congreso donde volvió a esconder las profundas divergencias tácticas, estratégicas y teóricas que dividen a sus incontables corrientes; por el otro, el re-candidato López Obrador re-presentó su repetido proyecto de nación. Muchos observadores lejanos, pero al final del día amistosos, hemos subrayado desde hace años que mientras la izquierda y su partido natural, el PRD, no afronten las grandes disyuntivas de sustancia que han fracturado a las izquierdas latinoamericanas y europeas desde hace décadas, le resultará imposible ganar la Presidencia: sea porque no saque los votos (1994, 2000, 2006), sea porque la "mafia" o los "poderes fácticos" o los "usurpadores" le jueguen rudo porque les aterra su llegada (1988, 2006). Hemos dicho también que esos temas de sustancia son: optar entre reforma y revolución; la actitud hacia la economía de mercado; la postura frente a la democracia representativa única como vía para acceder poder; aceptar y abrazar la globalización; y ser defensores de los derechos humanos urbi et orbi, hic et nunc. Hoy quisiera ilustrar este reto de la izquierda mexicana con tres ejemplos.

Libia. Ni en el consejo nacional del PRD ni en el discurso de López Obrador aparece la más mínima atención a la intervención; sea por necesaria, humanitaria, multilateral y conforme al derecho internacional; o sea por inaceptable, dictada por el imperio, y violatoria del derecho de no intervención. El PRD y AMLO no están ni a favor ni en contra de la intervención en Libia, sino todo lo contrario. De acuerdo: no es algo de inmensa pertinencia para el pueblo mexicano, pero cualquier encuestador les puede asegurar a Zambrano, a Padierna y a los asesores de AMLO, que la sociedad mexicana está más enterada de lo que sucede en Libia, que de lo que pasa en Nayarit.

La guerra del narco. Salvo por repetir un lugar común -que debe retirarse el Ejército y la Marina gradualmente-; y por recurrir a una expresión de dudoso significado -"la estúpida guerra de Calderón"- no hay nada, ni en las resolutivas del congreso del PRD, ni en el discurso de AMLO que defina alguna posición clara sobre el tema, éste sí, decisivo de la sociedad mexicana. Se puede estar a favor de la guerra fallida (escribimos un libro entero sobre este adjetivo) de Calderón como lo está el PAN, parte del PRI y todavía la mayor parte de la comentocracia, o en contra como el que escribe, como una gran cantidad de ONG nacionales e internacionales y una minoría creciente y elocuente de los comentócratas. Pero difícilmente se entiende cómo se puede no opinar ni en un sentido ni en otro. Si la naturaleza, según Aristóteles, le tiene horror al vacío: ellos le tienen horror a la sustancia.

Por último, la incapacidad definitoria del PRD: la defenestración de Carlos Pascual. No voy a entrar aquí ni a los chismes ni a los costos, ni a la indignidad de un gran país dando pequeñas peleas. Pero resulta incomprensible que el PRD y AMLO no tengan nada que decir. El único que ha opinado, Carlos Navarrete, transformó en esta ocasión su inteligencia en una aberración: pedirle al embajador de otro país que en cables secretos a sus superiores no comparta sus puntos de vista, aunque sean críticos o incluso falsos. Qué hubiera querido Navarrete, si en el 2006, Tony Garza hubiera obtenido pruebas irrefutables (que en mi opinión no existen) del fraude contra AMLO ¿debió comunicarlo por cable a Washington o callarse para no herir "sensibilidades" mexicanas? Todos los embajadores del mundo en todas las cancillerías del mundo tienen la obligación de informar a sus superiores de hechos, opiniones y hasta chismes. Por eso son confidenciales. Calderón en el fondo le reclama a Pascual lo que pensó. ¿Navarrete está de acuerdo con lo que pensó Pascual?

El proyecto social de AMLO

Leo Zuckermann (@leozuckermann)
Juegos de Poder
Excélsior

Resulta muy preocupante su propuesta de formar mujeres y hombres de acuerdo con valores que él considera los correctos

López Obrador presentó su programa de gobierno rumbo a 2012. Se trata de “50 acciones indispensables para la regeneración nacional”. En lo social, AMLO promete “establecer el Estado de bienestar”pero no queda claro cómo lo financiaría. Y resulta muy preocupante su propuesta de formar mujeres y hombres de acuerdo con valores que él considera los correctos.

Son muchas las cosas que promete AMLO en su política social: “Pensión universal para todos los adultos mayores de 68 años del país y para las personas con discapacidad”. Programas para “combatir el hambre”. “Atención médica y medicamentos gratuitos a toda la población”. “Una auténtica revolución educativa orientada a mejorar la calidad de la enseñanza y a procurar que nadie se quede sin la oportunidad de estudiar, por falta de espacios, de maestros o de recursos económicos. Esto último lo enfrentaremos con un amplio programa de becas, desayunos y con la entrega gratuita de útiles y uniformes escolares. Los estudiantes de nivel medio superior o bachillerato contarán con una beca mensual equivalente a medio salario mínimo. Todos los jóvenes podrán ingresar a escuelas preparatorias y a universidades públicas. Habrá 100% de inscripción”. “Promoveremos la práctica del deporte, tanto en su vertiente de esparcimiento y salud, como en la de alto rendimiento. Se construirán unidades deportivas”.“Apoyaremos a músicos, pintores, artesanos, escultores, cineastas y a quienes se dediquen a la promoción artística y cultural”.

Suena bien. El problema es que cuesta mucho dinero y el Estado no lo tiene. El programa de AMLO contempla una mayor recaudación con medidas tan generales como terminar con “los privilegios de las 400 grandes corporaciones”, “impuestos por las operaciones que se realizan en la Bolsa” o “por extracción de las empresas mineras”. Por el lado del gasto, AMLO propone ahorros reduciendo los suelos de la alta burocracia a la mitad y cancelando “bonos, viáticos, pensiones de ex presidentes, servicios médicos privados, cajas de ahorro especiales, el uso de aviones, helicópteros y otras canonjías”.

Intuyo que, con estas medidas, no le alcanzaría a AMLO. Los verdaderos estados de bienestar cuestan muchísimo dinero. Los países europeos, que son los más avanzados en este modelo, cobran impuestos altísimos para financiar sus programas sociales. Aquí, en México, AMLO promete mucho, pero no dice que esto implicaría cobrar más impuestos: una mayor tasa del IVA y generalizada, por ejemplo. No es gratuito: AMLO está en campaña y resulta impopular hablar de subir impuestos cuando se pretende ganar una elección.

Uno de los aspectos más preocupantes de la propuesta de AMLO es su visión sobre la crisis de valores que, según él, hay en México: “A partir de la reserva moral y cultural que todavía existe en las familias y en las comunidades del México profundo, y apoyados en la inmensa bondad que hay en nuestro pueblo, vamos a emprender la tarea de exaltar y promover valores en lo individual y lo colectivo. El propósito es contribuir a la formación de mujeres y hombres buenos y felices, bajo la premisa de que ser bueno es el único modo de ser dichoso. Insistiremos en que la felicidad no se logra acumulando riquezas, títulos o fama, sino estando bien con nuestra conciencia, con nosotros mismos y con el prójimo. Sólo así podremos hacer frente a la mancha negra de individualismo, codicia y odio que se viene extendiendo cada vez más, y que nos ha llevado a la degradación progresiva como sociedad y como nación”.

Este tipo de pronunciamientos tienen un tufo de “revolución cultural” maoísta. Recuerdan el viejo sueño de la izquierda revolucionaria de construir un “hombre nuevo”comunista. Los ejercicios izquierdistas de “promover valores” desde el Estado siempre han terminado mal. Y es que los gobiernos están para solucionar problemas sociales no para formar hombres buenos, felices y dichosos. AMLO tiene el derecho de pensar que los valores correctos son los que vienen del México profundo, que quién sabe dónde queda. O que el individualismo es una desgracia social. Pero que no trate de inculcarnos sus valores personales si es que llega a ser Presidente.

Las campañas negativas

Héctor Aguilar Camín
acamin@milenio.com
Día con día
Milenio

Tan hipócrita como la prohibición a los gobernantes para que no hagan política electoral, es la prohibición a partidos y candidatos para que no hagan lo que, en abuso y trivialización de los términos, llamamos “guerra sucia”.

La prohibición de la llamada “guerra sucia” exige que un candidato no haga su campaña diciéndole a otro que es un torpe o un cínico o un narco o un ladrón.

Se entienden fácilmente las diferencias entre ambas parejas de descalificaciones. Ser torpe o cínico no es un delito. Ser narco o ladrón, sí. Pero la ley no hace ninguna diferencia entre ellas: prohíbe ambas.

No debería prohibir ninguna por elementales razones de sana pedagogía política. El público aprende mucho de los adversarios durante sus intercambios de descalificaciones.

Hemos aprendido mucho en estos días, por ejemplo, durante la “guerra sucia” entre empresas dominantes del sector de telecomunicaciones, sobre los usos y costumbres de esas empresas.

Nadie conoce mejor las debilidades de un competidor que sus adversarios, de modo que a la hora de las descalificaciones entre candidatos, el elector queda en manos de verdaderos especialistas. Malintencionados y parciales, pero conocedores.

El público no sólo aprende del acusado, sino también del acusador, por la forma en que acusa. Si miente o acusa de más, la mentira lo exhibe, lo desnuda, se vuelve en su contra.

De modo que las campañas negativas son esenciales al conocimiento durante una competencia electoral.

Ahora bien, hay una diferencia radical entre acusar a alguien de cínico o torpe y acusarlo de ser narco o ladrón. En obsequio de la transparencia pública y de la rendición de cuentas cabal de los candidatos habría que subir la exigencia para quien acusa a otro de delincuente.

Quien acusa a otro de ser narco o ser ladrón debería acompañar su dicho con una denuncia penal, pues ésta sería la única conducta responsable: no sólo advertir de la criminalidad del imputado, sino tratar de ponerlo en manos de la justicia.

Quien en cambio acusa a su adversario de ser cínico o torpe, está sólo en una esgrima de prestigios, sugiriendo con su acusación que él es menos cínico o menos torpe que su adversario.

La ley electoral ha prohibido todo, sin embargo, bajo el absurdo argumento de que las “campañas negativas” degradan la política. La política tiene un lado impresentable que nadie puede degradar, del mismo modo que nadie puede exagerar la violencia de la guerra.