junio 29, 2011

Un complejo panorama electoral

Lorenzo Córdova Vianello (@lorenzocordovav)
Investigador y profesor de la UNAM
El Universal

Decir que el proceso electoral de 2012 va a ser complicado es una obviedad. Toda elección conlleva un momento de complejidad particular en la vida política de un país, pero cuando además están en juego —como ocurrirá el 1 de julio del año próximo— todos los cargos de elección popular federales y elecciones concurrentes en más de una decena de entidades federativas, la apuesta es muy alta y la tensión y la confrontación inevitablemente tienden a multiplicarse.

Pero además de la cantidad de cargos que estarán en disputa (en primer lugar, por supuesto, la Presidencia de la República), las elecciones de 2012 se realizarán en un contexto político, social, económico y de seguridad sumamente complicado y hasta adverso.

En el plano político encontramos, por un lado, a actores poco responsables con una muy precaria propensión a respetar las reglas de la competencia —mismas que, por cierto, ellos mismos establecieron— y que a menudo actúan transgrediendo sin mayor empacho las normas, a veces de manera velada y simulada, otras de forma franca y descarada. Ello ocurre, muchas veces, con la inconcebible condescendencia, cuando no incluso anuencia, de las autoridades electorales encargadas de vigilar el cumplimiento de la Constitución y la ley, lo que lejos de rebajar la comisión de actos ilícitos, los tolera y estimula.

La irresponsabilidad que caracteriza a los actores políticos los ha llevado, además, a poner en riesgo la realización misma de la elección, al faltar al mandato constitucional de integrar oportuna y debidamente al Consejo General del IFE. Luego de casi ocho meses, hoy siguen prevaleciendo los mezquinos intereses de parte y todavía se ve lejos el consenso en torno a los nombres de los tres consejeros faltantes, lo que ya está teniendo delicadas consecuencias en el funcionamiento del Instituto, por no hablar de la consecuente erosión en su credibilidad.

Eso por no hablar de la falta de completar el marco legal que debió acompañar las normas constitucionales introducidas hace casi cuatro años. La falta de una ley que regule el derecho de réplica, de una ley reglamentaria de las prohibiciones contenidas en el Artículo 134 (relativas a la publicidad gubernamental y a su uso personalizado), así como a las leyes de responsabilidades de los servidores públicos y a las normas reguladoras de la radio y la televisión, provocan una serie de lagunas y omisiones legislativas que complican particularmente el panorama, así como la actuación de los órganos electorales.

Por otra parte, tenemos a unas autoridades electorales debilitadas que no logran remontar la crisis de confianza que vienen arrastrando desde hace unos años. La formación de grupos en su interior, las acusaciones de parcialidad y la incapacidad para constituirse como garantes incuestionables de los principios y postulados constitucionales son sólo algunos de los problemas que enfrentan y que difícilmente podrán revertirse antes de los próximos comicios.

Por si lo anterior fuera poco, hay otros actores, de quienes depende en buena medida un adecuado desarrollo del proceso electoral, que han venido demostrando una marcada vocación autoritaria y antiinstitucional: los grandes consorcios mediáticos. Los concesionarios de la radio y la televisión siguen sin poder digerir la reforma de 2007 y la afectación que le supuso a sus intereses. La renuencia a aceptar las nuevas reglas los ha llevado a repudiar todo intento del IFE para aplicarlas y a emprender intensas campañas mediáticas (como la reciente acometida de la CIRT contra el IFE, a propósito del intento de cambios a varios de sus reglamentos, a la que apenas ayer se sumó la Coparmex). Increíblemente, no les importan las consecuencias que para la estabilidad y la buena llegada a puerto del proceso electoral significan los obuses que hoy dirigen contra el IFE.

Lo anterior se conjuga peligrosamente con una situación económica que, más allá de las cifras macroeconómicas actuales, en cualquier momento puede resentir los efectos de la desaceleración que casi todos vaticinan para la economía de EU, a la cual la nuestra está inevitablemente anclada, por no hablar de la crisis de seguridad que puede poner en riesgo incluso la instalación de un considerable número de casillas durante la jornada electoral del año venidero.

Ojalá que la responsabilidad prive al final del día y lo que hoy son ominosas y preocupantes realidades terminen por ser falsas alarmas en el futuro. No nos olvidemos que la democracia supone una apuesta colectiva en donde todos jugamos un papel relevante.

Puras promesas

Sergio Sarmiento
Jaque Mate
Reforma

"Por cada promesa hay un precio que pagar". Jim Rohn

Es una feria de promesas. Nadie toma nota del costo al erario. El propósito de la campaña no es ofrecer un buen programa de gobierno sino simplemente comprar votos. En esto las cosas no han cambiado en milenios. Las campañas de Julio César y otros políticos a cargos públicos de la Roma antigua eran muy similares a lo que hoy vemos en el Estado de México.

Los candidatos prometen eliminar la tenencia vehicular, subsidiar el transporte público, dar becas a los jóvenes, otorgar apoyos a personas de la tercera edad y madres solteras. ¿Cuánto cuestan estas promesas? Nadie se molesta en contabilizarlo. Las elecciones se ganan haciendo promesas, ofreciendo regalos a los electores. Nadie quiere saber las consecuencias de aplicar estas promesas.

Si un país pudiera prosperar a base de subsidios y regalos electorales, México sería desde hace mucho tiempo la nación más rica del mundo. Pero no es así. Países como Grecia, en que los gobiernos han acostumbrado a los ciudadanos a recibir regalos, hoy se dan cuenta de que su aparente prosperidad se desmorona. Los países que están creciendo, como China y Corea del sur, son los que generan una mayor cultura de inversión y de trabajo.

La campaña política del Estado de México nos demuestra uno de los peores aspectos de la democracia. Las características que hacen de una persona un buen candidato no son las mismas que la convierten en un buen gobernante. Los grupos políticos que controlan el voto de mucha gente exigen tratos especiales a cambio de sufragios. No hay incentivos para que en campaña se ofrezcan programas que realmente lleven a la construcción de una economía más próspera. Los votantes no quieren escuchar que la riqueza se obtiene con trabajo, sacrificios y ahorro. En cambio aplauden las ofertas de subsidios, becas, apoyos sociales, tratos especiales, bicicletas, lavadoras o costales de cemento.

Nadie revisa las implicaciones de las promesas. Eliminar la tenencia para automóviles significa, por ejemplo, que quienes no tienen dinero para adquirir un vehículo privado deberán financiar los servicios, como calles, semáforos y demás, que requieren quienes sí alcanzan a comprar un auto privado. La política es quitar dinero a los pobres para ayudar a los ricos o a las clases medias.

Subsidiar el transporte público, otorgar becas y dar ayudas a distintos grupos son prácticas con costos sociales. Incentivan a la gente a buscar empleos en lugares lejanos, favorecen a las familias más ricas que mandan a sus hijos a prepas o universidades, promueven la dependencia de dádivas del gobierno y no del trabajo.

Nadie entre los candidatos habla de los problemas de fondo, como las inundaciones anuales que afectan a los municipios mexiquenses. Ninguno piensa acerca de las medidas que habría que tomar para generar mayor inversión y actividad productiva. Es más fácil prometer regalos que trabajo.

Son muchas las razones por las que México es un país pobre a pesar de todas sus ventajas naturales. Un siglo de gobiernos han justificado su existencia en nuestro país por supuestamente estar haciendo esfuerzos para combatir la pobreza. Pero la pobreza se ha mantenido precisamente porque los políticos prefieren repartir regalos o promover los intereses de grupos cercanos a ellos que crear las condiciones para crecer y prosperar.

Por lo pronto es significativo que las campañas electorales se convierten en simples competencias de promesas de regalos y no en escenarios para comparar estrategias para construir prosperidad.

ANTORCHA CAMPESINA

El lunes levantó Antorcha Campesina su plantón de 47 días en la calle de Bucareli de la Ciudad de México. El gobierno federal aceptó dar 8 millones de pesos para programas sociales que benefician a los miembros de esta organización. Antorcha Campesina también ha obtenido dinero del gobierno de Oaxaca y seguramente de muchos otros. Los movimientos sociales y plantones son un gran negocio.

Los mexicanos… como los cangrejos

Román Revueltas Retes
revueltas@mac.com
Interludio
Milenio

Los mexicanos adolecemos, entre otros defectos mayores, de un rasgo particularmente nefasto y pernicioso: nos oponemos, de manera casi instintiva, a lo que hacen los demás. Es decir, nuestro primerísimo impulso es estorbar o, en el mejor de los casos, no ayudar cuando otra persona emprende una acción.

Esta oscura característica proviene, creo yo, de la propia incapacidad para ejecutar tareas y no es otra cosa que una manifestación, muy evidente, de la envidia. Pero también resulta de ese individualismo primitivo que describe Jorge Castañeda en su último libro y que brota a la superficie cada vez que un individuo, atenazado por sentimientos de inseguridad y fatalmente acomplejado, tiene que ceder. Esta cesión, perfectamente natural cuando se trabaja en equipo o se es miembro de una comunidad, el mexicano la vive como una especie de derrota personal, de mayor o menor calibre según las circunstancias. Y así, por ejemplo, si el presidente de la República le pide amablemente a los diputados que lleven a cabo un período extraordinario de sesiones para tramitar los asuntos pendientes de la nación, urgentísimos y perentorios, se aparece por ahí uno que le gruñe de vuelta: “no somos sus empleados”. La petición original no era la de un hombre que quiere exhibir dones de mando ni poderíos; se trataba, simplemente, de una invitación para resolver problemas que nos afectan a todos los ciudadanos. Pues no. La respuesta inmediata es decir no.

Decimos no cada que podemos. El no lo tienes casi garantizado en las tiendas, en las oficinas públicas, en los centros de atención telefónica, en los bancos, en las aerolíneas y en todas partes. Pero, hay más. Esa negativa no se circunscribe al ámbito de las responsabilidades personales sino que tiene que extenderse a los espacios que ocupan los otros: si, por ahí, descubres (milagrosamente) a un adepto del sí, pues entonces debes meterle zancadillas y ponerle piedras en el camino. Somos, de tal manera, una sociedad esencialmente insolidaria en la acción. Sólo la desgracia nos hermana (vaya consuelo).