octubre 07, 2011

Steve Jobs: un seductor jefe de los piratas

Julio Sánchez Onofre
El Economista

A Steve Jobs le gustaba conducir un Mercedes-Benz y tenía una motocicleta BMW. Escuchaba a Police y The Beatles a todo volumen. Llegaba a trabajar a Apple en camiseta, unos pantalones Levi's y sus zapatos Birkenstock.

Así recuerda Jay Elliot, ex vicepresidente de Apple, al “jefe de los piratas”, haciendo referencia al equipo de Jobs dentro de la firma de la manzana y que recoge en su libro El Camino de Steve Jobs, escrito en colaboración con William L. Simon.

“¿Por qué unirte a la Marina si puedes ser un pirata?”, era el lema de la mente detrás de Apple, que falleció el miércoles pasado a los 56 años. Steve Jobs es recordado por lograr explotar la creatividad de su equipo y para crear un sentido de pertenencia.

Muchos miembros de su equipo provenían de otras empresas tecnológicas, quienes se sentían ofuscados e incluso frustrados porque antes de llegar a Apple tenían poco margen para innovar, para sentir que iban a cambiar el mundo en cada lanzamiento, como lo hacían al trabajar con Steve.

“Fue Steve que reconoció como el grito de guerra que ayudaría a construir un equipo coherente, un equipo que se uniría y apoyaría entre sí”, recuerda Jay Elliot en el libro, publicado en México por la editorial Aguilar este 2011.

A Jobs le gustaba cortejar al talento. Cuando identificaba una mente potencial, la seducía con la idea de transformar el mundo para incorporarla a su equipo de piratas. Así se hizo de personalidades como Steve Mayer, con quien había trabajado en Atari, o a Jon Rubinstein, quien trabajaba en Hewlett-Packard y logró atraerlo en 1990 a la firma de la manzana.

El revolucionario de la industria de las tecnologías informáticas, quien creó la Mac y reconfiguró la industria musical con la creación del iPod y la tienda digital iTunes, logró su éxito gracias a su exigencia e incluso tiranía.

“Las democracias no producen grandes productos; necesitas a un tirano incompetente”, decía Jean-Louis Gassé, un ex ejecutivo de Apple y cuyo testimonio recuerda Jay Elliot.

“Steve era el maestro de ceremonias del circo y tronaba su látigo. Siempre estaba buscando algo específico de cada grupo para alcanzar la calidad que buscaba. Hizo brotar el genio creativo de tanta gente y lo llevó a trabajar armónicamente”, escribió.

A Steve Jobs le gustaba la simplicidad y que la tecnología fuera intuitiva que incluso los niños pudieran usarla sin largas horas de explicaciones. Incluso se le hacían muy complicados los teléfonos que había antes de la llegada del iPhone: el gurú de la tecnología creó el primer teléfono con pantalla táctil porque quería un celular que funcionara con un sólo botón, cosa que parecía imposible. Pero Steve demostró lo contrario.

¡JOBS!

Arturo Damm Arnal
arturodamm@prodigy.net.mx
La Crónica de Hoy

La esencia de la empresarialidad consiste en inventar mejores maneras (desde más baratas hasta más eficaces) de satisfacer las necesidades de los consumidores. Si ello es así, ¡y así es!, pocos empresarios encarnaron esa esencia de la manera en la que lo hizo Steve Jobs. Cito a Sergio Sarmiento: “Pocos empresarios fueron tan originales como Jobs y cambiaron tanto nuestras vidas”, y lo mismo hago con Warren Buffett: “He was one of the most remarkable business managers and innovators in american business history”, y me permito enmendarle, sólo por respeto a la verdad, la plana: in the world businees history.

¿Quién benefició, más, a más gente: Steve Jobs o la Madre Teresa de Calcuta? Jobs, sin duda alguna (sin demérito alguno de lo hecho en vida por la beata), y lo interesante es que lo hizo, no beneficiando al consumidor gratuitamente, regalando sus productos, sino cobrando un precio con la intención de obtener la mayor utilidad posible, es decir, actuando como agente económico egoísta (que busca su ganancia) y racional (que busca la mayor ganancia posible), ¡conducta egoísta y racional, por lo cual los consumidores de los productos Apple debemos estar muy agradecidos! Cito a Ricardo Medina: “Steve Jobs nunca dijo de sí mismo soy un servidor público o estoy aquí para ayudar a los demás o busco la santidad”, y sin embargo lo que hizo fue ayudar a los demás a satisfacer de mejor manera ciertas necesidades, ¡y tan así fue que a quienes sirvió estuvimos dispuestos a pagar un precio por los productos que nos ofreció!

¿Por qué digo que los consumidores de los productos Apple tenemos que estar muy agradecidos por la conducta egoísta y racional de Jobs? Para entenderlo, preguntémonos si quienes mejoramos nuestro bienestar, consumiendo sus productos (hasta el momento las dos mejores compras que he hecho en lo que va del siglo XXI han sido, en primer lugar, mi iPod —¡qué maravilla poder llevar toda mi música a todos lados!— y, en segundo, un par de crocs —¡qué cómodos son!—), lo podríamos seguir haciendo si Jobs hubiera actuado de manera altruista y, por lo tanto, al menos en el mundo de los negocios, irracional, regalando sus productos y no, tal y como lo hizo, cobrando un precio por los mismos con la intención de obtener la mayor ganancia posible. Dios nos ampare a los consumidores el día que los empresarios dejen de actuar de manera egoísta y racional y lo hagan de manera altruista e irracional. Ese día empezará la escasez y, con ella, el declive de nuestro bienestar.

¿Cuál es la contrapartida de la riqueza de Jobs? El mayor bienestar, consecuencia del consumo de los productos Apple, de millones de seres humanos, contrapartida que es lo único que justifica, en el mundo de los negocios, las utilidades del empresario, justificación que en el caso de Jobs es evidente.

Para terminar, y por no dejar, ¿cuántos empresarios mexicanos encarnan, como lo hizo Jobs, la esencia de la empresarialidad: inventar mejores maneras de satisfacer necesidades?

Lo que nos dejan Jobs… y Palin

Fran Ruiz (@perea_fran)
fran@cronica.com.mx
La aldea global
La Crónica de Hoy

Sólo unas pocas horas después de que Sarah Palin renunciara a la carrera por la Casa Blanca, fallecía Steve Jobs. No por menos esperada, la muerte del cofundador de Apple ha causado conmoción mundial, mientras que la “muerte política” de la líder ultraconservadora pasó a un triste segundo plano (a la misma irrelevancia en la que cayó la pobre de Farrah Fawcett cuando le tocó morir el mismo día que Michael Jackson; una jugarreta del destino).

No pretendo con esta columna repasar los logros tecnológicos de Jobs ni la carrera política de Palin, sino acercarnos al pensamiento y vida de ambos personajes, para entender por qué el modelo que propone el primero es la mejor garantía para que EU pueda seguir liderando el mundo durante las próximas décadas, mientras que el modelo que propone la líder (espiritual) del Tea Party es el camino más corto para convertir a EU en un país intolerante, excluyente y mediocre.

Olvídense, pues, de los aparatos tecnológicos que salieron de la mente de Jobs y que han entusiasmado a generaciones enteras; centrémonos en su filosofía de vida, que compartió con los alumnos de la Universidad de Stanford, en junio de 2005, y que se considera ya un discurso mítico.

Steve Jobs recordó ante cientos de estudiantes que él también eligió estudiar en un centro prestigioso, pero tuvo que desistir porque era tan caro que arruinaría a sus padres adoptivos, de clase obrera; destacó, sin embargo, que lo que aprendió durante el breve tiempo que pasó por el elitista Reed College le sirvió años después para diseñar con gran éxito sus computadoras. Anunció a los jóvenes que había sido diagnosticado con cáncer y confesó cómo la noticia le hizo comprender que, si la muerte lo esperaba a la vuelta de la esquina, la mejor herramienta era empezar a vivir según lo que le dictara el corazón; por esto mismo, aconsejó a los jóvenes de Stanford, que ese día se graduaban, que se pusieran como meta encontrar lo que realmente aman, “sin dejarse atrapar por los dogmas” y siempre con hambre de conocimiento, y a ser posible con ese toque de locura que a él lo llevó a tropezar muchas veces, pero también a lograr cosas que hicieron que el mundo fuera “un poco más feliz”, como han repetido estos días sus seguidores e incluso rivales, como Bill Gates.

Rescatemos ahora parte del pensamiento de Palin, que ella misma resumió en su mensaje de despedida. La ex gobernadora anunció que, “después de mucho rezar”, llegó a la conclusión de que era más útil para el Partido Republicano si se mantiene entre bambalinas, desde donde ayudará al futuro candidato a “frenar” la revolución de Obama, y lo ayudará a “restaurar los valores” que, según ella, hicieron una vez grande a Estados Unidos.

Steve Jobs no era político ni tuvo tiempo de escuchar el último discurso de Palin, pero, si lo hubiera hecho, primero habría sonreído ante la ocurrencia de la republicana de tener que consultar a Dios (mediante rezos) sobre su destino; y segundo, se habría preocupado con sus ideas involutivas sobre a dónde tiene que dirigirse Estados Unidos.

¿Qué pretende Palin —podrían haberse preguntado Jobs—: reinstaurar en las escuelas la teoría creacionista, que ella apoya fervorosamente; frenar el progreso y la ciencia en nombre la palabra de Dios; pretende acaso convertir a EU en una república fundamentalista al estilo de Irán, donde el único avance es la tecnología armamentista, mientras prohíbe, por ejemplo, las investigaciones con células madre?

Todo esto es, precisamente, el modelo de vida que repudia Jobs y que aconseja a los estudiantes que no sigan, porque, con tantas prohibiciones que impondrían dogmáticos como Palin, cortarían las alas a su creatividad.

Si EU sigue a la vanguardia mundial en tecnología punta, no es por esos estadunidenses que viven con la Biblia en una mano y el fusil en la otra; que recortan las ayudas a la educación de los que menos tienen y favorecen con sus bajos impuestos el acceso de los más ricos a las universidades más prestigiosas; o que desprecian el mérito académico que pueda aportar un joven inmigrante, si resulta que sus padres son ilegales.

Si Estados Unidos está a la vanguardia de la “nueva economía”, con marcas como Twitter, Google o la propia Apple, es por esos emprendedores como Steve Jobs, que se entusiasmaron con el potencial casi infinito de las nuevas tecnologías y, sobre todo, porque no se vieron “atrapados” en inútiles dogmas.

Este es legado innovador y progresista que nos deja Jobs y que inspiró a tantos otros, como así dijo Marck Zuckemberg, quien aprovechó su página en Facebook para escribirle de manera póstuma: “Gracias por enseñarnos que lo que se crea puede cambiar el mundo”.

Steve Jobs en contexto

Macario Schettino (@macariomx)
schettino@eluniversal.com.mx
Profesor del ITESM-CCM
El Universal

Murió Steve Jobs. Fue noticia de primera plana en todos los periódicos. No podía ser de otra manera, puesto que era el constructor de la empresa más grande del mundo (o casi), y el inventor-promotor de un conjunto de artefactos que definen (o casi) la vida actual de más de la mitad de los seres humanos.

Para algunos, Jobs era un tirano megalómano, fanático del control, que regía un imperio casi teocrático: Apple. Para otros fue el equivalente a Thomas Alva Edison en este cambio de siglo.

Como se sabe, fundó Apple a mediados de los 70, junto con Steve Wozniak, empresa que produjo una de las primeras computadoras personales a inicios de los 80. Luego fue avasallada por la aparición de la IBM PC, y a pesar de que Jobs introdujo al mercado en 1984 la MacIntosh (con la interface gráfica que todos conocemos hoy), la empresa sobrevivía a duras penas. Jobs fue despedido de Apple en 1985, y fundó NeXT que nuevamente fue un fracaso comercial, a pesar de los avances tecnológico-humanos que tenía. En esos días compró el área de animación de LucasFilm, que renombró como Pixar. A mediados de los 80, Jobs era un fracaso más en la industria.

En 1996, sin embargo, Apple compra a NeXT y Jobs regresa. Y estos 15 años son totalmente diferentes: ahora los avances tecnológicos van de la mano del éxito comercial: las Mac, iTunes, iPod, iPhone, iPad. Jobs revoluciona la industria de la música, de la comunicación remota, y sigo pensando que los iPad (y seguidores) transformarán la educación.

La comparación de Jobs con Alva Edison es mucho más pertinente de lo que se piensa. Ambos son figuras indispensables en la creación de lo que se conoce como una tecnología de propósito general, la aplicación amplia de un avance técnico previamente muy restringido. El efecto de estas tecnologías de propósito general es inmenso (de hecho, es lo que Marx confundió con “modo de producción” para que lo imagine usted más fácilmente): son fuente de innovación, primero reducen y luego amplían la productividad del resto de los sectores, alteran la distribución del ingreso, transforman el mundo. Ni Alva Edison fue el único creador de la electricidad, ni Jobs de las tecnologías de información, pero ambos son las figuras paradigmáticas.

Como otros miembros de su generación (nacidos a la mitad de los 50), en su adolescencia conoció y se enamoró de una tecnología entonces sólo para iniciados. Si fueron a la universidad, fue por poco tiempo (un año en el caso de Jobs), pero vivían para su sueño tecnológico, que pocos años después los convertiría en millonarios, y al resto del mundo le permitiría continuar creciendo, a pesar de que hoy somos siete mil millones de seres humanos, no los tres mil que había cuando ellos nacieron. Menospreciamos lo que estamos viviendo.

La aparición, los éxitos y fracasos, la transformación del mundo que esa generación produjo ocurrió en Estados Unidos, porque sólo ahí pudo haber ocurrido. El espacio para innovar, para crear y fracasar, rápido y con poco sufrimiento, no era algo generalizado en el mundo a mediados de los 70 ni en las décadas posteriores. No lo es hoy en México, por ejemplo.

La innovación exige destrucción, aunque sea difícil entenderlo. Lo nuevo cuesta, implica abandonar lo viejo, y con ello lo conocido y lo acostumbrado, y los seres humanos no somos buenos para eso. Cuando construimos nuestra sociedad para reducir en lo posible el sufrimiento del cambio, impedimos la innovación. Cuando defendemos unos empleos, impedimos la creación de otros nuevos; cuando evitamos la quiebra de empresas, reducimos la creación de otras nuevas; cuando nos aferramos a las ideas que conocimos, cerramos nuestra mente a algo distinto. Y cuando el mundo entero vive de la innovación, cuando llevamos poco más de dos siglos creando y creciendo, quienes impiden los cambios empobrecen.

América Latina, México especialmente, lleva esos dos siglos tratando de impedir los cambios. Y luego se sorprenden de que seamos un continente atrasado y desigual, comparable sólo con África. No hay de qué sorprenderse: cuando es más importante el pasado que el futuro para delinear nuestra vida, el cambio es inaceptable, es decir, la innovación, es decir, la destrucción creativa.

Decía ayer EL UNIVERSAL: “Adiós a un hombre que cambió al mundo”. Pudo hacerlo porque el cambio, en su contexto, era no sólo aceptable, sino anhelado. Como vamos, eso jamás podrá decirse de un mexicano.

¿Jobs mexicano?

Sergio Sarmiento (@sergiosarmient4)
Jaque Mate
Reforma

"No es el dinero. Es la gente que tienes, la dirección que tienes, y qué tanto comprendes lo que está pasando". Steve Jobs

¿Y si Steve Jobs hubiese sido mexicano?

Es muy probable que no hubiese encontrado una familia que lo tomara en adopción de recién nacido, como ocurrió en Estados Unidos, ya que las leyes en México parecen estar hechas para que los niños que son dados en adopción nunca encuentren un hogar.

De adolescente, habría sido detenido y extorsionado por policías que lo habrían considerado presa fácil por usar el pelo largo y quizá sustancias prohibidas.

Al abandonar sus estudios universitarios, habría sido rechazado por la sociedad y considerado un fracasado. Habría tenido que trabajar en un taller mecánico, con un horario extenuante que no le habría dejado tiempo para pensar, y con un sueldo que no le habría dado lo suficiente para sobrevivir con dignidad.

Su empresa, fundada en el garaje de la casa, habría sido cerrada por los inspectores por no dar las mordidas necesarias para operar.

Jobs habría pasado meses o años tratando de dar de alta la compañía ante Hacienda, el IMSS, la Secretaría de Relaciones Exteriores y la delegación o el municipio. Al final no habría tenido dinero para pagarle al notario.

En lugar de la primera computadora, la Apple 1, de 1976, su firma habría generado una torre de multas y requerimientos de la autoridad. Es muy probable que, después de algunos intentos, Jobs hubiese optado por vender calculadoras chinas en un semáforo de la ciudad.

Suponiendo que hubiera podido realmente empezar una empresa, ésta seguramente se habría quedado siempre pequeña. Jobs habría tenido que dedicar todo su tiempo e inteligencia para resolver problemas con el IMSS, el gobierno y los sindicatos, que lo habrían extorsionado impunemente. Las posibilidades de innovar y generar nuevos productos se habrían visto asfixiadas de raíz.

En caso de que hubiese podido desarrollar nuevas computadoras, los oligopolios en el negocio se habrían coludido para impedirle alguna penetración significativa en el mercado. Sus grandes rivales, por otra parte, habrían sido subsidiados por el gobierno.

Suponiendo que hubiese tratado de alcanzar el mercado internacional, sus costos habrían sido demasiado altos para competir. Los aranceles para importar insumos habrían elevado el precio de su producto final, mientras que los costos de seguridad (por ejemplo, el tener que mandar patrullas a cuidar los camiones que llevaban sus productos por las carreteras) lo habrían sacado del mercado.

Los reguladores mexicanos, por otra parte, habrían intervenido de inmediato si hubieran visto que tenía éxito. Tras producir sus primeras computadoras, los burócratas le habrían impedido entrar al mercado del internet, la telefonía o la música. Para eso necesitaría nuevas autorizaciones del gobierno.

Pero vamos a suponer que, a pesar de todo, Jobs hubiera podido crear una empresa remotamente cercana a la Apple con valor actual de 340 mil millones de dólares. Entonces habría surgido un movimiento político para castigarlo por su éxito. Se le acusaría de ser demasiado exitoso en lo empresarial y demasiado rico en lo personal. El gobierno decretaría un impuesto especial que le impediría seguir trabajando.

No es suerte que Steve Jobs haya podido lograr sus éxitos en el norte de California y que en México no hayamos tenido nunca un empresario tan revolucionario como él (los tenemos muy ricos, es cierto, pero no innovadores). Si Steve Jobs hubiese sido mexicano, es muy probable que hubiera terminado trabajando en la economía informal. Son las circunstancias las que definen hasta dónde puede lograr su potencial un individuo.

TRES CONSEJEROS

Se acerca ya la designación de los tres consejeros que faltaban. Los problemas del IFE, sin embargo, no han sido producto de la falta de consejeros, sino de la manera en que ha sido concebida la institución.

Manzana digital

Juan Villoro
Reforma

Steve Jobs nació en San Francisco, en 1955, y creció al compás de Grateful Dead. Educado en la psicodelia, entendió la cultura digital como una forma de expandir la conciencia y hacer dinero con extraordinario buen gusto. Dandy cibernético, concibió Apple al modo de un espejo, una elegante superficie para viajar al interior de ti mismo.

Su camino sería heterodoxo o no sería. En 1976 abandonó la universidad para dedicarse a la tecnología de garage en compañía de Steve Wozniak. Jobs aportaba el talento organizativo y Wozniak los inventos. Si la asociación hubiera ocurrido en un observatorio de 1600, Jobs habría sido el pragmático, excéntrico, seductor y poderoso Tycho Brahe y Wozniak hubiera sido Kepler, insuperable intérprete del cosmos. Su asociación muestra que en los procesos tecnológicos crear un sistema de trabajo es más importante que tener una idea genial. Wozniak diseñaba prótesis, pero Jobs convencía a los cuerpos de que debían usarlas.

En una llanura de horticultores, plantaron una manzana mecánica. Silicon Valley sería su tierra prometida.

Como Moisés, Jobs fue abandonado por sus padres biológicos. Su prolífica trayectoria se alimentó de un combustible peculiar, el inmoderado afán de controlar su destino. Odiaba las soluciones de compromiso y rara vez aceptaba sugerencias. Abundan las anécdotas sobre el insultante desdén con que criticaba a sus colaboradores. En sus equipos de trabajo, la creatividad ajena contribuyó a su mesianismo. El resultado de esa extraña alianza fue una avasallante cauda de artilugios: Mac II, iPhone, iTunes, Pixar, iPad. La computación, el cine de dibujos animados, la telefonía y la música cambiaron para siempre.

Para reforzar el marketing, el mesías digital reclutó a John Sculley, presidente de Pepsi, con esta pregunta: "¿Quieres seguir vendiendo agua azucarada o quieres cambiar el mundo?".

Cuando sus caprichos dejaron de ser rentables, fue expulsado de su propia empresa. Durante 11 años hizo su travesía del desierto. Uno de sus más brillantes fracasos fue Next, computadora destinada a las universidades que no encontró mercado. Gracias al declive de Apple y a las sorpresivas ganancias que obtuvo con Toy Story pudo regresar a su primera compañía. Amante de los símbolos, aceptó un sueldo de un dólar y varios millones en acciones.

Jobs fue un perfecto intermediario entre el inventor y el consumidor. Sus productos no sólo debían ser eficaces, sino cautivadores y fáciles de usar. Al presentar el iPhone, dijo que había creado una pantalla para la máxima herramienta del ser humano: el dedo. La identidad entre máquina y usuario hicieron que los elevados precios de Apple se idealizaran como un mérito a compartir.

Todo gurú depende de las palabras y Jobs inventó un género retórico: la presentación de productos como obra de arte. Vestido con el hábito del millonario alternativo (zapatos tenis, jeans, suéter negro), transformaba el lanzamiento de un aparato en una anunciación. El público ovacionaba de pie el advenimiento de cada talismán.

Su cruzada se apoyó en los códigos de la cultura pop. Fanático de los Beatles, nombró su empresa como la primera compañía disquera del cuarteto. El logotipo era una manzana con los colores del arco iris. En su obsesión estética, quiso que las computadoras también fueran hermosas por dentro y propuso que los cables llevaran los colores del logo. Fue una de las pocas batallas que perdió.

Jobs daba pocas entrevistas y amaba la publicidad. Su más célebre anuncio sólo se transmitió una vez, el 22 de enero de 1984, en el descanso del Super-Bowl. Contrató a Ridley Scott para que dirigiera un comercial sobre un futuro totalitario, donde las masas grises estaban anestesiadas por el cretinismo de IBM. Ahí, una mujer -la única con ropa a color- lanza un martillo contra la pantalla donde habla el tirano e inicia la rebelión. En el año que Orwell le asignó a una dictadura tecnologizada, Apple representaba la libertad. Veinte años después, Jobs repitió el anuncio. En esta ocasión él aparecía como tirano. La imagen estallaba para anunciar iPod. El visionario se daba el lujo de revolucionarse a sí mismo.

En otra campaña (Think Different), comparó a Apple con Picasso, Gandhi y Martin Luther King. Jobs fue el contradictorio budista que se servía del trabajo infantil en China, utilizaba la rebeldía para vender aparatos con una obsolescencia programada y, además, creaba maravillosos soportes de comunicación.

En una espléndida crónica de GQ, Tom Junot señaló que el jerarca de Silicon Valley no buscaba la utopía: "Nunca lo impulsó la visión de un mundo mejor sino la visión de sí mismo como aquel cuyas decisiones guían al mundo".

Mona Simpson, hermana biológica de Jobs, escribió una novela que acaso explique su incansable búsqueda: El padre perdido. Durante 56 años, el máximo impulsor de la cultura digital anheló un fruto prohibido. En forma obvia, Apple aludía a los Beatles; en forma secreta, al Padre que colocó una manzana en el edén. Eso quiso ser. Asombrosamente, estuvo a punto de lograrlo.

La manzana de Jobs

Yuriria Sierra (@YuririaSierra)
Nudo Gordiano
Excélsior

Fue un genio, punto. Tecnológicamente, es imposible dudar de lo que este hombre le dejó al mundo.

Más allá de una computadora con estética perfecta, de un celular al que incluso ya se le podrá hablar o de lo fácil que resulta trabajar en la plataforma que Steve Jobs desarrolló para los dispositivos que creó y comercializó como nadie más, el legado de este hombre, que murió a los 56 años, es innegable. Fue un genio, punto.

Tecnológicamente, es imposible dudar de lo que Jobs le dejó al mundo. Desde los productos que cuidadosamente desarrolló y que hizo de culto, pues pocas marcas en la historia moderna se han convertido en símbolos de generaciones enteras, hasta aquellos avances que, sin formar parte del cotidiano común, forman parte de otro cotidiano, el de empresas, hospitales e industrias completas que funcionan gracias al uso que le dan a las tecnologías que Jobs supo posicionar. El mundo del diseño hoy no se vive si no es a través de la plataforma Mac. Toy Story es una película que no sólo rompió récords en taquilla, sino que marcó un antes y un después en la era del cine animado y fue justamente gracias a lo que Pixar logró de la mano del cofundador de Apple.

Mucho hemos escuchado ya de la vida de este hombre, que murió consumido por una enfermedad, pero permaneció activo hasta los tres últimos meses de su vida. Una vida tan fascinante que la editorial encargada de editar su biografía, autorizada por el mismo Jobs, ha adelantado un mes su publicación y la enviará a los estantes de las librerías del mundo el próximo 24 de octubre. En México la tendremos bajo el sello Debate, de Random House Mondadori. Y es que no han pasado más de dos días de su muerte y ya se ventilan detalles de su vida que, en realidad, son inciertos. Desde el origen del logo de la empresa que formó junto con su socio Steve Wozniak hasta “secretos” al interior de Apple, usos y costumbres que Jobs tenía para hacer funcionar una empresa que vale millones de dólares: su obsesión por los detalles, por la simplificación, por mantener en secreto todo lo que se desarrollaba entre las paredes de su empresa.

Steve Jobs, sí, fue un visionario y, aunque hay quienes dicen que algunas de las tecnologías que hoy conocemos como suyas, en realidad se desarrollaron años antes, fue Jobs quien las hizo vehículo y herramienta. Nadie como él pensó antes en la utilidad y la facilidad del manejo para los usuarios, razón por la que los productos “de la manzana” son considerados de culto. Pocas veces en la historia un nombre había significado tanto, simbólicamente hablando, para una empresa. Y es que el nombre de Steve Jobs es sinónimo de Apple... y en estos días de luto para la empresa, el perfil de Jobs se ha fusionado con el logo de la compañía y aquella legendaria mordida que lo forma.

Leía una cita en Twitter el miércoles por la noche: “Las tres manzanas que cambiaron al mundo: la de Eva, la de Newton y la de Steve Jobs”; y para efectos metafóricos suena tan cierta. Apple, Jobs y su mundo Mac, revolucionaron el mundo de la tecnología. La música, el cine y la forma en cómo se presenta y se vende lo que se produce. Apple y sus productos son para millones de usuarios en el mundo un estilo de vida. Pero también, incluso para quienes se sienten hoy ajenos al mundo Apple, los no usuarios, deberán saber que mucho, mucho de lo que la tecnología logre en los próximos años, será gracias al legado que deja Steve Jobs, que va más allá de gadgets u objetos de consumo.

El legado de Jobs

Antulio Sánchez (@tulios41)
Internet
tulios41@yahoo.com.mx
Milenio

Se sabía ya desde hacía buen tiempo que el deceso de Steve Jobs estaba cerca, pero ahora que ocurrió no ha dejado de tener grandes efectos y sacudidas en el campo de las nuevas tecnologías. Las redes sociales han hecho eco intenso de su muerte desde la tarde del miércoles pasado.

Un aspecto sobresaliente de Jobs fue que al retornar a su segunda estancia en Apple, en 1997, empezó paulatinamente a modificar su creencia de que el futuro de esa empresa estaba en las computadoras de escritorio. Siempre se sobrepuso a sus fracasos y como agudo observador de las nuevas tecnologías se dio cuenta inmediatamente del entusiasmo e interés que despertaba entre los jóvenes el intercambio de archivos MP3 en la plataforma Napster. De inmediato se le ocurrió crear un reproductor de archivos MP3, el iPod, que no sólo se ha tornado en el reproductor más vendido a escala planetaria, sino que a partir del éxito del mismo se le reveló la idea de que el futuro de la conexión y la computación misma estaba en los dispositivos móviles.

Fue así como fue dejando en un lugar secundario la fabricación de computadoras para centrarse en la producción de gadgets para reproducir música y aparatos para la comunicación telefónica, con lo cual Jobs evidenció que no sólo había creado una tecnología innovadora, sino productos codiciados, estéticamente sólidos y de culto, como el iPhone, el iPad o el referido iPod.

Además, esa devoción por los productos de Apple se nutrió con sus dotes de estratega de la comunicación, que empezaron con el video publicitario lanzado en el Super Bowl de 1984 en donde Jobs promocionó la Macintosh 128k. Ese suceso marcó la relación de Jobs con los medios: cada convocatoria a una conferencia de prensa de Apple generaba una gran expectativa entre los medios de todo el orbe.

Sin duda alguna, a pesar de las férreas maneras en que Jobs fue diseñando sus productos, al adherirse a la tecnología push y orientarse a la creación de su App Store terminó por darle la espalda al espíritu abierto de internet. Pero el aspecto destacado de la Apple de Jobs estuvo, desde el punto de vista antropológico y sociológico, en crear gadgets que han modificado el concepto de entretenimiento, pero sobre todo que han dado pie a la creación de un nuevo tipo de industria cultural, más ambiciosa y más poderosa que las conocidas.

Jobs: iDream

Horacio Besson
De Tácticas y Estrategias
Milenio

En abril pasado, se dio a conocer que Walter Isaacson, ex presidente y director general de CNN y editor de la revista The Time, había escrito la biografía autorizada de Steve Jobs.

Para ese momento, la fecha del lanzamiento de iSteve: The Book of Jobs estaba pactada para la “primavera del 2012”.

Pero al parecer, la muerte del genio de la computación ha adelantado los planes de la editorial Simon & Schuster. Ayer, Amazon ya ofrecía el libro (17.88 dólares en su versión de papel y 11.99 dólares en su edición Kindle) con un nuevo título y fecha de lanzamiento: ahora simplemente se llamará Steve Jobs y saldrá a la venta el próximo 24 de octubre.

Ojalá que las 40 entrevistas realizadas durante dos años y que han sido sintetizadas en 448 páginas, logren trasmitir la esencia del co-fundador de Apple y Pixar (y del mayor accionista individual de Walt Disney).

Porque más allá de las innovaciones tecnológicas, de mercadotecnia, de administración y gerencia, Jobs legó la certidumbre de lo intangible: toda realidad tiene como semilla un sueño.

El 12 de junio 2005, Jobs daba un discurso con motivo de la graduación de una generación de estudiantes de la Universidad de Stanford.

Pronunció unas palabras sencillas y escritas no por el gran inventor y hermético multimillonario, sino por el huérfano que jamás se graduó y que tenía que recoger botellas de Coca Cola para obtener cinco centavos por cada una de ellas y poder comer. Entonces habló del cáncer de páncreas que, para ese momento, creía superado. Y habló de la muerte como la bendita benefactora de las pasiones que se agolpan en nuestro interior y que muchas veces castramos y enjaulamos en el más obscuro de los silencios:

“En los últimos 33 años, me miro al espejo todas las mañanas y me pregunto: ‘Si hoy fuera el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer?’”.

“Recordar que moriré pronto constituye la herramienta más importante que he encontrado para tomar las grandes decisiones de mi vida (…). Porque casi todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo el temor a la vergüenza o al fracaso, todo eso desaparece a las puertas de la muerte, quedando sólo aquello que es realmente importante”.

El optimismo de Jobs no evade la realidad: “La muerte es el destino que todos compartimos. Nadie ha escapado de ella. Y es como debe ser porque la muerte es muy probable que sea la mejor invención de la vida (…) Su tiempo tiene límite, así que no lo pierdan viviendo la vida de otra persona. No se dejen atrapar por dogmas, no vivan con los resultados del pensamiento de otras personas”.

Jobs nos aconseja: “No permitan que el ruido de las opiniones ajenas silencie su voz interior. Y más importante todavía, tengan el valor de seguir su corazón e intuición, porque de alguna manera ya saben lo que realmente quieren llegar a ser. Todo lo demás es secundario”.

De eso se trata, de soñar y de atreverse. De espabilarse sabiendo que Cronos es imparable e invencible.

Palabras de Steve Jobs

Carlos Tello Díaz
ctello@milenio.com
Carta de viaje
Milenio

El 12 de junio de 2005 Steve Jobs habló en la ceremonia de graduación de la Universidad de Stanford. Ese discurso es legendario, pero lo quiero evocar aquí por si hay lectores que aún no lo conocen. “Hoy deseo contarles tres historias de mi vida”, dijo Jobs en Stanford. “Eso es, no gran cosa, sólo tres historias”. Reproduzco la primera de las tres:

“Todo comenzó antes de que yo naciera. Mi madre biológica era joven, estudiante de universidad graduada, soltera, y decidió darme en adopción. Ella creía firmemente que debía ser adoptado por estudiantes graduados. Por lo tanto, todo estaba arreglado para que apenas naciera fuera adoptado por un abogado y su esposa, salvo que cuando nací, ellos decidieron en el último minuto que en realidad deseaban una niña. De ese modo mis padres, que estaban en lista de espera, recibieron una llamada en medio de la noche preguntándoles: Tenemos un niño no deseado, ¿lo quieren? Ellos dijeron: Por supuesto. Posteriormente, mi madre biológica se enteró que mi madre nunca se había graduado de una universidad y que mi padre nunca se había graduado de la enseñanza media. Se negó a firmar los papeles de adopción definitivos. Sólo cambió de parecer unos meses más tarde, cuando mis padres prometieron que algún día yo iría a la universidad.

“Luego a los diecisiete años fui a la universidad. Sin embargo, ingenuamente elegí una universidad casi tan cara como Stanford y todos los ahorros de mis padres de clase obrera fueron gastados en mi matrícula… No tenía idea de lo que quería hacer con mi vida y no tenía idea de la manera en que la universidad me iba a ayudar a decidirlo. Y aquí estaba yo, gastando todo el dinero que mis padres habían ahorrado durante toda su vida. Así que decidí retirarme y confiar en que todo iba a salir bien. Fue aterrador en ese momento, pero mirando hacia atrás fue una de las mejores decisiones que tomé. Apenas me retiré, pude dejar de asistir a las clases obligatorias que no me interesaban y comencé a asistir irregularmente a las que se veían interesantes.

“No fue todo romántico. No tenía dormitorio, dormía en el piso de los dormitorios de amigos, llevaba botellas de Coca Cola a los depósitos de 5 centavos para comprar comida y caminaba 11 kilómetros, cruzando la ciudad todos los domingos en la noche, para conseguir una buena comida a la semana en el templo Hare Krishna. Me encantaba. La mayor parte de las cosas con que tropecé siguiendo mi curiosidad e intuición resultaron ser inestimables posteriormente. Les doy un ejemplo. En ese tiempo, Reed College ofrecía quizás la mejor instrucción en caligrafía del país. Todos los afiches, todas las etiquetas de todos los cajones estaban bellamente escritos en caligrafía a mano en todo el campus. Debido a que me había retirado y no tenía que asistir a las clases normales, decidí tomar una clase de caligrafía para aprender. Aprendí de los tipos serif y sans serif, de la variación de la cantidad de espacio entre las distintas combinaciones de letras, de lo que hace que la gran tipografía sea lo que es. Fue hermoso, histórico, artísticamente sutil de una manera que la ciencia no logra capturar, y lo encontré fascinante.

“Nada de esto tenía incluso una esperanza de aplicación práctica en mi vida. No obstante, diez años después, cuando estaba diseñando la primera computadora Macintosh, todo tuvo sentido para mí. Y todo lo diseñamos en la Mac. Fue la primera computadora con una bella caligrafía. Si nunca hubiera asistido a ese único curso en la universidad, la Mac nunca habría tenido tipos múltiples o fuentes proporcionalmente espaciadas. Además, puesto que Windows sólo copió la Mac, es probable que ninguna computadora personal la tendría. Si nunca me hubiera retirado, nunca habría asistido a esa clase de caligrafía, y las computadoras personales no tendrían la maravillosa tipografía que tienen. Por supuesto era imposible conectar los puntos mirando hacia el futuro cuando estaba en la universidad. Pero fue muy, muy claro mirando hacia el pasado diez años después.

“Reitero, no pueden conectar los puntos mirando hacia el futuro; sólo pueden conectarlos mirando hacia el pasado. Por lo tanto, tienen que confiar en que los puntos de algún modo se conectarán en el futuro. Tienen que confiar en algo: su instinto, su destino, su vida, su karma, lo que sea. Esa perspectiva nunca me ha decepcionado y ha hecho la diferencia en mi vida”.

El discurso nos habla de la necesidad de hacer lo que nos gusta, para realizar así lo que queremos ser. Ser fieles a lo que somos, aceptar lo que nos apasiona. No importa si al principio todo parece confuso: the dots will connect. Su traducción al español puede ser leída en http://www.adrianajurczuk.com.ar/textos/stevejobs.pdf.

Postdata. Esta Carta de Viaje será la última en llegar los viernes a las páginas de MILENIO. A partir de la semana que viene, llegará los jueves.