octubre 19, 2011

El dilema de las coaliciones de gobierno

Lorenzo Córdova Vianello (@lorenzocordovav)
Investigador y profesor de la UNAM
El Universal

El tema del gobierno de coalición ha ocupado gran parte de las reflexiones de la opinión pública en los últimos días desde que el lunes de la semana pasada se hizo público un desplegado apostando por la introducción de esa figura en nuestro sistema político, mismo que fue suscrito por un grupo de 46 académicos, políticos y personalidades públicas. Mucho se ha escrito en ocasiones sosteniendo y justificando el sentido del desplegado, en otras desestimando sus planteamientos. Sin embargo, siendo uno de los convocados a firmarlo, creo necesario dedicar algunas reflexiones sobre el punto.

Al desplegado se le han hecho varias críticas, algunas de ellas, por cierto, particularmente desafortunadas, como la que acusa a los firmantes de ingenuos, de haberse alquilado y de no saber con quiénes se acuestan —publicada hace un par de días en este diario—, y que por la vulgaridad del argumento no merece siquiera una respuesta. Me detengo, en cambio, en dos objeciones que se han planteado a la idea de propiciar un gobierno de coalición.

La primera es la que sostiene que el gobierno de coalición, más que el resultado de una modificación legal (como la propuesta de reforma constitucional presentada hace algunas semanas por varios senadores de la república), es más el resultado de un acuerdo político, un pacto entre dos o más fuerzas políticas que deciden, ante la falta de mayorías parlamentarias predeterminadas, pactar una agenda gubernativa y legislativa común y respaldarla para sacarlas adelante con la eventual mayoría que se construiría conjuntamente en el Legislativo. Esta objeción es válida en su sustancia, pero yerra el tiro en cuanto al desplegado.

En efecto, tal como lo demuestran los casos de Brasil y de Chile, no es necesaria una previsión legal para que, de facto, opere una alianza política bi o multipartidista que respalde una agenda política (insisto, gubernativa y legislativa a la par) compartida. En estricto sentido, en México con las condiciones constitucionales vigentes bien podría haberse ensayado un gobierno de coalición en el pasado desde que, a partir de 1997 en la Cámara de Diputados y del 2000 también en el Senado, México carece de mayorías parlamentarias predefinidas y se ha naturalizado entre nosotros el fenómeno de los así llamados “gobiernos divididos”.

Pero si se lee atentamente el desplegado nadie condiciona la existencia de gobiernos divididos a cambios constitucionales o legales para procurarlos. Quien pretenda leer entre líneas el desplegado para encontrar la intención de respaldar a una determinada propuesta política o legislativa simple y sencillamente peca de excesos.

Lo anterior me lleva a hacerme cargo de la segunda objeción, que se centra en subrayar la ambigüedad del texto que suscribimos. Me parece que esa evidente vaguedad es algo querido, porque al final del día nuestra confluencia estriba, más que en una determinada propuesta de cambio legal o institucional, en una convicción compartida: que en aquellos casos en los que los electores han decidido con sus votos que ningún partido cuente con mayoría legislativa o que un gobierno carezca del respaldo de una mayoría legislativa afín, si somos congruentes con nuestras convicciones democráticas, la formación de mayorías estables debe centrarse en la negociación y el compromiso político de amplia escala que supone el que dos o más fuerzas políticas pacten una agenda gubernamental y legislativa común.

Dicho en otras palabras, lo que creo que puede identificarse como una constante de los firmantes es un rechazo franco y abierto a las varias propuestas que desde hace un par de años han venido cobrando fuerza y que en más de una ocasión se han materializado en iniciativas legislativas de formar mayorías, no a través del acuerdo y el compromiso, sino mediante el uso de mecanismos que artificialmente crean o inducen la formación de mayorías parlamentarias, sin importar la merma en la calidad de la representación democrática del pluralismo político.

Para los firmantes la pluralidad política y su representación es un valor democrático que hay que preservar a toda costa y la gobernabilidad algo que en las democracias se construye a partir del pluralismo, es decir, mediante consensos, no mediante su merma o supresión.

Las rutas para estimular la formación de esos consensos en muy variada, hay quienes sostienen que eso es sólo producto de la voluntad y la altitud de miras de los actores políticos, otros que se necesitan estímulos institucionales para incentivarlas; otros, entre los que me encuentro, que creemos que el presidencialismo está agotado y que hay que transitar hacia el parlamentarismo.

¿Eso con esos?

Sergio Aguayo Quezada (@sergioaguayo)
Reforma

"¿Cómo se te ocurrió firmar eso con esos?". La pregunta condensa algunas interrogantes que recibí de varios amigos y lectores sorprendidos de verme entre las 46 personas que propusieron el pasado 10 de octubre un gobierno de coalición.

El desplegado alborotó. Hubo burlas y halagos, sarcasmos y cuestionamientos de fondo y muchas preguntas. Lógico que así fuera, la polarización arrasó con aquellos desplegados de consenso que marcaron hitos en la historia de la transición. ¿Quién no recuerda a los intelectuales condenando el fraude en Chihuahua en 1986?, ¿o los desplegados por la limpieza electoral firmados por los adversarios de Carlos Salinas en 1988: Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Clouthier y Rosario Ibarra de Piedra?

Aunque el desplegado parece haber envejecido por el vértigo de la vida política (disponible en www.sergioaguayo.org), lo retomo porque quienes compartimos el texto creemos que México enfrenta una emergencia por la inseguridad y por la crisis de representatividad de los partidos, por la corrupción y la desigualdad en los ingresos y por el riesgo evidente y eminente de una regresión. Cuando la emergencia es la contradicción principal se facilita la búsqueda de coincidencias con los diversos. Incluso aquellos firmantes que aspiran a la Presidencia entienden que lo esencial es salir de la crisis sistémica y estructural que padecemos.

Aunque el texto trasciende el año electoral fue detonado por el fantasma de Enrique Peña Nieto. Inquieta y preocupa que su PRI hubiera bloqueado una reforma política que abría a los ciudadanos unas puertecillas de ingreso a la vida pública, que pretenda imponer su mayoría en el Consejo General del IFE, que ovacionara a Arturo Montiel -uno de los campeones invictos en la categoría de corrupción e impunidad-, que esté vinculado a las televisoras que llevan a nuestra vida pública por el camino de la "berlusconización" y que, finalmente, nos amenace con un retorno al presidencialismo autoritario imponiéndonos una "cláusula de gobernabilidad" (¡pretende que ese PRI tenga arriba de 50% en el Congreso, aunque haya obtenido menos votos!). Sí, señor, Peña Nieto tiene un proyecto de poder, pero carece de un plan de país anclado en el interés general.

Si el objetivo es preservar los logros de la transición y profundizar en lo deseado, resulta totalmente natural que el desplegado proponga como método un "acuerdo programático explícito, responsable y controlable, cuya ejecución sea compartida por quienes lo suscriban". El breve texto impactó porque es una propuesta concreta y viable, porque buena parte de la sociedad está urgida de nuevas ideas ante el páramo propositivo y porque va más allá de las soluciones unipersonales y carismáticas. Aclaro: no es lo mismo que llegue a Los Pinos Peña Nieto, Marcelo, el Peje o Josefina; ninguno de ellos tiene la varita mágica que exorcizará los demonios.

El desplegado tiene un gran defecto: está cargado a favor de los partidos y los políticos. Quienes nadan en el México de las instituciones y los comicios se sienten cómodos con la propuesta de una coalición de gobierno porque serán protagonistas. Quienes giramos en la órbita de lo ciudadano y deseamos seguir fuera de la ciudadela -mi caso- buscamos crear instrumentos para que los ciudadanos peleen mejor contra la corrupción, la impunidad, la improvisación, el menosprecio a la vida y la dignidad humanas, la desigualdad en los ingresos, y un largo etcétera. Para hacer realidad esa agenda se requiere interactuar con al menos una parte de quienes controlan las instituciones.

¿Qué sigue? En estos momentos parecen distantes las reformas legales que enmarcarían un gobierno de coalición como el propuesto. Como la emergencia continuará, se mantendrá el incentivo para que los diversos discutan y acuerden soluciones de fondo. En otras palabras, hay que ponerle carne al esquelético desplegado mientras cada uno de los abajofirmantes prosigue en sus búsquedas o utopías individuales. Comparto, por tanto, el llamado al Foro Ciudadano por un Pacto por la Nación que se realizará el 24 de octubre a las 12 del mediodía en el Centro Libanés de la capital.

La iniciativa antes mencionada complementa el desplegado que fue un punto de encuentro simbólico y virtual entre 46 personas que coinciden en ver más allá de las elecciones y reconocen la urgencia de reaccionar frente a una emergencia sin precedentes. Son tiempos de unidad en torno a agendas mínimas. Por eso firmé "eso" con "esos".

LA MISCELÁNEA

En estos momentos de quebranto ético -es inaceptable, es ofensivo que la alternancia provoque un aumento en la corrupción y el cinismo-, la larga, intensa y fructífera vida de Miguel Ángel Granados Chapa es un manual de austeridad, congruencia, honestidad y dignidad en el trato con los poderosos. Aunque su partida deja otro vacío imposible de llenar, honremos su memoria emulando su vida.

El PRI quiere amordazar al Presidente

Leo Zuckermann (@leozuckermann)
Juegos de Poder
Excélsior

Soy de los que piensan, y así lo he dicho desde hace mucho tiempo, que el Presidente tiene todo el derecho de hacer campaña a favor de su partido, siempre y cuando no utilice recursos públicos en este esfuerzo. Es lo común y corriente en toda democracia presidencial. Ocurre desde Estados Unidos hasta Argentina. En Brasil, por ejemplo, el presidente Lula hizo campaña abierta a favor de la candidata de su partido, Dilma Rousseff, en la reciente elección. Que yo sepa, nadie dijo que esto era injusto, ilegal o ilegítimo. Porque correctamente se asume que el Presidente es un político más del sistema —como los gobernadores, alcaldes y legisladores—, todos con derecho de participar en las campañas electorales apoyando a los candidatos de su partido. El Presidente es una voz más. No es, como Frank Sinatra, “La Voz”.

En México, sin embargo, esta idea de la participación presidencial en las campañas es un anatema para muchos. Los que creen que el Presidente debe callarse la boca. Los que piensan que debe guardar sus opiniones en un cajón en Los Pinos y echarle llave. Los que demandan que sea más jefe de Estado que de gobierno. No es una postura gratuita. Viene de los resabios del sistema autoritario priista. Como en aquella época el Presidente tenía un gran peso político (ahí sí que era “la voz”), pues muchos piensan que ahora, en la democracia, el jefe del Ejecutivo federal debe enmudecer. Así lo consideran los opositores al PAN, ahora que el Presidente es panista, pero no dude que, cuando haya un Presidente de un partido diferente, los panistas demanden lo mismo.

Lo ridículo es que la oposición no sólo exige que el Presidente se calle sino que quieren hasta sancionarlo. Y lo más absurdo es que la ley efectivamente lo contempla. De hecho, ya ha sucedido. En 2010, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación determinó que Calderón había violado la ley “al emitir mensajes propagandísticos días antes de las elecciones del 4 de julio de 2009”. Si mal no recuerdo, el Presidente había hecho un par de anuncios sobre la economía nacional antes de los comicios. El Tribunal los consideró ilegales porque podían haber influido en el ánimo del sacrosanto electorado. No fue, al parecer, el caso porque, con todo y los mensajes del Presidente, al PAN le fue como en feria en aquellas elecciones.

A Calderón lo declararon culpable y recibió una amonestación. Las autoridades electorales no pudieron sancionarlo porque “de acuerdo al artículo 108 de la Constitución sólo puede ser acusado por delitos graves del fuero penal o de traición a la patria y no por violaciones electorales”. Pero ahí quedó el precedente.

Precedente que ahora está utilizando el PRI para acusarlo de nuevo. El tricolor presentó ayer una queja ante el IFE argumentando que el Presidente violó el principio de imparcialidad al haberle dicho a The New York Times que había priistas que querían pactar con el crimen organizado. Consideran que, como el Presidente es un “militante panista”, sus expresiones representan “un acto anticipado de campaña en beneficio de los aspirantes panistas al intentar incidir en el ánimo del electorado”. Citan el caso del 2009: “Existe reincidencia en cuanto a la violación de la Constitución y en el ánimo de incidir en los procesos electorales”. Además responsabilizan al PAN por “las conductas de sus militantes” y demandan que “las erogaciones que se llevaron a cabo para la realización de estas conductas” sean “sumadas al tope de gastos de precampaña de los ahora aspirantes” del PAN.

Hágame usted el favor. ¿Ese es el PRI que quiere regresar al poder? ¿Un PRI que quiere amordazar al Presidente? Porque, de acuerdo a la Real Academia Española, “amordazar” es “impedir hablar o expresarse libremente, mediante coacción”. Y eso es exactamente lo que buscan los priistas: amordazar a Calderón. Por cierto, algo de culpa tiene el Presidente en este asunto. Hay que recordar que él apoyó la terrible reforma electoral de 2007 que, como advertimos muchos, limita la libertad de expresión.

Gobierno y ciencia

Martín Bonfil Olivera (@martinbonfil65)
mbonfil@unam.mx
La ciencia por gusto
lacienciaporgusto.blogspot.com
Milenio

Siempre que en los discursos oficiales se menciona a la ciencia y la tecnología, se dicen cosas muy bonitas. Pero es a la hora que se discuten los presupuestos cuando se ve realmente qué tanto se las valora.

Si consideramos hechos, no dichos, es claro que, para nuestro gobierno, ciencia y tecnología son meros accesorios decorativos y opcionales. “Invertiremos más en ciencia cuando mejore la situación económica”, parecen decir, en vez de pensar que es justamente para mejorar la economía y el bienestar que debe invertirse en ella.

En la inauguración de la Semana de la Ciencia y la Innovación 2011, el pasado lunes, organizada por el Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal, se denunció que en el presupuesto nacional para 2012 se propone un recorte de mil 200 millones de pesos al rubro “desarrollo e innovación en ciencia y tecnología”.

Y es que, aunque en el presupuesto se prevé un aumento de 16%, la comunidad científica ha advertido que en realidad “en términos reales no hay tal incremento, sino… una notoria disminución de recursos para el sector científico y tecnológico”. Disminuyen, por ejemplo, las partidas para fondos sectoriales, mixtos y regionales del Conacyt, vitales para promover el desarrollo científico, técnico e industrial en los estados. Esto, a pesar de que desde 2004 la Ley de Ciencia y Tecnología federal especifica (artículo 9 bis) que “el gasto nacional en este rubro no podrá ser menor al 1% del producto interno bruto” (nunca ha alcanzado siquiera la mitad de esa cifra).

Al mismo tiempo, los diputados de la Comisión de Defensa Nacional piden un aumento de 6 mil millones de pesos al presupuesto militar. Tomando en cuenta que la Secretaría de la Defensa ha gastado 272 millones de pesos en comprar “detectores moleculares” GT200, comprobadamente inútiles y fraudulentos, uno dudaría antes de considerar su petición. Al menos, los mismos diputados, siguiendo la iniciativa de algunos senadores, han pedido asimismo a las dependencias que han estado utilizando este inútil aparato que rindan cuentas.

Ay, la política mexicana: tan lejos del pensamiento científico y tan cerca de las cuentas alegres… y tontas.