octubre 21, 2011

Dieciocho años queriendo dar la noticia

Fran Ruiz (@perea_fran)
fran@cronica.com.mx
La aldea global
La Crónica de Hoy

El 20 de octubre de 2011 pasará a la historia como el día que se cumplió lo que llevaban esperando más de 40 años libios y españoles. El destino ha querido que los dos pueblos reciban la ansiada noticia el mismo día, con apenas unas horas de diferencia: primero, la que saltaba al mundo desde Sirte, con la muerte del ex dictador Muamar Gadafi; y segundo, con el anuncio de ETA del “cese definitivo” de la violencia terrorista.

Ni en su peor pesadilla podría haber imaginado el ex líder libio que iba a acabar como dijo que acabarían los que se sublevaron en su contra: muerto como una rata acorralada. La cloaca donde se escondía Gadafi en su ciudad natal, minutos antes de ser abatido, lleva la pintada que marcará para siempre lo que fue su vida, su frase lapidaria: “Aquí murió la rata” (no una rata cualquiera, sino la rata).

¿Qué habrá pensado Gadafi en sus últimos minutos de vida? Nunca lo sabremos, pero me imagino que debe ser una sensación desconocida, por fortuna, para la inmensa mayoría de la humanidad. Debe haber sentido (supongo) un dolor insoportable en las tripas causado por la angustia de quien sabe que tuvo todo el poder y el control absoluto de las vidas de todo sus compatriotas, y que al final se vio solo y derrotado, presintiendo la llegada de la muerte. Gadafi tuvo que sentir algo muy parecido a lo que sintió el dictador rumano Ceacescu cuando se vio frente al pelotón de fusilamiento tras un juicio sumarísimo celebrado por su propio pueblo; o lo que sintió Sadam Husein, mientras un iraquí encapuchado le pasaba la soga al cuello; o el mismo Hitler, quien después de ser dueño de medio mundo y de convertirse en el mayor genocida de la historia se suicidó en su búnker, escondido como una rata.

Gadafi, el mismo que se paseaba no hace ni un año por Roma, como un extravagante marajá, rodeado de 200 modelos italianas para convertirlas al Islam; el mismo que en 1988 ordenó poner una bomba en el avión que cayó sobre Lockerbie; el mismo que era saludado afectuosamente por Obama hace apenas dos años; el mismo que fue cortejado por Occidente gracias al petróleo que manaba Libia, es ya parte de la historia negra de la humanidad.

En cuanto a la segunda noticia del día, es difícil describir en pocas líneas lo que siento, como español, ante el anuncio de que ETA se rinde. Siento (y creo no exagerar) lo mismo que sentiría alguien que lleva media vida luchando contra un cáncer y de repente le anuncian los médicos que el tumor ha desaparecido. Queda esa sensación de extremo alivio, pero también de amargura y cansancio tras muchos años de batalla, acumulando noticias sobre atentados terroristas… y todo para nada, para no lograr ninguno de sus objetivos.

ETA nació con dos metas: una, anexionar Navarra y todas las provincias vascas —las tres en el lado francés de la frontera y las tres en el lado español—, con el fin de fundar una nación independiente; y dos: instaurar un Estado socialista marxista-leninista. Con un total desprecio a la democracia en España, los etarras se consideraron con derecho a tomar las armas y cometer asesinatos para forzar a Madrid a negociar la independencia.

Ha fracasado penosamente. Lo único que ha logrado a lo largo de sus más de cuatro décadas de existencia ha sido asesinar a 829 personas y destrozar la vida de miles de familias. Al final, el grueso de sus militantes están en la cárcel (más de 700) y los pocos que quedan libres viven escondidos (como vivió Gadafi desde que cayó su régimen en agosto).

Su antiguo brazo político (la ilegalizada Batasuna) y sus simpatizantes en el País Vasco tratarán de vender el comunicado de ayer como el deseo de ETA de abandonar la lucha armada porque entiende que ha llegado la hora de emprender exclusivamente la lucha política. Es mentira: si ETA anuncia el “cese definitivo de la lucha armada” (que no su disolución y entrega de armas) lo hace porque ya sabe que está derrotada y porque la única manera de que los presos tengan algún tipo de beneficios carcelarios es anunciar que no van a asesinar más.

Por eso, el gobierno español (el de ahora de Zapatero y el más que seguro de Rajoy a partir del 20 de noviembre) no debe caer en la trampa de negociar nada con los terroristas mientras éstos no indiquen dónde han dejado las armas y anuncien su disolución definitiva.

El anuncio de ayer, en cualquier caso, es histórico y, en lo personal, supone el deseo cumplido que todo periodista español ha soñado con anunciar algún día: que ETA se ha rendido, que el terrorismo ha fracasado. Llevaba 18 años queriendo anunciar esta noticia.