diciembre 07, 2011

El dinero sucio se lava en casa

Jorge Fernández Menéndez (@jorgeimagen)
Razones
Excélsior

Nadie puede negar que en la lucha contra el crimen organizado se requiere inteligencia, recuperar información indispensable sobre cómo operan los cárteles en realidad, y hacerlo fuera de estereotipos e información de superficie, sobre todo en tres temas: lavado de dinero y financiamiento de sus actividades, tráfico de armas y capacidad de operación, particularmente de comunicaciones.

En ese sentido, se podrá argumentar, como lo hicieron tanto las autoridades mexicanas como las estadunidenses en relación con el reportaje publicado por Ginger Thompson en The New York Times este domingo, que la cooperación entre los dos países en la lucha contra el lavado de dinero se establece por vías institucionales y de acuerdo con la legislación vigente. Y quizá sea verdad, pero lo mismo que ocurrió con Rápido y Furioso, y con el operativo de tráfico de armas anterior que lanzó la administración de Bush, esta trama mediante la cual se permitió el lavado de dinero en Estados Unidos de cárteles mexicanos, transportado incluso con aviones oficiales de ese país, depositado y "legalizado" en la banca estadunidense y luego regresado a los cárteles en México, parece no sólo parte de una novela de intrigas, sino también un despropósito, sobre todo porque no existe información oficial de ninguno de los dos países, que confirme que toda esa operación haya tenido éxitos contundentes, por lo menos mayores que los daños que sin duda ocasionó.

Según lo publicado por The New York Times, al dinero lavado, lo mismo que ocurrió con las armas de Rápido y Furioso, se le perdió el rastro, aunque en este caso las conclusiones, por lo publicado, no parecen tan obvias. Pero el hecho es que los resultados de esas actividades de infiltración, hasta ahora no se han percibido ni divulgado. En última instancia, ni tan secreto ni tan eficiente debe haber sido el operativo si terminó en las páginas de los periódicos. Y una vez más hay que preguntarse quién se hace responsable de que se introduzcan ilegalmente armas o dinero sucio a México.

Nadie sabe con certeza cuánto dinero sucio se maneja en nuestro país o en Estados Unidos producto del narcotráfico. El más reciente estudio bilateral, realizado en 2009, hablaba de que en México eran generados entre 19 mil y 29 mil millones de dólares de utilidades producto del narcotráfico y que de eso se quedarían en el país entre un tercio y dos tercios. El hecho es que ningún estudio que tenga un margen de error de unos diez mil millones de dólares puede representar certidumbre alguna. Las cifras más conservadoras coinciden en que la cantidad generada por el crimen organizado en México debe estar en los diez mil millones de dólares (por lo menos basándose en los dólares que quedan anualmente en manos de las instituciones bancarias).

En Estados Unidos tampoco nadie sabe cuánto dinero sucio se deposita en sus sistemas financieros. El más reciente estudio de un grupo que encabezó el ex zar antidrogas, Barry McCaffrey, habla de trillones de dólares, trascendiendo, por supuesto, el tema del narcotráfico. Lo cierto es que el lavado es un negocio muy vivo, muy rentable y que en economías tan grandes como la estadunidense puede pasar perfectamente inadvertido. Pero, además, porque la inversión de esos recursos se puede realizar en innumerables sectores y bienes.

Lo cierto es que no se ataca el lavado de dinero. En los hechos se realizan experimentos, como el relatado por The New York Times, que pueden tener resultados más o menos exitosos o que pueden ser absolutos fracasos, pero que no van ni remotamente al fondo del problema. Y no se va a él porque no interesa; algunos dirán que porque no se puede. Pero mientras en México se ha avanzado en algunas normas sobre lavado de dinero para poner un poco de orden en el tema, las leyes más importantes están paralizadas todavía en el Congreso y nada indica que, por lo menos antes de las elecciones, se vayan a aprobar: son demasiados los sectores que, de una u otra forma, se sentirían afectados si se aprobaran. En Estados Unidos, sea cual sea la cantidad de dinero que se lava en su economía (nadie estima que, producto del narcotráfico, sea menos de unos 60 mil millones de dólares), lo cierto es que los decomisos anuales no superan los mil millones de dólares, y las grandes instituciones financieras que en algunas ocasiones aparecen como comprometidas con esa práctica no suelen ser sancionadas, sólo los empleados a quienes se considera corruptos. Y, en medio de la crisis económica internacional y la astringencia financiera, no son muchos los que parecen estar demasiado interesados en ponerle límites estrictos al lavado de dinero ni de éste ni del otro lado de la frontera. El dinero sucio, dirán, se lava en casa.

Cuentas claras y ex pareja presidencial

Carlos Marín
cmarin@milenio.com
El asalto a la razón
Milenio

A través del Instituto Federal de Acceso a la Información, la Secretaría de la Defensa Nacional precisa el número de civiles del crimen organizado que han resultado muertos, heridos o detenidos en enfrentamientos con las tropas militares.

“Civiles agresores”, los denomina, y acepta una insuficiencia de datos: en la Sedena, “únicamente se cuenta con información a partir del año 2007” (primero del actual sexenio), misma que desglosa por año y entidad federativa.

En esta edición, el reportero Rubén Mosso publica que en el actual 2011 han sido muertos dos mil 165 probables delincuentes (cifra que representa el 68 por ciento del total de tres mil 203) que desafiaron al brazo armado del Estado (sin tomar en cuenta el saldo en enfrentamientos con efectivos de la Secretaría de Marina).

Reporte preciso aunque, como todos los militares, escueto.

A quienes ven en blanco y negro la vida no les agradará que aquí se recuerde a un par de activistas de la transparencia en la información gubernamental: Martha Sahagún y Vicente Fox (en este orden…).

Peña: la ignorancia es lo de menos

Armando Román Zozaya
armando.roman@anahuac.mx
Investigador de la Facultad de Economía y Negocios Universidad Anáhuac
Excélsior

Su respuesta evidenció que es un ignorante. Sin embargo, en eso no hay nada de especial: miles de millones de personas lo somos. Tampoco es sorprendente lo que Enrique Peña dejó ver en la FIL. De hecho, cada vez que ha encarado preguntas inesperadas, situaciones en las que tiene que improvisar o temas que le son incómodos, Peña Nieto resbala. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, que en una entrevista con Jorge Ramos, reportero estrella de Univisión, Peña no recordó de qué falleció su primera esposa?

No: la ignorancia de Peña no sorprende ni es especial. Es más: para ser Presidente no se requiere ser sabio. Claro está que uno supondría que un presidente, y de hecho cualquier persona, rendirá más entre menos ignorante sea, pero, estrictamente hablando, tanto en términos jurídicos como prácticos, el Presidente de México puede ser tan leído como el que más o tan ignorante como Peña Nieto, Vicente Fox o el vecino de a la vuelta de nuestra casa. Y lo mismo vale para senadores, diputados, alcaldes, gobernadores, asesores, etcétera: en política, lamentablemente, la ignorancia es lo de menos.

Lo relevante del tropiezo de Peña no es, entonces, que exhibió su poca cultura sino que, ante millones de votantes y, sobre todo, ante los estrategas del PAN y los del PRD, se confirmó lo que se pensaba del ex gobernador del Edomex: que está hueco, que sólo luce en escenarios diseñados para su persona, en los que no se le expone a cuestionamientos, a preguntas inesperadas. Inclusive, Enrique Peña ratificó que, fuera de su zona de confort, es incapaz de reaccionar, que las situaciones comprometedoras pueden más que él y que cuando está nervioso se le dificulta, literalmente, hasta hablar. Igualmente, validó que, sin sus asesores -gente brillante y preparada, por cierto- diciéndole qué decir y cómo, no es más que una cara bonita.

Y eso sí es un problema: una cosa es ser ignorante, lo cual es común en la vida, en la política y en toda actividad, y otra no tener capacidad de reacción, carecer de sagacidad, ser víctima de los nervios. La imagen de un Peña balbuceante, inseguro, sudando la gota fría, como lo vimos en la FIL, no encarna, ni de lejos, el tipo de persona que se requiere al frente de un país agobiado por una infinidad de problemas. He ahí, pues, el verdadero valor de lo que le ocurrió a Peña Nieto en Guadalajara: mostró que, efectivamente, su fuerte no es la confrontación abierta de ideas y que no sabe qué hacer, cómo actuar, cuando el libreto no es seguido al pie de la letra, cuando tiene que improvisar y resolver problemas "en caliente".

¿Y así quiere que se le crea que puede ser un buen Presidente?

Lo más grave para Peña no es, sin embargo, lo apuntado sino que, a los ojos de los otros partidos, ya está claro qué hay que hacer para socavarlo: cuestionarlo en todo momento y sobre todo tema. Obvio es que esto iba a ocurrir de todos modos, pues así son las campañas, pero el punto es que Peña Nieto mostró de qué pie cojea, cuál es su punto débil. Es evidente que, a partir de ahora, sus contrincantes no le van a dar respiro alguno.

En todo esto hay algo paradójico: nadie había logrado mermar a Peña. Ni sus vínculos con Montiel ni el caso Paulette ni las múltiples críticas que ha recibido porque su señora esposa es una actriz de telenovelas, etcétera, lograron que su imagen se viera dañada. Tuvo que ser él mismo quien se encargara de provocar su primer tropezón serio: autogol en todo su esplendor. Por si fuera poco, dicho autogol cayó cuando el juego apenas comienza. Así, el PRI, Peña mismo, sus asesores y sus seguidores, tienen que estar preocupados: 20 puntos de ventaja parecen muchos, de hecho lo son, pero, dado lo ocurrido en Guadalajara y eso que ello implica, así como el hecho de que las campañas todavía no están en su apogeo, esos 20 puntos comienzan a lucir como insuficientes. Se viene, entonces, lo bueno: reacomode usted sus apuestas, amigo lector.