diciembre 23, 2011

2012, disputa por la ley

Macario Schettino (@macariomx)
schettino@eluniversal.com.mx
Profesor de Humanidades del ITESM-CCM
El Universal

Ya en plenas vacaciones. Mañana es Nochebuena, y dentro de una semana, fin de año, de forma que pocos habrá interesados en leer periódicos y en ver noticias. Aunque estemos acá en plenas precampañas, igual que en Estados Unidos, Europa a medio arreglar, Irak rumbo al desastre y Corea del Norte quién sabe hacia dónde. El mundo deberá esperar una semana a que celebremos y descansemos.

No está mal que lo hagamos, porque 2012 sí va a ser un año complicado. En parte por lo que rápidamente enunciaba en el párrafo anterior. Ya hablamos de ello la semana pasada, del mundo nuevo en que vivimos y que no se parece al que conocíamos, aunque no nos demos cuenta en qué magnitud es diferente. Ya lo veremos en 2012 y los siguientes años, y habrá muchos sorprendidos.

En México, sigo pensando que la discusión de fondo es acerca del fin del viejo régimen y la consolidación de una democracia liberal plena. Una discusión que lleva 15 años en proceso, tiempo en el cual este país ha cambiado mucho. Antes de 1997, por ejemplo, no había atisbo alguno de Estado de derecho. El poder presidencial superaba a la ley. Eso ya no ocurre, aunque sigamos siendo un país sin cultura de la legalidad. Pero hoy el poder máximo no está en manos del Presidente, se ha dispersado. En materia jurídica, la Corte tiene la última palabra; en asuntos monetarios, el Banco de México; y en una gran cantidad de asuntos cotidianos, los gobernadores y otros poderes fácticos, como les dicen ahora a las viejas corporaciones. Esto no es necesariamente bueno, pero es un hecho que hay que considerar para cualquier interpretación de la realidad que se busque hacer. No hay ya un Estado autoritario, pero no hay tampoco un régimen democrático en forma, con pesos y contrapesos.

En estos 15 años el bienestar de los mexicanos se ha incrementado de forma significativa, aunque no lo percibamos todos de la misma manera. Me parece que el punto anterior, la dispersión del poder y la falta de consolidación del régimen, hace muy difícil reconocer el cambio en bienestar porque el rumbo no es claro. En un régimen autoritario no hay duda de la dirección. En un régimen democrático no hay duda del proceso. En la situación en que estamos, todo está en duda, y la angustia que eso produce supera los avances en bienestar. Pero no tanto como para que buena parte de los mexicanos no los tome en cuenta a la hora de decidir su voto.

Porque precisamente lo que se requiere hacer en México es decidir de forma definitiva si nos regresamos o nos seguimos. Avanzar implica aceptar que esa subordinación a la ley que inició en 1997 se extienda a todos los mexicanos en todos los ámbitos. Volvernos un país civilizado, pues. Eso no puede hacerse con un buen número de leyes en las condiciones actuales. No podemos olvidar que éstas se construyeron en el viejo régimen, con el objetivo de perpetuar en el poder al grupo que había ganado las guerras civiles a la salida de Porfirio Díaz. Y además para permitirle, a ese grupo, extraernos toda la riqueza posible. No es que hubiese corruptos en ese régimen, es que el régimen era la concreción del saqueo.

Con esas leyes es imposible hacer funcionar un país, y por eso es necesario modificarlas. Pero de poco sirve hacerlo si nadie piensa cumplirlas. Es decir, si no hay forma de obligar a quien no quiere cumplir la ley, que es lo mismo. Hoy eso no existe, porque no existe policía, es decir, eso que nos hace ser miembros de la polis, ciudadanos.

Quienes ofrecen justicia por encima de la ley lo que en realidad están proponiendo es regresar a un régimen autoritario, tal vez con un buen dictador, pero a fin de cuentas un retroceso. Quienes impiden los cambios legales, quienes frenan las reformas, lo que quieren es mantener esos privilegios para los grupos saqueadores, antes llamados corporaciones, hoy mejor conocidos como poderes fácticos.

Más allá de partidos políticos, ya lo hemos comentado aquí, lo relevante es construir una coalición liberal que concentre su esfuerzo en establecer de forma definitiva el imperio de la ley. Eso, a fin de cuentas, es la consolidación de un régimen democrático liberal, no otra cosa. Hay muchos que se confunden en los objetivos, o que se distraen con temas específicos, o que siguen viendo espectros que ya no existen, si alguna vez lo hicieron.

Ésa será la gran discusión de 2012: ¿Queremos un país de leyes aplicables a todos? No se pierda en otros temas.

Turrones

Juan Villoro (@juanvilloro56)
Reforma

Recibí un turrón y sospeché de inmediato que había pasado por otras manos. No me refiero a las personas que lo produjeron, sino a un efímero propietario anterior.

El empaque tenía la atractiva y resistente presentación de los productos artesanales que se pueden apilar sin que les pase nada; no había señas de maltrato y la fecha de caducidad estaba más en orden que la de mi licencia de manejo. Además, el regalo venía de Vic Glutamato, amigo que sólo ofrece lo mejor. Pero algo vibraba en esa caja.

Releo la frase anterior y descubro con alarma la palabra "vibraba". ¿Es posible que un sencillo postre me regrese a una época de psicodelia y relaciones esotéricas con el cosmos en que las cosas me atraían o repelían por un sistema de ondas magnéticas que nunca supe descifrar? Pero eso fue lo que advertí: el regalo había sido antes de otra persona.

Quiso la casualidad que Vic llegara a la casa en el momento en que mi tía Antonomasia trataba de salir de ella (no podía porque su suéter de estambre se había enredado con una esfera del árbol de Navidad). Como de costumbre, Vic venía dispuesto a humillarnos con buenas noticias: no había encontrado un solo embotellamiento en el Distrito Federal. Una vez más su optimismo sugería que los demás estamos perturbados.

Por desgracia, su estado de ánimo parecía fundado; no pidió usar el baño (hubiera sido una señal inequívoca de que llevaba horas en el tráfico); lucía fresquísimo, arreglado con agraviante pulcritud (yo estaba en pants, con la cara de quien acaba de ver Halloween 13 o una película de arte iraquí); sencillamente no parecía venir del fraccionamiento al que yo llego en dos horas. Un hombre en navideña plenitud, que habita una realidad paralela a la que no tenemos acceso los neuróticos.

Antes de su llegada, Antonomasia había expresado las opiniones del polo opuesto de la humanidad. Una amiga suya olvidó que el pavo provoca sueño, se quedó dormida y se volcó en la carretera a Irapuato; otro amigo se atragantó con las ramas de los romeritos mientras cantaba O Tannenbaum y acabó el villancico en la Cruz Roja; alguien más descubrió que el bacalao tiene cada día más espinas pero, con la valentía que da el ponche, consideró que la Navidad es temporada de faquires y acabó con el esófago espinado. Y antes de eso, la tía había hablado del cambio climático, el desfalco mundial de los banqueros y la falta de credibilidad de los políticos.

La sonrisa de azúcar glass de Vic le produjo un cortocircuito semejante al que ella estaba a punto de provocar con su suéter de Chiconcuac enredado al árbol. Pronosticó que esta Navidad nos atragantaríamos con tejocotes.

Mi amigo me dio el turrón mientras la tía lograba zafarse del árbol (agregando a la decoración un par de hilachas color heno). Antonomasia me dijo con sincera angustia: "¡Le acabas de poner frenos a tu hija! ¡Es como comprar un Audi! ¡Y tus libros no se venden tanto!"; luego señaló el sólido turrón de Alicante: "¡Año Nuevo en el dentista!".

Para cambiar de tema, Vic habló de una película excelente y una novela deslumbrante. Antonomasia lo vio con el desprecio que se le concede a los seres inferiores, incapaces de entender que la vida vale la pena por las decepciones que provoca. Informó que la película en cuestión había hecho que el turismo sexual aumentara en Tailandia. En cuanto a la novela, el autor había plagiado 25 páginas de John Irving, que tampoco es la gran cosa. Me asombra la cantidad de datos adversos que domina mi tía, como si Google se hubiera inventado para alimentar sus desacuerdos.

Vic agradeció los útiles conocimientos negativos de la tía mientras yo pensaba en las personas que antes habían sido dueñas del turrón: ¿Chacho?, ¿Frank?, ¿Ricky?, ¿Yuli?, ¿el gran Philippe?

¿Por qué pensé en esos cinco nombres? Lo que hasta ese momento me había parecido una "vibración", es decir, una intuición más o menos chamánica, se presentó como lo que era desde el principio: una señal del inconsciente. Es molesto decirlo pero en este caso la asociación libre de ideas dependía menos de Freud que del sentimiento de culpa que el cristianismo de posada infunde en el sujeto guadalupano: ¡yo le había dado turrones a esas cinco personas! Pero no había comprado ninguno: eran regalos desplazados.

Entendí mi desconcierto de otro modo. El turrón es un bien que se disfruta sin alharaca. Nunca he oído que alguien diga: "¡Qué antojo de turrón!" o "Vamos a casa de Chacho: tiene unos turrones geniales". Estamos ante un dulce agradable, difícil de rechazar, que define una temporada. Una golosina de calendario. Su cometido principal es el de circular. Más que un alimento es un mensaje que se antoja retransmitir. Regalar el turrón que acabas de recibir es como retuitear un saludo.

Antes de las redes sociales, la gente se mandaba azúcar en señal de paz.

A reserva de lo que diga Antonomasia, es un logro que una especie de depredadores haya inventado un dulce hecho para pasar de mano en mano, un sistema de comunicación que en ocasiones insólitas incluso se puede masticar.

Sbohem Václav

Leo Zuckermann (@leozuckermann)
Juegos de Poder
Excélsior

Havel fue un personaje extraordinario para los que consideramos a la democracia liberal como la mejor forma de gobierno.

Termina 2011 con una mala noticia: la muerte de Václav Havel, un hombre que cambió, para bien, el destino de su país. Un héroe en una era donde las grandes figuras, junto con las grandes ideologías, han venido a menos.

Havel fue un personaje extraordinario para los que consideramos a la democracia liberal como la mejor forma de gobierno. En los años setenta, después de la vergonzosa invasión de los tanques soviéticos a Praga en la primavera de 1968, el dramaturgo Havel se convirtió en uno de los líderes de la resistencia al régimen autoritario comunista. En 1977 ayudó a fundar Capítulo 77, un manifiesto que demandaba al gobierno checoslovaco a adherirse a los estándares internacionales de derechos humanos. En 1978 escribió el ensayo El poder de los impotentes donde analiza la esencia de la represión comunista y los mecanismos que usa este tipo de regímenes para crear una sociedad resignada y tímida, con individuos propensos a la corrupción. Su activismo político le valió el ostracismo: sus obras teatrales fueron prohibidas y, en 1979, se le pidió que escogiera entre el exilio o cinco años de cárcel. Havel demostró su estatura al escoger la prisión.

En 1989, fue uno de los líderes que fundaron el Foro Cívico, asociación que unió a todos los movimientos opositores checoslovacos que pugnaban por un gobierno democrático. Disidentes, estudiantes y artistas manifestaron pacíficamente su rechazo al poderoso aparato comunista que estaba tambaleándose por el derrumbe de la Unión Soviética y su campo de influencia. El liderazgo de Havel fue factor fundamental para que 41 años de dictadura comunista terminaran abruptamente. Por su moral intachable, producto de predicar con el ejemplo, el otrora dramaturgo vedado se convirtió en el Presidente de su país; uno liberado del yugo comunista.

La presidencia de Havel no fue miel sobre hojuelas. Tuvo numerosas dificultades, producto de la transición tan abrupta del autoritarismo a la democracia. El momento más difícil que tuvo que enfrentar fue la partición, en 1993, de Checoslovaquia en dos naciones. Algunos que se rehusaban a la división, criticaron duramente al Presidente por no hacer más para impedirla. Pero Havel, al final, aceptó la realidad nacionalista. Renunció como Presidente de Checoslovaquia para convertirse en Presidente de la República Checa.

A pesar de las dificultades, después de 13 años de estar en el poder, Havel dejó a su país en una situación envidiable. Hoy, la República Checa es una democracia plena que ha completado la transición a una economía de mercado competitiva e igualitaria.

Intelectuales como Havel son generalmente un desastre cuando tienen la posibilidad de ejercer el poder. Su ingenuidad no les ayuda a enfrentar a políticos de tiempo completo quienes tienen todo el colmillo para desgastarlos. Sin embargo, el ex presidente checo tuvo los tamaños suficientes para capotear esta situación. A final de cuentas preservó su puesto por 13 largos años a pesar de ser criticado por ciertas acciones, como los muchos perdones presidenciales a criminales probados.

La principal fuerza de Havel fue moral. Como Presidente cumplió un papel de jefe de Estado. A pesar de que tenía ciertas facultades políticas como la disolución del parlamento, Havel supo ponerse por encima de la política cotidiana para convertirse en una figura representativa de lo mejor del pueblo checo. Pero la moral también fue su debilidad política. Havel nunca dejó de ser un crítico, lo cual impactó negativamente su popularidad. Constantemente les recordaba a sus conciudadanos que la democracia también dependía de ciertos estándares morales. Este idealismo lo distanciaba de los checos comunes y corrientes. Sus discursos eran sofisticados, lo cual dificultaba la comunicación en la era del sound bite televisivo.

Václav Havel, el gran estadista liberal, murió el domingo pasado. Hoy se llevará a cabo un funeral de Estado en su honor en el emblemático Castillo de Praga. Su legado perdurará. Porque hoy la República Checa ya no depende de un hombre, sino de instituciones democráticas. Y ese es, quizá, la mejor herencia de este personaje que cambió el destino de su nación para siempre. “Sbohem Václav”, que te vamos a extrañar.