enero 19, 2012

La supervivencia del dinosaurio

Blanca Heredia
Mirando de lejos
La Razón

En 1988, durante los albores y sudores tempranos de nuestra transición al pluralismo competitivo, Fernando Escalante publicó un artículo en Nexos, en el que decía que el tránsito a la competencia electoral no cambiaría nada de lo fundamental de la política mexicana. Aquel artículo sacó muchas ámpulas. Lo de que no cambiaría nada porque todos llevábamos al dinosaurio adentro fue como un balde de agua fría. Estábamos en pleno escarceo febril con la idea de la democracia y nadie tenía muchas ganas de que le aguaran la fiesta.

Fast-forward: enero de 2012, Roger Bartra publica “El Nuevo PRI” en Letras Libres. El texto de Bartra viene a decir más o menos lo mismo, a diez años de la alternancia, que el de Escalante: la competencia y la alternancia no lograron domesticar, mucho menos, destruir al dinosaurio. Como en las películas de terror, el monstruo que parecía acabado tras la derrota del 2000, se alzó de nuevo, con muchas cabezas, un copete grande y unas ganas locas de volver a hacer de las suyas.

¿Qué pasó? ¿Será lo del dinosaurio interior que todos llevamos dentro del que hablaba Escalante? ¿Será, como dice Bartra, que ese dinosaurito ya no puede más, tras diez años de abstinencia, y demanda, con urgencia, su fix? No puede descartarse que esa sea, en el fondo, la respuesta. Nunca se acabó el PRI porque a sus usos y costumbres anclados en la corrupción, la impunidad, y en la aplicación discrecional y arbitraria de la ley son, en realidad, los mismos que los de esos dinosauritos que viven adentro de cada uno de nosotros.

Hay, sin embargo, otra explicación posible que se resume en una pregunta grande como una casa misma que también aborda Bartra en su texto: ¿Por qué el PAN, hecho gobierno, no terminó con el viejo PRI? ¿No pudo o no quiso? ¿Por qué no aprovechó Fox el tremendo golpe que supuso para el tricolor la pérdida de la Presidencia para darle el tiro de gracia al dinosaurio? ¿Qué hizo Calderón para debilitar al Institucional?

Aún habiéndoselo propuesto en serio, no hubiera sido fácil para el PAN acabar con el PRI. Los presidentes panistas han tenido, es claro y evidente, menos poder que los priistas. Las sintonías profundas entre los usos y costumbres del PRI y los de la mayoría de la población hacían y hacen difícil acabar con un partido cuyas prácticas están tan enraizadas socialmente. Con todo y todo, el PAN tuvo acceso a recursos de poder muy importantes y contó, además, con un porcentaje creciente de nuevas clases medias, mismas que podrían haberse convertido en la base social de una nueva forma de hacer política fundada en la igualdad efectiva ante la ley.

Por razones que cuesta trabajo entender, Acción Nacional no utilizó los recursos a su alcance para desmontar las bases de poder del PRI o, al menos, para impedir que rebotase al punto de estar en condiciones de recuperar la Presidencia de la República. Bartra sugiere como explicación la debilidad de las corrientes liberales frente a las conservadoras dentro del PAN. A este elemento, podríamos sumar la inexperiencia y, en muchos casos, franca ineptitud en el manejo del gobierno, así como la dificultad del PAN para dejar de asumirse como oposición.

Mi impresión es que, en el fondo, el PAN optó por ni siquiera herir de muerte al PRI por dos razones fundamentales. Primero, porque los panistas se acostumbraron muy rápido a las mieles de ejercer el poder al abrigo de la impunidad y hubiera estado difícil socavar los cimientos del poder priista sin tener que renunciar a dicha impunidad. Segundo, porque buscar desmontar las bases del poder del PRI y de su forma de hacer política hubiese implicado afectar los intereses de élites sociales muy poderosas, algunas de las cuales —los señores del dinero, por ejemplo— son el sustento fundamental, por no decir el corazón mismo —como bien ha argumentado Edward Gibson—, de un partido conservador como Acción Nacional.

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