Blanca Heredia
La Razón
Es de celebrar que, entre los candidatos o precandidatos, a algunos de los principales cargos políticos en disputa en las elecciones que tendrán lugar en México este año, figuren un número significativo de mujeres. Destacan, muy especialmente, en este sentido: la precandidatura a la Presidencia de la República de Josefina Vázquez Mota y las candidaturas de Beatriz Paredes e Isabel Miranda de Wallace a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal.
El hecho me parece celebrable por tres razones fundamentales. Primero, porque las mujeres somos más de la mitad de la población y pareciera, además de justo, digamos, eficiente en términos de representación política el que, dentro de la minoría de personas encargadas de tomar decisiones que nos afectan a todos, haya un número importante de mujeres. Segundo, porque la situación de las mujeres en México presenta, para decirlo eufemísticamente, enormes “áreas de oportunidad”, y porque, en principio, cabría suponer que las mujeres pudieran ser más sensibles y estar más interesadas en entrarle al asunto que el promedio de los varones. Tercero, porque la equidad de género, es, como ha señalado entre muchos otros Nicholas Kristof, algo parecido a lo que fue la esclavitud para el siglo XIX: un desafío moral, absolutamente central para nuestro siglo XXI.
Como en tantos otros temas, los innegables avances en el acceso y presencia política de las mujeres en México a lo largo de las últimas décadas, contrastan, desafortunadamente, con los enormes rezagos y los gigantescos obstáculos que siguen enfrentando las mujeres mexicanas para actualizar sus potencialidades, así como para adueñarse y hacerse cabal dueñas libres y responsables de su poder, tanto a nivel privado como público.
Las “áreas de oportunidad” en materia de equidad de género en el país son enormes y no alcanzan las restricciones de este artículo siquiera para enumerarlas. Me concentraré aquí, por tanto y para empezar, en aquellas que parecieran ser más escandalosas y obviamente costosas para el desarrollo del país: algunas de las que tienen que ver con su participación en la economía.
De acuerdo a los datos de la OCDE en la edición 2011 de su Panorama Educativo, una cuarta parte de la población, entre 15 y 29 años en México, no estudia ni trabaja. Según ese mismo reporte, estos elevados niveles de “inactividad” se explican, en buena medida, por el altísimo porcentaje de “inactividad” de las mujeres. Cito la nota país del reporte: “En México, la proporción de mujeres entre 15 y 29 años que no reciben educación y que están desempleadas o no forman parte de la fuerza laboral, es 3.6 veces superior a la de los hombres… La mayor propensión a la inactividad entre las mujeres casi duplica a la de Brasil y es la más alta entre los países representados en [el] Panorama de la Educación 2011”.
Estos datos de la OCDE ayudan a explicar, en parte, el lastimoso lugar que ocupa México en el Global Gender Gap (GGG) elaborado por el World Economic Forum, particularmente en el rubro “Participación y oportunidades económicas”: lugar 89 en el ranking global de brechas de género dentro del total de 135 países, y puesto 109 en el general de “Participación y oportunidades económicas”, mismo que ubica a México en el penúltimo lugar de 18 países latinoamericanos, sólo detrás de Guatemala.
La baja participación de las mujeres en actividades económicas remuneradas (46% de las mujeres con participación en la PEA vs el 84% de los hombres, GGG 2011, lo cual ubica a México en el lugar 112 de 135 países), a pesar de los aumentos sostenidos en sus niveles de escolaridad; el considerable diferencial salarial entre hombres y mujeres (.56 en promedio del salario que reciben los varones, GGG, 2011); y la muy magra presencia de mujeres en cargos directivos, particularmente en el sector privado, hablan de las enormes restricciones que enfrenta más de la mitad de su población mexicana para desarrollarse. Estos obstáculos limitan, en perjuicio de todos, el crecimiento económico agregado y el tránsito hacia formas de convivencia social menos asimétricas, menos violentas y más civilizadas.
Dada la magnitud del problema, resulta imperativo preguntarles a todos los candidatos que aspiran a gobernar a México, y, muy particularmente, a las mujeres entre ellos, su opinión sobre este asunto y qué cosas concretas proponen hacer al respecto.
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