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La Crónica de Hoy

El caso de Andrés Manuel López Obrador es escandaloso y enfermizo. No hay un mexicano que ignore sus defectos, su capacidad para engañar, sus posturas camaleónicas, su tendencia a la violencia y su pasión patológica por el poder. Sin embargo, pese a lo obvio de su actuación, lo siguen millones de fanáticos que lo veneran como a un santo, como al Mesías. Lo han visto enfurecerse, tomar calles, pozos petroleros, insultar, engañar… A pesar de tales obviedades, personas cultas e inteligentes, empresarios sagaces que como es usual buscan beneficiarse con la política, aceptan como válida la metamorfosis del caudillo. El propio Cuauhtémoc Cárdenas, que ayudó a edificar el colosal mito AMLO, ahora se apresta a confirmarlo como el gran hombre que nos convertirá en habitantes de la “república del amor”, donde un grupo de constituyentes espirituales crearán una nueva carta magna moral, una suerte de Biblia amorosa. Nadie entiende de qué trata la ocurrencia ni alguien se esfuerza por explicarla más que con ñoñerías. AMLO recorre con tenacidad (ésa sí es real) el país ofreciendo mentiras, patrañas y nombrando a cuantos se le ocurren como parte de su gabinete sin mediar una consulta. Otro ejemplo claro de autoritarismo brutal. Promete y promete sin saber si hay recursos, si existen o no. Él nos dará todo gratis. A ningún utópico responsable se le ocurrió semejante sandez. Tampoco cabe en los proyectos anarquistas. Se elimina el Estado, pero en su lugar ingresa una nueva sociedad y valores que sustituyen a los viejos sistemas. Nadie recuerda que Marx gritaba no queremos limosnas, sino trabajo. La utopía (de alguna manera hay que decirle) de AMLO se basa en la degradación humana, el odio, la mentira y en las prédicas del cristianismo protestante. Rascarle un poco, es hallarse ante un cúmulo de simulaciones.
Alguien, sin duda él mismo, lo convenció de que tenía que ocultar su lado oscuro, agresivo, violento, no tomar más calles, cerrar plazas, insultar a las chachalacas y se operó la transformación: y ahora aburre con sus sermones místicos que en vano ocultan sus exigencias de poder, su necedad de estar en la cima. De pronto actúa conforme su instinto le dicta, pero consigue reprimirlo y dulcifica la voz, aparece no un fascista, sino un cristiano émulo de san Francisco. Nos invita a amarnos, a ser éticos, como si fuéramos monjes de una cofradía descalza. Millones dicen sumarse a la no violencia. AMLO se entusiasma y les ordena a sus seguidores que sean buenos, que la gente ya no quiere pleitos, como lo precisó el pasado viernes en Jalisco.
Mal oculta su lado brutal, pero sus súbditos y admiradores, sobre todo los capitalinos, siempre sensibles a los caudillos duros y generosos con los recursos oficiales, le aplauden a rabiar y eso les impide ser amorosos. Sólo hay que hablar con ellos, escuchar su lenguaje vulgar y agresivo o leer lo que escriben en medios y redes contra quienes no mordemos el anzuelo o no somos parte de la corrupción generalizada y evidente de las llamadas “izquierdas”, así, en plural, para ocultar a una serie de mafias sin ideología que pugnan por cuotas de poder. Hace tres días hice un ejercicio masoquista-periodístico: me dediqué a leer los comentarios y opiniones de los lopistas en diversos diarios. Seleccioné artículos e informaciones críticas (porque crítico debe ser el buen periodismo, jamás apologético) de distintos comentaristas. Unos quince materiales representativos y no favorables a López Obrador. Los lectores habían llenado de bajezas e insultos a los autores. Mentadas de madre, majaderías del peor estilo, todas plagadas de faltas de ortografía. Una dedicada a mí era casi tan buena como las dirigidas, por ejemplo, a Ricardo Alemán o a Carlos Ramírez: “Este es un puñal ojete de derecha…”. En otra simplemente me acusaban de ser “puto” y en una más amenazaban con matar a mi mamá, quien por cierto falleció hace diez años. En ninguna de las mentadas de madre los autores sabían quiénes somos, de dónde viene nuestra formación. A nuestras argumentaciones sólo respondían con bajezas. Por piedad, ¿éste es el reino del amor y la no violencia? Es claro que AMLO y sus seguidores necesitan leer a Gandhi y no a Fernández Noroña.
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