enero 19, 2012

Los tarahumaras

Carlos Tello Díaz
ctello@milenio.com
Carta de viaje
Milenio

En 1934, durante uno de sus viajes por Sudamérica, entre Buenos Aires y Río de Janeiro, donde era embajador, Alfonso Reyes escribió Yerbas del tarahumara. El poema evocaba una imagen que había visto de niño, en Chihuahua. Comenzaba así:

Han bajado los indios tarahumaras,
que es señal de mal año
y de cosecha pobre en la montaña.

Desnudos y curtidos
duros en la lustrosa piel manchada
denegridos de viento y sol, animan
las calles de Chihuahua.


Por esos años, en 1937, Antonin Artaud publicó Viaje al país de los tarahumaras. Artaud había sido sorprendido por el mismo espectáculo —los tarahumaras que bajan a mendigar a los pueblos, empujados por el hambre— que había impresionado a Reyes. “Cuando los tarahumaras bajan a las aldeas, mendigan”, escribió. “Es sorprendente. Se detienen frente a las puertas de las casas y se ponen de perfil… Si uno les da algo, no dan las gracias. Porque darle al que nada tiene para ellos no es propiamente un deber, sino una ley de reciprocidad física que el mundo blanco ha traicionado”. La pobreza, la sequía, el frío, el despojo, el hambre empujaban a los rarámuris (los de pies ligeros) a bajar de la montaña para mendigar en los pueblos de los chabochis.

Algo similar acaba de ocurrir. Hace una semana empezaron a aparecer notas sobre el hambre que azota la sierra Tarahumara. En ese contexto el líder del Frente Organizado de Campesinos Indígenas hizo unas declaraciones al Canal 28 de Chihuahua. “Hasta el 10 de diciembre, 50 mujeres y hombres fueron al barranco a estar un rato pensando, por la tristeza que no tienen qué comer sus hijos, y se arrojaron al barranco”, dijo. Las declaraciones, difundidas este fin de semana por las “redes sociales”, fueron noticia de primera plana en todos diarios a partir del lunes. Los mexicanos recolectaron alimentos y cobijas para los rarámuris. El gobierno de Chihuahua tuvo que desmentir que hubieran sido registrados suicidios por hambre, aunque aceptó que la situación era crítica en la sierra Tarahumara. ¿Qué sucedió? La misma historia que había impresionado a Artaud y a Reyes, y antes que ellos al explorador noruego Carl Lumholtz a fines del siglo XIX, que describe también la orfandad de los tarahumaras en su libro El México desconocido.
“Se trata en verdad del pueblo más inocente y desvalido de la Tierra”, escribió en los 60 Fernando Benítez en su Viaje a la Tarahumara, que publicó en el primer tomo de Los indios de México. Benítez hace un relato complejo de la vida de los tarahumaras, dispersos en la montaña, en comunidades pequeñas y aisladas, donde no llega el progreso (ni la ayuda). Por eso sorprende la simpleza de su conclusión: “El problema de los indios no es irresoluble. En el caso particular de los tarahumaras bastaría con darles la propiedad de sus tierras y hacer que ellos mismos explotaran sus bosques, para que de una vez por todas se sentaran las bases firmes de su progreso”. ¿Es verdad? ¿Podrían tener empresas forestales y mineras, o compañías turísticas para aprovechar la belleza de sus tierras? ¿Lo podrían hacer, sin dejar de ser tarahumaras? No. Los tarahumaras viven en la miseria no sólo por haber sido despojados por la cultura dominante (Lumholtz tiene esto que decir: “La civilización, tal como les llega a los tarahumaras, ningún beneficio les presta… La civilización va destruyéndoles su patria, pues cada vez ensanchan los blancos el límite de la suya”). Viven en la miseria, también, porque, frente a esa cultura, que es rapaz, su propia cultura, la que los hace ser lo que son, los pone en desventaja. ¿A qué me refiero? A la agricultura de subsistencia, que es improductiva; a la medicina tradicional, que resulta ineficaz; a la economía de prestigio, que sustrae recursos para la inversión; a la importancia del principio de igualdad social, que representa un freno al surgimiento de una clase empresarial en las comunidades; al uso predominante de la lengua indígena, que impide la comunicación con el resto de la sociedad. Por eso es trágico el destino de los tarahumaras. Porque, para superarlo, tendrían de dejar de ser lo que son.

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