enero 21, 2012

Porosa

Jaime Sánchez Susarrey (@SanchezSusarrey)
Reforma

AMLO es un hombre de lecturas y libros. A lo largo de su carrera política ha publicado varios panfletos. Casi todos ellos dedicados a denunciar la mafia en el poder que secuestró a México y le robó la elección en 2006.

Sin embargo, no es un hombre de conceptos ni de ideas. El martes 6 de diciembre de 2011 publicó en La Jornada, Fundamentos de la República Amorosa, que pretende darle contenido al nuevo discurso de campaña.

El artículo está lleno de confusiones y contradicciones. Para empezar, le atribuye a Francisco I. Madero la famosa frase de Justo Sierra: el pueblo de México "tiene hambre y sed de justicia". Cosa que sorprende porque López se precia de conocer la historia y haber leído a los prohombres del siglo XIX.

Pero ese error es una minucia comparado con el eje toral de su argumentación. Las tesis fundamentales que sostiene son dos. Primero: "Una persona sin apego a una doctrina o a un código de valores, no necesariamente logra la felicidad".

Segundo: "estamos proponiendo regenerar la vida pública de México mediante una nueva forma de hacer política, aplicando en prudente armonía tres ideas rectoras: la honestidad, la justicia y el amor".

Dicho de otro modo, la nueva propuesta tiene como objetivo fundamental promover y alcanzar la felicidad del pueblo, pero para hacerlo debe contar con un código moral que permita alcanzar ese objetivo.

Vale advertir que no es la primera vez que asume ese objetivo y esa responsabilidad. Cuando protestó como presidente legítimo de la República se comprometió a velar por la felicidad del pueblo.

Para darle sustento histórico a su República amorosa, se refiere a que en "nuestra Constitución de Apatzingán de 1814, se estableció el derecho del pueblo a la felicidad". Pero es aquí donde comienzan las confusiones y las incoherencias.

La Constitución de Apatzingán, impulsada por Morelos, plantea efectivamente la idea de felicidad pero la define en términos muy precisos en el artículo 24: "La felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad. La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobiernos y el único fin de las asociaciones políticas".

No hay, como se puede constatar, ninguna referencia a la felicidad del pueblo en términos morales. Los objetivos que establece Morelos para el gobierno son muy claros: igualdad, seguridad, propiedad y libertad.

Sin embargo, hay un punto de aparente convergencia si se consideran otros dos preceptos fundamentales de la Constitución: "Artículo 1. La religión católica, apostólica romana, es la única que se debe profesar en el Estado".

Y el Artículo 15. "La calidad de ciudadano se pierde por crimen de herejía, apostasía y lesa nación".

Dicho de otro modo, la Constitución de Apatzingán sí tenía un contenido moral y religioso porque adoptaba la religión católica y prohibía cualquier otra forma de manifestación religiosa.

Sin embargo, aún así, Morelos se guardó muy bien de definir la felicidad de cada uno de los ciudadanos por esa dimensión moral y religiosa. La responsabilidad del poder político no es moral sino estrictamente política: igualdad, seguridad, propiedad y libertad.

Morelos fue un hombre de su tiempo. Creía que la religión católica era la única verdad revelada. Por eso el Estado debía prohibir otras manifestaciones. Pero la idea de que el poder público debiera ocuparse de redactar un código moral le habría parecido una herejía y una estupidez.

La secularización definitiva de la política y el Estado se alcanzó en 1857 con las leyes de Reforma. La instauración de la libertad de cultos separó en forma definitiva los asuntos morales y religiosos de los políticos. Las creencias y las convicciones éticas quedaron confinadas al ámbito personal.

Cada ciudadano es libre de elegir el credo y los principios morales que mejor le convengan. El Estado no tiene por qué ni para qué inmiscuirse en ello. El único límite que se les debe imponer a los ciudadanos es no lastimar la integridad, libertad o propiedad de otros ciudadanos.

Ese es el fundamento de la modernidad. La moral y la felicidad corresponden a la búsqueda que cada individuo decide emprender. Porque no hay ni una sola religión, ni una moral única y existen muchas formas de entender la felicidad.

Así que la propuesta de la República amorosa constituye un salto para atrás. Un regreso a la premodernidad. Pero además, con un contenido autoritario.

En el colmo del delirio y la confusión, López convoca "a la elaboración de una constitución moral a especialistas en la materia, filósofos, sicólogos, sociólogos, antropólogos y a todos aquellos que tengan algo que aportar al respecto...".

Octavio Paz definió alguna vez a Carlos Monsiváis como "un hombre de ocurrencias, no de ideas". Pero el escritor de La Portales era un cronista y sus ocurrencias no tenían mayores consecuencias.

López aspira a la Presidencia de la República y tiene la intención de imponernos una Constitución Moral. Su propósito es: "Introducir en la enseñanza la educación moral, darle toda la importancia que tienen materias como el civismo, la ética y la filosofía".

Dios guarde la hora. Lo que sí queda claro es que la República amorosa es producto de una mente porosa que no retiene conceptos ni ideas.

López debería dejar de lado su discurso chatarra y escribir en la pizarra 100 veces: "La felicidad del pueblo consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad". Y otras 100: "no vuelvo a confundir la prédica moral con el Estado. ¡Qué viva Juárez!".

Ahora bien, si lo que quiere es formar una secta le sugiero el nombre: "Los juanitos".

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