enero 29, 2012

¿Quién va a pagar?

Jean Meyer
Profesor e investigador del CIDE
jean.meyer@cide.edu
El Universal

Se preguntan, hoy, los europeos. No debemos desinteresarnos del asunto, porque cuando ves que están rasurando al vecino, puedes poner tus barbas a remojar. Indignarse —palabra de moda— contra “la dictadura de los mercados financieros” y “el poder exorbitante e injustificado de las agencias de notación” de nada sirve y responde a un diagnóstico equivocado. El único medio de salvar las inevitables deudas públicas de la no menos inevitable inestabilidad de la finanza global de mercado, dice Pierre Giraud, “es financiar de otra manera los déficits públicos”.

En los últimos 30 años, todos los Estados han querido e instalado un tipo de financiamiento de la deuda pública que, ahora, resulta fatal, cuando los inversionistas dudan de su capacidad para pagar sus deudas. Cuando Europa salga de la crisis actual, deberá en primera urgencia concebir un nuevo sistema de financiamiento de la deuda, algo que no se antoja fácil. Por ahora, las dificultades económicas, con sus nefastas consecuencias sociales y políticas continuarán. Se dice que la catástrofe está descartada, por lo menos alejada. ¡Ojalá!, pero queda claro que no sólo Grecia no está en condiciones de pagar su deuda. Austeridad, rigor y ¿nada de crecimiento? ¿Congelar salarios y subir impuestos? Es bajar el consumo, la actividad… y las entradas fiscales. Todos anuncian que Europa entró en recesión y que eso afecta al resto del mundo.

¿Entonces? Que estos países “periféricos”, “meridionales”, “esa bola de ineptos y corruptos que nos parasitan desde tanto tiempo” (resumo lo que dice buena parte de la prensa alemana y francesa) vayan a la… suspensión de pagos. ¡Imposible! Son muchos los bancos que especularon tanto tiempo sobre la apuesta que no se dejaría quebrar dichos países, porque quebrarían aquellos bancos; estos bancos alemanes y franceses, demasiado grandes para ir a la bancarrota, que pondría en riesgo el sistema entero.

Por eso, maestro, la pregunta angustiada es “¿quién va a pagar?”. Los “ricos” europeos, desde hace más de siete meses, han intentando evadir la pregunta y han caminado como tortugas, dando un pasito cada vez que sienten la brasa en el lomo. Esa lentitud agravó la crisis financiera y bancaria, la transformó en depresión económica, porque han rechazado la solución de repartir lo que griegos, portugueses, españoles, italianos etc… no pueden pagar, entre todos los europeos. El problema no es técnico —los dirigentes hablan solamente de técnica—, sino político: optar por una deuda europea mutualizada es una decisión política.

Curiosamente, la verdad salió de la boca del ministro de finanzas de Alemania. Dijo que todo gran paso hacia la integración europea se ha dado tras una crisis. Eso ha sido siempre, y ésa puede ser, también ahora, la solución… la unificación política de la eurozona. Digo curiosamente porque Alemania ha frenado y frenado esa solución, por buenas y malas razones, siendo la primera economía de Europa, y la que más contribuiría a cualquier plan de rescate. Si es cierto que no hay mal que por bien no venga, quizá era necesario llegar hasta el borde del abismo para que los Estados y las instituciones europeas (y los pueblos) se decidan a una reforma profunda, condición sine qua non, para disciplinar los mercados.

Uno puede pensar que es imposible, que el euro va a morir y la Unión Europea a desaparecer, provocando tarde o temprano el derrumbe final del capitalismo. Se ha puesto muy de moda leer, o releer las profecías de Marx sobre un capitalismo que cava su propia tumba. Puede que Marx tenga algún día razón; puede que, una vez más, la crisis dé su oportunidad a los reformistas. Me siento incapaz de escoger entre las dos probabilidades.

Si los reformistas quieren salvar el euro y la Unión Europea, deben imponer rápidamente la solución mutualista, la de los tres mosqueteros, que eran cuatro: “uno para todos, todos para uno”. Urge, porque enfrente de los partidarios de Europa, crece cada día el número de sus adversarios. La derecha extrema se alimenta de la crisis: es el Frente Nacional que, en Francia, ha sido el primero en pedir la desaparición del euro y la vuelta al franco; su campaña de “desmundialización”, en toda Europa, va a la par con la xenofobia, cada día más violenta. Y es de lamentar que cierta izquierda demagógica y populista le siga el paso sin ofrecer ningún programa coherente. La única salida es la creación de un verdadero gobierno europeo que centralice las decisiones económicas, políticas y sociales.

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