febrero 21, 2012

El cansancio de Andrés Manuel

Francisco Báez Rodríguez (@franciscobaezr)
fabaez@gmail.com
La Crónica de Hoy

El candidato a la Presidencia de las izquierdas lo ha confesado. Andrés Manuel López Obrador no siente el mismo vigor que hace seis años. Hacer campaña cansa.

Hay que decir que es entendible la situación de AMLO, porque una cosa, seguramente excitante y hasta hipnótica, era surfear en la cresta de la ola, rodeado del cariño de las masas, y otra, muy diferente, es trabajar desde la parte baja de las preferencias electorales, según dan a conocer las diversas encuestas.

También es distinta la relación entre López Obrador y los partidos que lo apoyan. Hace seis años él era el rey indiscutible de esa coalición y, parafraseando la canción de José Alfredo, su palabra era la ley. Ahora se ha impuesto como candidato, pero no sin dificultades, y no es capaz de mangonear las listas de candidatos a su gusto, porque las corrientes perredistas le han perdido el respeto y le vetan varias de sus propuestas. La alianza pluripartidista llegará a puerto, pero haciendo bastante agua.

Andrés Manuel apenas está iniciando a hacer una leve autocrítica (se sabe que no es lo suyo) porque sin ella no hay manera de explicarse la diferencia de campañas. Insiste —como lo hizo en el caso de su fallido desafuero— que sólo gracias a su gran responsabilidad no se incendió la pradera nacional y que ese aspecto del plantón fue incomprendido.

Tal vez le hubiéramos creído a López Obrador si, al final del plantón y consumada la victoria legal de Felipe Calderón, él hubiera aceptado encabezar la oposición al nuevo gobierno. Pero no. Decidió proclamarse “Presidente Legítimo” en un evento con todas las características de la farsa y en esa pantomima absurda se le fueron casi todo el sexenio y la mayor parte de sus seguidores. Mientras AMLO no entienda que perdió horriblemente el piso, no habrá entendido nada.

Fueron cinco años de quedar fuera de quienes fijan la agenda de las discusiones nacionales. Cinco años de repetir consignas hueras y confiar en su base de fieles (ese grupo social para quienes el lopezobradorismo es más que un movimiento político: es una congregación de la fe) para repetir como candidato. Cinco años en los que se ha mostrado incapaz de renovar una pizca su programa, a pesar de que los problemas del país, y del mundo, han tenido una transformación dramática.

En ese sentido, los cambios de Andrés Manuel han sido cosméticos. Por un lado, el discurso del amor y la paz. Por el otro, la táctica un poco infantil de nombrar primero a los secretarios del Estado de su hipotético gabinete, y dejar para después las propuestas, el diseño de país. Ha escogido diversos actores políticos, todos experimentados, de muy diferentes capacidades (¿De verdad cree que el bueno de don Bernardo Bátiz hizo un papel siquiera decoroso al frente de la PGJDF?), pero muy pocos de ellos capaces de elaborar un discurso innovador en sus respectivas áreas. Parece entrega de reconocimientos Honoris Causa.

El proceso electoral del 2012 inició con una ventaja clara de Enrique Peña Nieto y con el PAN y AMLO peleando el segundo lugar. La historia de las dos últimas elecciones presidenciales indica que éstas suelen definirse cerradamente entre dos competidores, mientras que el tercero (Cárdenas, en 2000; Madrazo, en 2006) se rezaga. Ahora difícilmente será la excepción.

La definición panista por la candidata más competitiva pone a Andrés Manuel, al PRD y a la izquierda en peligro de convertirse en una lejana tercera fuerza. Si así sucediera, no obstante el notable deterioro del PAN, tras doce años en el poder federal y a pesar de la vacuidad con la que se ha manejado Josefina Vázquez Mota (hay quien dice que su campaña parece disco de Arjona), las izquierdas habrán perdido una oportunidad histórica y López Obrador se habrá consagrado como su sepulturero.

En las precampañas se vio que todos los aspirantes son falibles. Pero ninguna campaña seria puede apostar sus fichas a los errores del adversario. El PRD es quien menos puede hacerlo, entre otras cosas, porque su principal candidato ha demostrado ya su vulnerabilidad.

¿Qué le queda, entonces, a Andrés Manuel? Lo único que le podría dotar de cierta competitividad sería volver a lo básico. A presentar propuestas. Abordar temas específicos. Demostrar que el programa no es el mismo de hace seis años, que el espectro en el que se mueve es más amplio.

Pero —demasiado habituado a los incondicionales— López Obrador no ha puesto a sus equipos a trabajar conjuntamente en una estrategia de ese tipo, ve de lejecitos la pelea indiscriminada por los primeros puestos de las plurinominales (signo derrotista, si los hay), y se atiene al eventual desliz de Vázquez Mota o Peña Nieto, al posible río revuelto de una campaña sucia entre PRI y PAN-gobierno, con toneladas de lodo, para colarse nadando de muertito.

Cuando parece imperar en su estrategia la ley del mínimo esfuerzo, queda la impresión de que sí, efectivamente, Andrés Manuel está cansado, muy cansado.

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