Investigador del CIDE
El Universal

Supongo que los medios dicen la verdad cuando hablan de la inmediata puesta en marcha de una “operación cicatriz“ para dejar atrás los daños de la contienda interna. En esa línea apunta la admirable disciplina del partido gobernante, así como de los precandidatos derrotados y sus equipos, que hasta hoy han negado cualquier intento de torcer los resultados del domingo y se han ceñido escrupulosamente al guión que reivindica el compromiso democrático del PAN. Tras el veredicto, Cordero y Creel no sólo fueron a levantar las manos de la vencedora, sino que han evitado cualquier amago de ruptura o abandono. Quizá porque el primero fue el más entusiasta movilizador de apoyos por debajo de la mesa —y saldría muy mal librado de cualquier disputa por la legalidad de los procesos— y porque el segundo perdió pronto la esperanza de ganar. Pero así y todo, la decisión de ir adelante sin conflictos puede convertirse en otro punto a favor de Vázquez Mota.
En cambio, creo que la flamante candidata del panismo cometería un error de fondo si acepta llevar la reconciliación interna demasiado lejos. Por supuesto que no puede —ni debe— convertirse en otra opción de oposición al grupo gobernante. Pero tengo para mí que perdería de prisa el impulso que ha ganado si asume y repite el discurso de la perfección del presidente Calderón y si renuncia a marcar distancias rápidas y claras de los errores, los abusos y el talante autoritario de quien fue su jefe. Siempre imaginé que Cordero, su adversario principal, podría haber ganado la elección interna (nunca la de julio) si el aparato prohijado por el Presidente hubiera respondido con eficacia y sumisión a las órdenes —implícitas o explícitas— de quien todavía es su líder. Pero no fue así: si ya eran pocos, el domingo la gran mayoría de los electores potenciales del panismo se quedó en su casa: Vázquez Mota ganó con poco más del 15% del padrón interno y nada más. ¿Cómo leer este abstencionismo matador entre los militantes y adherentes de un partido? ¿Como una rebelión callada, de brazos caídos, para romper la línea de Los Pinos y evitarse problemas posteriores?
Quizá nunca lo sabremos. Pero aunque el PAN tenga motivos bien ganados para presumir su apego a las decisiones democráticas internas, no los tiene para añadir algún contento por el entusiasmo y tamaño de la participación que llevó a Vázquez Mota a la candidatura. Un solo mitin de la izquierda en el Zócalo suele convocar más gente al mismo tiempo, mientras la capacidad de movilización del PRI —por las razones que sean— sigue siendo impresionante.
Como sea, todos sabemos que la clave de bóveda del edificio electoral siguiente la tendrá en sus manos quien consiga situarse como el retador creíble de Enrique Peña y el aparato político que lo cobija. Y eso pasa, inexorablemente, por la distancia que consiga establecer del gobierno de Felipe Calderón. Si Vázquez Mota se convierte en defensora del statu quo, López Obrador no necesitará siquiera abandonar sus tesis amorosas y volver a radicalizarse para ocupar su propio espacio como el candidato retador. Distanciada en cambio del costo que tendrá el final de este sexenio, la candidata del PAN podría situarse pronto al centro de la competencia y arrebatar el voto útil de último minuto, el de los indecisos, así como las simpatías de algún sector de la sociedad civil, ahogada ya con los discursos del autoritarismo.
De hacerlo así, además, el problema estratégico de fondo sería para López Obrador: si se queda donde está, corre el riesgo de perder fuerza frente al discurso de centro-tolerante-femenino-clasemediero-democrático-apacible que encarna la sonrisa indeclinable de la candidata del PAN, y si se corre hacia la izquierda autoritaria no pasará mucho tiempo antes de que los indecisos lo abandonen. Los panistas tendrían que estar contentos: aún pueden ganar.
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