Analista Político
El Universal

Por primera vez en la historia electoral mexicana se hace creíble que una mujer pueda llegar a ocupar la jefatura del Estado mexicano. Aun si saliera derrotada en las urnas, el papel que jugará Vázquez Mota no será testimonial. Ahí está la novedad.
La pregunta que por lo bajo hacen algunos sobre si México está listo para ser gobernado por una mujer trae flojas las cuerdas. Con suerte esta contienda resolverá las taras a uno que otro despistado.
Para hacer explícita la incredulidad más común vale formularse este cuestionamiento: ¿imagina a Vázquez Mota portando una gorra militar adornada con cinco estrellas? O aún más interesante: si usted fuera general de división, ¿cómo se comportaría ante las órdenes de un jefe de las Fuerzas Armadas mujer?
Tengo para mí que en México no todos los hombres responderíamos a estas interrogantes de manera similar. Los he oído rechazar la opción de Vázquez Mota, unos por machismo, otros por misoginia y a la gran mayoría por falta de imaginación. Lo más curioso es que este talante no es exclusivo de los varones, entre las mujeres también suele correr el mal síntoma de la discriminación.
Lo sucedido ayer en la contienda interna del PAN colocará sin duda una página nueva en la historia de la cultura política mexicana: por lo pronto forzará a los más retrógradas para que visualicen en su pequeña cabecita a una generala de cinco estrellas, es decir, a una mujer que por la investidura portada, y no por su sexo, podría lograr que un ejército mayoritariamente masculino le obedezca con lealtad.
No sobra decir que, en una sociedad donde mujeres y hombres obtienen igual respeto de las Fuerzas Armadas, solo puede esperarse que lo mismo suceda en todos los demás ámbitos de lo público y lo privado.
Con todo, en ninguna democracia ha sido sencillo que las mujeres ganen votos suficientes como para hacerse del asiento más elevado en el Estado; de hecho, es una moda relativamente reciente en la tradición democrática. En América Latina uno de los casos emblemáticos es el de Michelle Bachelet, mujer que llegó a la presidencia de Chile, entre otras razones, porque previamente fue ministra de defensa.
En cambio, en el proceso electoral estadounidense de hace cuatro años uno de los argumentos que los adversarios de Hilary Clinton usaron infundadamente contra la precandidata demócrata fue el de su insolvencia para conducir al Ejército más poderoso del mundo. Al mismo tiempo, a través de las pantallas de televisión se transmitió una serie —Commander in chief— donde tal dilema obtuvo un rol importante.
Del otro lado del Atlántico, en 2007 la batalla entre Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal estuvo marcada por similar impertinencia. Durante aquella campaña francesa los conservadores se encargaron de mostrar cuanta debilidad, real o supuesta, pudieron descubrir en la figura de la señora Royal: ¿tendría la candidata socialista el carácter necesario para hacerse obedecer por una de las cinco naciones con mayor capacidad nuclear del planeta?
Hoy sería ridículo en países como Alemania o Inglaterra sostener un debate parecido; lo mismo en la India, en Israel, en Argentina o en Nicaragua. Donde las mujeres ya gobernaron al más alto nivel resulta ocioso preguntarse si ellas cuentan con la estructura genética para imponerse sobre los varones. Acaso más relevante es que donde ellas ya han gobernado las instituciones terminaron probándose superiores al viejo y sobrevalorado vaivén de la testosterona, y por tanto el valor de la igualdad entre los sexos obtuvo una victoria irreversible.
Cabe aclarar que no es necesario ver como ganadora a Josefina Vázquez Mota en las próximas elecciones de julio para que esta mutación cultural pueda llegar a buen puerto en nuestro país; el solo hecho de mirarla candidata oficial del PAN obra ya para que tal evento haya comenzado a producirse.
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