marzo 05, 2012

83 años de PRI

Gabriel Guerra Castellanos (@gabrielguerrac)
Internacionalista
gguerra@gcya.net
El Universal

Este domingo el partido político más antiguo de México cumplió la friolera de 83 años, y los festejó como pocas veces en lo que va de este siglo. En el auditorio que lleva el nombre de su fundador original, Plutarco Elías Calles, la dirigencia priísta se reunió no sé si para cantarse Las mañanitas o para preparar las celebraciones anticipadas de su regreso al poder.

Yo no soy de los que creen en lo inevitable, y comparto la opinión de mis amigos encuestadores sobre que su trabajo consiste en levantar fotografías del momento y no predicciones del futuro. El votante mexicano tiende a cambiar de opinión rápidamente, y quien lo dude puede remontarse a las dos más recientes elecciones presidenciales para comprobar que hasta la ventaja aparentemente más solida puede desvanecerse siempre y cuando el puntero en las encuestas se aplique a perderla.

Antes que ponerme a jugar aquí al adivino o a descifrar encuestas, quisiera concentrarme en lo que el octogenario partido representa más allá de las caricaturas.

El Partido Revolucionario Institucional existe como tal desde 1946. Nació como Partido Nacional Revolucionario con Calles, luego como Partido de la Revolución Mexicana con Lázaro Cárdenas en 1938 y rebautizado PRI por Manuel Ávila Camacho. Los cambios de nombre serían anecdóticos si no reflejaran la que fue tal vez la principal característica del partido en sus años en el poder: su dependencia y sumisión de y al presidente y su vocación electoral. El PRI fue siempre una máquina de elecciones para el régimen, no dictando sino recibiendo línea de quien era considerado en ese momento el primer priísta del país.

Durante unas siete décadas gobiernos priístas dominaron y controlaron a México. Habrá quien lamente, y con razón, la ausencia de libertades plenas y de una competencia político-electoral justa y pareja. El legado de corrupción y las leyendas vivientes del enriquecimiento ilícito ahí están, y sólo no las ve quien cierre ojos, oídos. Pero también durante ese tiempo se crearon y consolidaron instituciones políticas, académicas y administrativas que hoy sirven todavía y bien, que en los tiempos de bonanza del “milagro mexicano” la economía creció aceleradamente, surgió una clase media importante en términos materiales e intelectuales y se preparó y consumó una transición a la democracia ordenada y pacífica.

Altibajos y contrastes, contradicciones y cambios de rumbo fueron las constantes de lo que Vargas Llosa llamó la “dictadura perfecta”. La verdad es que el PRI y sus antecesores tuvieron siempre menos vocación ideológica que cualquier otro partido hegemónico en el mundo, a diferencia, por ejemplo, de los partidos comunistas o socialistas, en donde era el partido el que le decía al gobierno en turno que hacer y como hacerlo.

En el poder el PRI aprendió muchas cosas, buenas y malas. De ahí surgieron algunos de los peores ejemplos de gestión pública y deshonestidad que cuadros espléndidos, probos y admirables. El control y la censura eran relativos y variables: lo mismo ahogaban y aplastaban que permitían trabajar a algunas de las grandes mentes hispanoparlantes. Un sistema de partido casi único en paradoja permanente: Vargas Llosa omitió que esa “dictadura perfecta” dio asilo a decenas de miles de refugiados políticos de España y América Latina.

Lo que el PRI no aprendió fue a ser algo más allá de ese impresionante aparato electoral. No es fácil catalogarlo en términos tradicionales de izquierda o derecha, de conservador o liberal, de progresista o reaccionario. Es, fue, un poco de todo eso y más: el partido del proteccionismo y del neoliberalismo, el de la separación Estado-Iglesia y el de su reconciliación, el del nacionalismo a ultranza y el del TLC con EU y Canadá; el que dio el voto a las mujeres antes que muchos y el que criminalizó el aborto en muchos estados del país…

Yo no sé si el PRI ya decidió qué clase de partido quiere ser. Lo que sí me queda claro es que ninguna de las etiquetas, ni las buenas ni las malas, alcanza a describir plenamente a un partido tan lleno de contradicciones, como el país que durante tanto tiempo gobernó.

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